La agonía de una madre
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Los primeros años en el campo misionero fueron muy difíciles para Jonathan y Rose Goforth. Cuatro de sus ocho hijos murieron en los primeros doce años en China. Durante la rebelión de los Boxers - o Boxeadores de 1900, la familia a duras penas logró librar sus vidas. Viajaron de regreso a su casa en Canadá por un breve permiso y luego prosiguieron hasta a China con una nueva adición a su familia, la pequeña Constance, que nació durante ese tiempo.
De vuelta en China, la nueva responsabilidad de Jonathan era evangelizar un tercio de la región Changte. En su camino a la estación misionera le contó a su esposa el plan que sentía que le había dado Dios para alcanzar esta meta. Enviaría a uno de sus asistentes por delante para que rentara un lugar en donde la familia pudiera vivir por un mes. Una vez allí, predicaría por las calles o villas durante el día, mientras Rose lo haría con las mujeres en el patio de su casa. Cada tarde celebrarían un servicio en sus hogares con él predicando y Rose tocando el órgano. Al final del mes, se trasladarían a otro pueblo, dejando detrás un evangelista para que enseñara a los nuevos creyentes.
A Rose, esto le sonaba como un plan maravilloso, pero como tenía cinco pequeños, se opuso inexorablemente a él. Ella permanecería en su hogar en la estación misionera Changte, y eso era todo. Habiendo ya enterrado a cuatro niños en China, no podía soportar el pensamiento de perder a otro, y estaba convencida que el plan de Jonathan pondría a sus hijos vivos en riesgo.
Mientras realizaban la larga jornada a Chante por río, Jonathan continuó alegando con Rose. Él también amaba a sus hijos profundamente y no podía soportar el pensamiento de perderlos, sin embargo Dios le había dado una paz inexplicable de que si seguían su plan estarían a salvo.
Finalmente Jonathan le dijo: “Rose, estoy tan seguro que este plan es de Dios que temo por los niños si desobedeces su llamado. El lugar más seguro para ellos es el sendero de la obligación. Tu crees que podrás mantenerlos a salvo en la cómoda casa en Changte, pero Dios podría mostrarte que no es así. ¡Pero Él puede y lo hará, si confías en Él y das un paso en fe!”.
Los Goforths llegaron a su hogar en Changte un sábado por la tarde. El domingo por la mañana, Rose dejó a los niños con su fiel sirvienta. Regresó dos horas más tarde para encontrar que su hijo Wallace estaba enfermo. Llamaron al doctor y él le diagnosticó con unos de los peores casos de disentería que había visto.
Por dos semanas Jonathan y Rose lucharon por la vida de su hijo. Finalmente Wallace comenzó a recuperarse. Cuando Jonathan sintió la confianza de que su hijo sobreviviría, salió para comenzar su primera gira evangelística solo.
El día después de su partida, la bebe Constance se enfermo de súbito, exactamente como Wallace, sólo que mucho peor. Para el tiempo que Jonathan regresó, Constance estaba agonizando. Cuando los padres se arrodillaron a su lado, Rose de súbito experimentó algo que nunca había sentido jamás, imposible de explicar, sintió que podía confiar en que su Padre Celestial cuidaría de sus niños. Fue algo tan abrumador que sólo inclinó su cabeza y oró: “Oh Señor, es demasiado tarde para Constance, pero yo confiaré en ti e iré donde Tú desees que vaya. ¡Pero guarda a mis hijos!”.
Fue tal la paz y el gozo que le sobrevino, que cuando Jonathan se volvió a ella y le dijo dolorosamente: “Constance se fue”, ella estaba tranquila sabiendo que la vida de su bebé no había sido en vano.
La pequeña Constance fue sepultada junto a sus dos hermanas el 13 de octubre de 1902, en su primer cumpleaños. Armada con su renovada confianza en la fidelidad de Dios, Rose tuvo dos hijos más mientras servían como misioneros, pero ningún otro murió en China.
Reflexión
¿Qué lecciones puede aprender de la experiencia de Rose Goforth? ¿Hay cosas en las cuales encuentra difícil confiar en Dios? Rose descubrió que el sendero de fe, es el de la obediencia.
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).