La división de la Iglesia
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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La fecha crucial fue el 30 de octubre del año 451 de nuestra era, pero hay una historia que nos lleva a ella. En los primeros días del imperio romano, Roma era la capital del imperio, y su iglesia la más grande y más rica. Para mediados del tercer siglo su membresía se aproximaba a los treinta mil. No tenía rival en el occidente.
Además, algunos de los primeros escritores cristianos del segundo siglo ya se referían a Pedro y a Pablo como los fundadores de la iglesia de Roma y a los obispos como sucesores de los apóstoles. Sin embargo, este respeto por la historia de la iglesia no impedía que estos mismos escritores riñeran abiertamente con el obispo de Roma cuando creían que estaba en error. De hecho, hasta el tiempo del emperador Constantino, quien gobernó entre los años 312 al 337, el obispo de Roma, no ejercitaba ninguna autoridad fuera de la ciudad.
Conforme la iglesia se fue desarrollando bajo Constantino, de forma natural comenzó a seguir el patrón del imperio, con el obispo de la capital de una provincia, teniendo autoridad sobre los obispos de las otras ciudades de la provincia. En el año 325 el Concilio de Nicea reconoció a los obispos de Alejandría, Egipto, Antioquía, Siria y Roma como superiores en sus áreas.
En el año 330 Constantino trasladó su residencia de Roma a Constantinopla, cuyo nombre implicaba “la ciudad de Constantino”, hoy Estambul. La autoridad de la iglesia se movió al oriente junto con Constantino. Pronto se consideró que el obispo de Constantinopla tenía una autoridad igual a los obispos de Alejandría, Antioquía y Roma.
En el año 440 fue elegido León Primero obispo de Roma, y de inmediato se auto-proclamó jefe supremo del cristianismo. Estableció la dinastía eclesiástica de Pedro, la cual continúa en la iglesia católica romana hoy. En el año 451 el emperador Valentiniano Tercero impuso esto como ley: “Que la primacía de la Sede Apostólica estaba basada en el título del bendito Pedro, príncipe de la dignidad episcopal, sobre la dignidad de la ciudad de Roma, y sobre la decisión del Santo Sínodo, sin que se pudieran tomar pasos ilícitos contra esta Sede para usurpar su autoridad”.
En el año 451 otro concilio de la iglesia fue convocado en Calcedonia, un suburbio de Constantinopla. Aproximadamente cuatrocientos cincuenta obispos fueron invitados, pero no más de trescientos cuarenta se hicieron presentes. A pesar de que León no asistió, su influencia fue muy evidente. De igual manera, fue una sorpresa para todos que el 30 de octubre del año 451, el concilio le diera al obispo de Constantinopla autoridad igual a la del obispo de Roma, haciendo de Constantinopla en el oriente, lo que Roma era para el occidente. La acción de este concilio confirmó la autoridad independiente del obispo o patriarca de Constantinopla sobre la iglesia de oriente.
El representante de León en el concilio protestó vehemente, pero la decisión permaneció. La iglesia a partir de ese momento tenía dos cabezas: El obispo de Roma sobre la iglesia de occidente, y el de Constantinopla sobre la del oriente.
En el siglo sexto, el obispo de Roma comenzó a ser llamado papa. La palabra papa se deriva de papá y originalmente fue una referencia al supuesto cuidado paternal ejercitado por los obispos.
En los siglos subsecuentes, la iglesia católico romana, la occidental, llegó a ser conocida como un monolito perdurable. La oriental se subdividió en muchas iglesias ortodoxas con gobiernos étnicos propios, las cuales unidas integraron una federación conocida como la Iglesia Ortodoxa Oriental.
Reflexión
La entera controversia entre la iglesia de oriente y la del occidente, se basó en la suposición de que el oficio de obispo es diferente y de más autoridad que el de pastor o anciano. ¿Cree usted que eso sea cierto? ¿Qué oficios estaban presentes en la iglesia del Nuevo Testamento?
Y dice textualmente el texto original en griego: “Palabra fiel: Si alguno anhela ser un anciano, desea una responsabilidad honorable. Porque un anciano debe ser un hombre cuya vida sea irreprensible y que nadie pueda hablar en su contra” (1Timoteo 3:1 y 2).