Coronó al Rey, y el Rey le dio una corona mejor
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Archibald Campbell, el octavo conde de Argyll, fue uno de los consejeros privados de Escocia a principios de 1628. En febrero de 1638 cuando el pueblo de Escocia de todos los estratos firmó el Pacto Nacional Escocés, un juramento que los obligaba a mantener la iglesia libre del control del gobierno, Argyll no lo firmó, pero trató de persuadir al rey para que se comprometiera con los que firmaron, quienes ahora se llamaban los Firmantes del Pacto.
Después de la ejecución del rey Charles Primero en Inglaterra, Argyll, un partidario de la monarquía, personalmente coronó a Charles Segundo como rey de Escocia en Scone el día de año nuevo de 1651, la que fue la última coronación de un rey de Escocia. La Comunidad Británica de Naciones de Cromwell, remplazó temporalmente la monarquía, pero en 1660, Charles Segundo fue restaurado al trono, y Argyll fue a Londres para congratularlo.
Los amigos le advirtieron que había peligro para él, ya que era protestante, y de hecho el rey nunca le otorgó una audiencia, en lugar de eso ordenó que el marqués de Argyll fuera hecho prisionero por traición, confinándolo en la torre de Londres en donde fue mantenido encadenado a lo largo del verano y el otoño. En diciembre fue enviado de regreso a Escocia para ser juzgado ante el parlamento de Edimburgo.
El veredicto del juicio fue una conclusión ya tomada, porque el rey quería que lo ejecutaran. Los jóvenes abogados que finalmente estuvieron de acuerdo en defenderlo fueron acosados y no les concedieron tiempo suficiente para preparar una defensa apropiada por los cargos contra él, los cuales eran: ser un firmante del pacto y por lo tanto defensor de la Reforma, haber cooperado con Cromwell, y haber cuestionado el derecho divino de los reyes. Fue encontrado culpable de alta traición y sentenciado a ser ejecutado en Edimburgo, el 27 de mayo de 1661. Cuando el rey negó una última petición, él le respondió: “Yo tuve el honor de colocar una corona sobre la cabeza del rey y ahora él se apresura a darme una mejor que la suya propia”.
A Campbell se le permitió que pasara su último fin de semana con su esposa, y durante esos dos días, experimento una calma y un valor que se lo atribuyó a “la misericordia especial de Dios”. Y le dijo a su esposa: “Por mi parte, estoy tan contento de estar aquí, como en el castillo, y estaba tan contento en el castillo como en la torre de Londres, igualmente estaba allí tan feliz como cuando era libre; asimismo espero estar tan feliz sobre el cadalso como en cualquiera de los otros lugares”.
En ese fatídico lunes, él se levantó temprano para escribir cartas y ver a amigos. Le advirtió a sus compañeros del ministerio que “ellos o tendrían que sufrir mucho o pecar mucho”. A su nuera le escribió: “Qué diré en este gran día del Señor, en que en medio de una nube, he encontrado un hermoso rayo de sol. No puedo desear nada mejor para ti, sino que el Señor te conforte, y brille sobre ti, tal como lo hace sobre mí, y te otorgue el mismo sentimiento de amor al permanecer en este mundo, como el que yo tengo al partir de él”. Le escribió al rey Charles Segundo, añadiendo en su carta después de su plegaria: “Ojalá su Majestad y sus sucesores siempre porten el cetro de estas naciones, y que los pueblos puedan ser bendecidos bajo sus gobiernos”.
Cuando se aproximaba la hora de la ejecución a las dos, él caminó hacia el patíbulo. Los ministros oraron y entonces pronunció sus palabras de despedida, dijo: “Bendigo al Señor, y perdono a todos los hombres, tal como deseo que me perdonen a mí”.
Reflexión
Estar involucrado en la política era un negocio peligroso en los años 1600. Estar del lado de los perdedores a menudo significaba un viaje hacia el patíbulo. Sin embargo, Archibald Campbell y muchos otros como él estuvieron dispuestos a dar sus vidas para defender al pueblo de Dios y sus principios.
“Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).