Mía es la venganza
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En los años 1550 los anabaptistas, los primeros bautistas que más tarde llegaron a ser conocidos como los menonitas, experimentaron gran persecución, particularmente en Alemania y los Países Bajos. En enero de 1558, Hans Smit, un pastor anabaptista y Hendrick Adams, un cristiano laico maduro, estaban reunidos en una casa en Aix-la-Chapelle, un poblado cerca de la frontera entre Alemania y Holanda, para estudiar la Biblia y orar con diez más. De súbito la casa fue rodeada y todos fueron arrestados, tanto hombres como mujeres. Al día siguiente un juez sentenció uno por uno a prisión.
Hans Smit, el pastor, fue citado ante el juez una segunda vez y le preguntaron cuántas personas había bautizado y quiénes eran. Él replicó firmemente que prefería morir antes que decirles. Entonces lo torturaron en el potro por media hora, aunque él se sometió voluntariamente. El potro, era un instrumento de tortura en el que la víctima, atada de pies y manos con unas cuerdas o cintas de cuero a los dos extremos de este aparato, era estirada lentamente produciéndole la luxación de todas las articulaciones - muñecas, tobillos, codos, rodillas, hombros y caderas.
Después de esto los interrogadores le preguntaron qué pensaba de la eucaristía, y él respondió: “Pienso mucho de ello, pero eso que el sacerdote hace no es la cena verdadera de Cristo, sino idolatría”. Después de escuchar esto, amarraron a Smit bien alto suspendiéndolo del techo y luego le ataron una piedra de cien libras a los pies. Pero él mantuvo su fe.
Finalmente sus interrogadores trataron de razonar con él diciéndole que si renunciaba a su bautismo lo tratarían favorablemente. Cuando respondió que nunca renunciaría a la fe que había creído y en la que había sido enseñado, en la Biblia, le dijeron que en Aix-la-Chapelle no se permitía la presencia de los anabaptistas, y que debía morir. La respuesta de Smit fue que si ellos le asesinaban tendrían que responder de esto delante del Señor.
Uno de los consejeros de Aix-la-Chapelle específicamente, estaba violentamente opuesto contra Hans Smit y Hendrick Adams. En una ocasión cuando sus interrogadores estaban una vez más ofreciéndole el perdón si se retractaba, Adams respondió que se mantenía firme en sus convicciones. El vengativo consejero gritó: “Lejos con ellos, lejos con ellos, a la muerte y al fuego... ¡No se les ofrecerá ningún perdón nunca más!”. Hendrick Adams lo miró a los ojos y le dijo: “Tú no vivirás para ver mi muerte”.
Hans Smit fue sentenciado a morir primero y Hendrick Adams tres días después. El 19 de octubre de 1558, Smit fue conducido a través de la ciudad de Aix-la-Chapelle, cantando gozosamente mientras avanzaba. Caminó enérgicamente hasta la hoguera, en donde fue estrangulado con una soga y luego su cuerpo fue quemado.
Pero eso no fue todo lo que ocurrió ese día. El consejero que tan ardientemente buscaba la muerte de Smit y Adams se enfermó violentamente de súbito. Cuando se acercaba la hora de su muerte, más y más aumentaba su desesperación. Comenzó a llorar, y mesándose la barba confesó que había pecado al juzgar a muchas personas y que Dios por seguro lo juzgaría por su sed de sangre. Él también murió el 19 de octubre de 1558.
Tres días después Hendrick Adams fue conducido al lugar de ejecución. Como su pastor, fue estrangulado con una cuerda, luego encadenado a la estaca y quemado. Y como su pastor fue voluntariamente y gozoso.
Dios habló la verdad por medio de Hendrick Adams. Su acusador no vivió para ver su muerte.
Reflexión
Jesús nos dijo que si nosotros como cristianos somos arrestados y llevados a juicio por nuestra fe, no debemos preocuparnos por adelantado respecto a qué diremos, porque Dios nos dará las palabras que debemos hablar. Hendrick Adams es una ilustración de cómo el Señor provee nuestras palabras.
“Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Marcos 13:11).