De religión a salvación
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Guido Scalzi creció en una aldea de Mesoraca, Italia. En la cercanía sobre una hermosa colina se encontraba un monasterio de los frailes franciscanos, en donde asistía a misa todos los domingos con su familia. En un agradable día de primavera, Guido se sintió particularmente conmovido por la hermosa melodía de un órgano. Pensaba de cuán inspirador sería pasar su vida en un monasterio en estrecha comunión con Dios y la naturaleza. Y le dijo a su madre: “Mamá, sería maravilloso si pudiera convertirme en sacerdote” - unas palabras que habrían emocionado el corazón de cualquier madre italiana.
Guido atendió el seminario desde 1928 hasta 1932, cuatro años que fueron bien difíciles. El seminario no tenía calefacción, ni agua corriente. En el invierno, se quebraban los pedazos de hielo y se usaban como jabón. No tenía amigos y nadie en quien confiar. Sin embargo, continuaba perseverando hacia su meta.
En julio de 1940 fue ordenado sacerdote. Se convirtió en parte de un monasterio en Reggio di Calabria. Allí en una ocasión en que pasaba por la iglesia bautista local, de súbito experimentó un deseo inexplicable de conocer al pastor. Conforme hablaban, el ministro lo animó para que leyera la Biblia.
De regreso al monasterio comenzó a leer la Biblia en italiano y se quedó asombrado por su contenido. Cada página traía nuevas sorpresas. Y mantenía preguntándose a sí mismo, cómo era posible que hubiera vivido tantos años sin haberse enterado jamás de todas las cosas maravillosas que estaba aprendiendo de sus páginas.
Al cabo de poco tiempo después de este encuentro, Guido fue transferido a un monasterio en Staletti, Italia. Un día un campesino local, un granjero, lo hizo detenerse y le dijo que se había enterado de su reunión con el pastor bautista en Reggio di Calabria y que su propio pastor le gustaría reunirse con él.
Varias noches después acudió a la casa del pastor, también un simple campesino y quien no hizo muy buena impresión en él, ya que era alguien muy educado. El pastor le dijo: “Para ahora ya usted sabe todo lo que debe saber sobre la Palabra de Dios. Lo que necesita ahora es la salvación. Jesús desea salvarlo. Él murió en la cruz para salvar su alma”. Conforme le contaba la historia de Jesús y Nicodemo del capítulo 3 de Juan, Guido escuchaba atentamente y pensaba para sí: “Nacer de nuevo, si sólo pudiera nacer de nuevo”.
Cuando concluyó la discusión, el pastor le preguntó si podía orar, se arrodilló, alzó sus manos al cielo, y cerró sus ojos. Guido mantenía sus ojos abiertos. El hombre oró para que Dios le purificara el corazón de su pecado y le lavara con la sangre de Jesús quien murió y pagó el precio para redimirle. Él nunca había oído a nadie orar así antes. El sencillo campesino le imploraba a Dios con todo su ser.
Finalmente Guido cerró sus ojos y de súbito todos sus pecados pasaron frente de él. En angustia se preguntaba cómo podría librarse de esta opresión. Entonces las palabras expresadas por el pastor en oración vinieron a su mente: “La sangre de Jesús purifica de todo pecado”. Fue entonces cuando se entregó a sí mismo a Jesús, clamando: “Señor, ten misericordia de mí, un pecador. ¡Salva mi alma!”.
La paz inundó su corazón, y por primera vez en su vida sintió la presencia de Cristo. Fue tan real que si hubiera extendido su mano habría tocado el borde de las vestiduras de Cristo. Con los ojos llenos de lágrimas, abrazó al pastor y le dijo: “Hermano, he decidido servir al Señor para vida o muerte”.
Guido Scalzi abandonó el monasterio y sirvió al Señor como director de La Voce Della Speranza - La Voz de la Esperanza, un programa radial que se escuchaba en las emisoras a través de Estados Unidos y Europa.
Reflexión
Como Guido Scalzi, muchas personas son religiosas, y confían en sus iglesias para llegar al cielo. ¿Acaso, esto lo describe a usted? No fue hasta que él confió personalmente en Cristo para que lo limpiara de todos sus pecados que encontró paz y salvación.
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).