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Los peligros de la persecución

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

Para la década de 1530, Antwerp estaba en camino a convertirse en la ciudad más rica en Europa.  Debido a su puerto sobre el río Scheldt, era el centro europeo para comercio internacional y financiero.  La entera región, conocida como Flanders, estaba bajo el control de España.  Prosperó tanto que Carlos Quinto, emperador del Sacro Imperio Romano, recibía la mitad de sus ingresos fiscales de allí.  Como el propio monarca era originario de Flanders, de manera recíproca le daba a su tierra nativa muchos beneficios, excepto libertad religiosa.  Para Carlos, la fortaleza nacional requería unidad religiosa.

Cuando comenzó la Reforma en 1517, pronto llegó hasta Antwerp, la ciudad más cosmopolita de Europa.  Desde Alemania llegaron los luteranos y los anabaptistas, los precursores de los menonitas.  Desde Suiza y Francia los seguidores de Calvino y Zwingli.  William Tyndale huyó de Inglaterra y llegó a Antwerp para traducir la Biblia al inglés.

Muchos monjes agustinos comenzaron a predicar los principios de su compañero agustino, Martín Lutero.  Uno de ellos, James Porbst, un amigo de Lutero de Wittenberg, se convirtió en prior del convento en Antwerp y era un predicador abierto de la justificación por fe.  Otros agustinos en Dordrecht, la Hague, Utrecht y Ghent todos se convirtieron en partidarios declarados de la Reforma. Ya para 1520 algunos de los libros de Lutero estaban siendo traducidos al holandés.

De inmediato el emperador y la iglesia pusieron en vigor una enérgica contra ofensiva.  Un fraile dijo que le gustaría clavarle los dientes alrededor de la garganta de Lutero y que orgullosamente iría a la cena del Señor con su sangre goteando de sus labios.  Un representante del papa llegó en 1520 y con la bendición del emperador comenzó a quemar libros y a predicar en contra de la herejía.  Erasmo, el gran intelectual que vivía en Antwerp en ese tiempo, observó que los libros quemados eran sólo removidos de las tiendas, pero no de los corazones de las personas.

En 1521, Carlos Quinto, a petición del papa, específicamente prohibió la publicación o lectura de los escritos de Lutero.  También le ordenó a las cortes seculares poner en vigor el edicto de ese año de la Dieta de Worms, el cual condenaba a Lutero y sus seguidores.  Las capturas comenzaron en 1522, y las primeras personas en ser arrestadas fueron James Probst, el prior, y dos amigos íntimos de Erasmo.  Probst se retractó, pero luego después de escapar de la prisión se retractó de lo que había dicho.

El año siguiente dos frailes agustinos, Henry Voes y Johann Eckwere fueron quemados en la hoguera en Bruselas, los primeros mártires protestantes de Flanders.  Erasmo observó que con la muerte de los mártires muchos se convirtieron al luteranismo.

A pesar de la oposición y del creciente número de mártires, el interés en el Evangelio aumentó en Antwerp.  Cada alusión a la corrupción de la iglesia en discursos y obras de teatro era ampliamente ovacionada.  A un visitante de Italia le dijo uno de los ciudadanos líderes que si la revuelta de los anabaptistas en Alemania se propagaba a Antwerp, veinte mil hombres se levantarían para unirse a ellos. En 1527 el embajador inglés reportó que dos tercios de la población “aprobaban las opiniones de Lutero”.

Alarmados por esta propagación de las herejías en Antwerp, el gobernador expidió un edicto el 14 de octubre de 1529, que dio comienzo a un reinado de terror.  Se decretó la muerte, no sólo contra los herejes sino contra cualquiera que sin ser teólogo discutiera un artículo de fe, o a quien fallara en denunciar a los herejes de ambos sexos que pudiera conocer.  La Inquisición Española había llegado a Flanders, y la persecución continuó por muchos años.  Durante el siglo dieciséis en la actual Bélgica, seiscientas iglesias evangélicas fueron destruidas y un número incontable de miles fueron martirizados.

El holocausto de protestantes tuvo éxito.  Hoy menos de un tercio de los belgas son cristianos evangélicos.

Reflexión

Los cristianos en cada edad han sido perseguidos y martirizados.  Aunque por su propia definición la persecución no es algo placentero, no debe sorprendernos si un día nos ocurre a nosotros.  Nuestras aflicciones no son nada comparadas con las del Señor, quien sufrió una muerte ignominiosa y cruel por nosotros.

“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4:12 y 13).

Modificado por última vez enViernes, 16 Septiembre 2011 03:02
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