El día que Dios libró la vida de John Wesley
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Entre 1742 y 1743 John Wesley experimentó gran éxito predicándole a los mineros de carbón de Wednesbury, Darlaston y Walsall, Inglaterra. En los dos viajes que hizo al área de la Sociedad Metodista, está creció hasta cuatrocientos miembros y Wesley asimismo estableció buenas relaciones con los anglicanos.
Sin embargo, a principios de 1743 otro predicador ambulante metodista llegó y ofendió por completo al vicario anglicano, convirtiendo su apoyo por la creciente obra metodista, en oposición. El clero de Wednesbury, Walsall y Darlaston unieron fuerzas para tratar de destruir la Sociedad Metodista local al propagar el rumor que las peleas de gallo, las corridas de toro y el boxeo cesarían si los metodistas dejaban de existir. Como resultado se rompieron las ventanas en los hogares metodistas, las tiendas fueron saqueadas y varios líderes golpeados.
Cuando John Wesley regresó a Wednesbury el 20 de octubre de 1743, predicó al medio día sin ninguna interrupción, pero esa tarde una turba de Darlaston lo abordó, junto con los líderes que le acompañaban, amenazando su seguridad. Él pudo hablar con los cabecillas del grupo privadamente y de hecho se los ganó, hasta el punto que prometieron protegerlo. Una mujer incluso le dijo a la multitud: “Este caballero es honesto, y derramaremos nuestra sangre para defenderlo”. Poco después la muchedumbre se dispersó.
Varias horas después regresaron y llevaron a Wesley y a los metodistas que le acompañaban, prácticamente a rastras, hasta el juzgado en Walsall en donde presentarían cargos en contra de ellos. Sin embargo, para el tiempo que llegaron allí, el juez ya estaba durmiendo y la muchedumbre de Darlaston se había tornado amigable. Despacharon a cincuenta del grupo para que escoltaran a Wesley a su casa, y el resto regresó a Darlaston.
Wesley y sus escoltas a duras penas habían avanzado menos de cien metros, cuando se encontraron con otra multitud de Walsall, hallándose de súbito en medio de dos rivales tradicionales, sus escoltas de Darlaston y la turba de Walsall. La mujer que había jurado defenderlo arremetió contra los de Walsall y atropelló a varios hombres. Pero pronto fue dominada y la habrían matado si un campeón de boxeo de Walsall, conocido como Munchin el Honrado, no hubiera llegado en su ayuda.
La multitud arrastró a Wesley y a los metodistas por las calles empinadas hacia Walsall. Una vez allí, mientras la gente gritaba amenazas, Wesley gritó: “¿Me escucharán?”. Pero la multitud airada clamaba: “¡Elimínenlo! ¡Maténlo!”.
Wesley respondió: “¿A cuál de ustedes le he hecho algo malo?”. Luego a continuación habló del amor de Dios, y por un rato tal parecía que le estaban escuchando. Sin embargo, después de quince minutos su voz se notaba cansada y sus palabras se fueron apagando, la multitud comandada por Munchin el Honrado, comenzó a gritar: “¡Llévenselo, desnúdenlo!”.
La voz de Wesley regresó milagrosamente y exclamó: “¡Ustedes no necesitan hacer eso, les daré mis ropas!”. Entonces comenzó a orar en voz alta, olvidándose de todo, excepto del Señor Jesús.
Su plegaria fue respondida en una forma inesperada. El boxeador Munchin el Honrado, de súbito miró a Wesley a los ojos y tartamudeó: “Señor, pasaré mi vida a su servicio, sígame y ni una sola alma tocará un cabello de su cabeza”. Varios otros se abrieron camino hasta el frente y dijeron lo mismo, y entonces formaron como una especie de escudo humano alrededor de Wesley y los metodistas. Pero conforme se aproximaban a un puente sobre un pequeño arroyo, los gritos retornaron: “¡Arrojénlo al agua!”, y la refriega continuó. Munchin el Honrado le rompió el brazo a uno de los que protestaban y fue capaz de abrirles paso a la fuerza hasta ponerlos a salvo.
John Wesley salió de Wednesbury el día siguiente, pero los resultados de su trabajo continuaron. Munchin el Honrado y el joven a quien le rompió el brazo, ambos se unieron a la Sociedad Metodista, con Munchin sirviendo como un líder de los metodistas de Wednesbury y Walash hasta su muerte cuarenta y seis años después.
Reflexión
¿Alguna vez ha experimentado la protección de Dios en una situación desesperada? Wesley se encomendó a sí mismo al cuidado del Señor y Él le envió un sorprendente protector, el boxeador que controló a la turba. No siempre sabemos cómo nos protegerá, pero sí sabemos que nos ha dado vida hasta el día que ha señalado para nuestra partida.
“He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Génesis 28:15).