La necesidad de fe personal
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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John Ryland Junior, nació en 1753 en una familia inglesa con una notable herencia cristiana. Pertenecía a un largo linaje de Disidentes, evangélicos que rehusaron conformarse a la Iglesia de Inglaterra. Su bisabuelo también llamado John Ryland, había sido un miembro de una iglesia bautista en Oxfordshire, y todos sus hijos habían sido creyentes, incluyendo a Joseph, el abuelo de John.
Después que la primera esposa de Joseph murió sin tener hijos, se casó con Freelove Collett, una miembro de una iglesia bautista en Gloucestershire. Su hijo mayor, John, era el padre de John Ryland.
John Ryland, el padre, recibió al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador durante un despertar espiritual que arrasó la comunidad bautista de Bourton-on-the-Water, Inglaterra, cuando tenía dieciocho años. Junto con él, cuarenta más confiaron personalmente en Cristo para su salvación y se unieron a la iglesia bautista allí.
John el padre, estudió para el ministerio y se convirtió en pastor de la Iglesia Bautista de Northhampton, Inglaterra, en donde tuvo veinte años de un servicio fructífero. Sus amigos incluían al gran evangelista George Whitefield, Agustus Toplady, el autor del himno “Roca de la eternidad” y John Newton, el autor de “Gracia Admirable”.
John Ryland Junior, creció en un hogar privilegiado espiritualmente, ya que desde sus primeros años pudo ver y escuchar a algunos de los más reconocidos cristianos en su hogar. Uno de sus primeros recuerdos fue haber visitado a un rector anglicano amigo de su padre a la edad de cinco años, ¡y leerle el Salmo 23 en hebreo!
A la edad de trece años John comenzó a pensar seriamente en cosas espirituales. Además de pastorear para la iglesia, su padre también administraba una escuela de internos. Una tarde de otoño Junior estaba hablando con uno de sus amigos de la escuela, un muchacho quien había encontrado la salvación en Cristo recientemente. El amigo había comenzado a reunirse regularmente con otros dos muchachos por las tardes para orar y tener compañerismo. Durante su conversación, de súbito se dio cuenta que era tiempo para reunirse con sus dos amigos para orar y rápidamente se excusó. Ryland se sintió profundamente lastimado por esto, pensando que su amigo le estaba rechazando.
Al día siguiente lo evitó y más tarde le dio como razón su partida súbita la noche anterior. El muchacho le explicó por qué se había visto obligado a irse tan rápidamente. Le dijo que él y sus compañeros de oración estaban “hablando de algo mejor”. Esa frase “algo mejor”, impactó su mente. Debido a su crianza evangélica sabía que esa frase significaba “Jesucristo y la salvación de sus almas”. Entre más pensaba en esto, más se preguntaba: ¿Irán mis amigos al cielo y yo me quedaré?
Este encuentro le desencadenó un período de confusión espiritual. Un día sentía que tenía el gozo de la salvación, y el siguiente tenía dudas terribles. Fue durante este período de lucha personal que George Whitefield, el gran evangelista anglicano llegó un sábado a visitar a Ryland padre. Whitefield predicó el día siguiente, el 8 de septiembre de 1767, en la Iglesia Castle Hill en Northhampton, y el joven John fue a escucharle. En el servicio se entregó al Señor Jesucristo.
Cinco días después fue bautizado por su padre en el río Nene, justamente un poco más abajo en donde se encontraba la Iglesia Castle Hill.
A pesar de su linaje piadoso, John Ryland Junior necesitaba confiar en Jesucristo personalmente. Se convirtió en un pastor bautista como su padre, y en 1783 en el lugar exacto del río Nene en donde él mismo había sido bautizado, bautizó a William Carey, el padre de las misiones modernas.
Reflexión
¿Conoce usted a personas que suponen que son creyentes porque han crecido en una familia cristiana? ¿Qué con respecto a usted? ¿Alguna vez ha hecho esa misma suposición sobre usted mismo? El nacer en una familia cristiana no lo hace cristiano, sino una decisión personal. Todos debemos adoptar nuestra propia decisión por Jesucristo como nuestro Señor y Salvador.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).