Un hombre de principios
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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James Guthrie nació en una próspera familia anglicana en Escocia en 1612. Atendió la Universidad de San Andrews, en donde se despertó su alma al igual que su mente. Las dos influencias principales que usó Dios para atraerlo, fueron las reuniones semanales de oración y su amistad con Samuel Rutheford, uno de los teólogos más grandes de Escocia. Guthrie abandonó San Andrews en 1638 para entrar en el ministerio presbiteriano.
En ese mismo año dio un paso atrevido en oposición al rey Charles Primero, al firmar el Pacto Nacional. El rey estaba intentando imponer el gobierno episcopal sobre la iglesia de Escocia. Los presbiterianos redactaron un documento llamado el Pacto Nacional para oponerse a los planes del monarca. Los que firmaron el pacto se comprometían a sí mismos a defender la fe Reformada y el gobierno presbiteriano, y a mantener la iglesia libre de todo control civil. En su camino para firmar el convenio, Guthrie conoció de casualidad el pueblo de los verdugos y tomó esto como una señal funesta. Más tarde, ese día, dijo: “Sé que moriré por lo que hice este día, pero no puedo morir por una causa mejor”.
Sirvió como pastor durante la primera y segunda guerras civiles inglesas entre 1642 a 1648 y la resultante Comunidad Británica de Naciones Puritanas bajo Oliver Cromwel. Cuando Charles Primero fue ejecutado por el parlamento inglés in 1649, su hijo Charles Segundo fue proclamado rey en Escocia y rindió un juramento para aceptar el Pacto Nacional y defender el presbiterianismo a lo largo de su reinado. Sin embargo, en 1660 cuando fue restaurado al trono inglés siguiendo el fin de la Comunidad Británica de Naciones, él una vez más impuso el gobierno episcopal sobre la iglesia de Escocia.
Guthrie dirigió un grupo de doce hombres de estado, quienes le pidieron al rey que mantuviera el juramento que había pronunciado previamente por defender el pacto y lo animaron a que pusiera en su gobierno a hombres de Dios que estuvieran comprometidos con el pacto. En respuesta a la petición de ellos, Charles Segundo puso a Guthrie y a los otros en prisión.
En este juicio ante el muy bien llamado “Parlamento borracho”, Guthrie declaró: “No es mi extinción o la de muchos otros, lo que acabará con el Pacto o la obra de la Reforma. Mi sangre contribuirá más para la propagación de estas cosas, que lo que haría mi vida en libertad, aunque viva muchos años”.
Guthrie fue sentenciado a ser ahorcado, que su cabeza fuera clavada en una estaca y que sus propiedades fueran confiscadas. En prisión, le dijo a su esposa que se consideraba a sí mismo afortunado de ser colgado en un árbol como su Salvador. Antes de ser ahorcado el primero de junio de 1661, le dijo a la multitud silenciosa: “Sé que Dios cuidará de mi alma. No cambiaría este patíbulo por el palacio y mitra de los más grandes prelados en Bretaña. Bendito sea Dios que me ha mostrado misericordia en tal desgracia, y ha revelado su Hijo en mí... Jesucristo es mi vida y mi luz, mi justicia, mi fortaleza y mi salvación, ¡todo lo que deseo es Él! ¡Oh a Él con toda la fuerza de mi alma los encomiendo a ustedes! ¡Mi alma le bendice, y a Él me encomiendo de ahora en adelante para siempre! Señor, permite ahora que tu siervo parta en paz porque mis ojos han visto tu salvación”.
Y con esas palabras estuvo con su Salvador. Su cabeza fue colocada sobre una estaca bien alto en el puerto Netherbrow de Edimburgo, en donde permaneció por veintisiete años.
Reflexión
¿Por qué está usted dispuesto a morir? ¿Qué efecto tiene esto en la vida que vive? James Guthrie vivió por veintitrés años con el conocimiento de que permanecer y defender la Reforma le costaría su vida, sin embargo nunca vaciló en sus convicciones. ¿Cuál es actitud cuando Dios trae pruebas a su vida?
“Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Filipenses 1:20).