Billy Sunday
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Su nombre era Billy Sunday y nació cerca de Ames, Iowa, en 1862. Su padre, un soldado de la Unión, murió antes de su nacimiento. Su madre cristiana se casó entonces con un hombre que la abandonó. Incapaz de proveer para toda su familia, se vio obligada a enviar a Billy y a su hermano a un orfanato.
Después de completar la escuela secundaria se trasladó a Marshalltown, Iowa, en donde jugó con el equipo de béisbol campeón local del estado. Su asombrosa velocidad atrajo la atención del apoderado de los Medias Blancas de Chicago, y firmó con ellos en 1883.
Un domingo por la tarde en 1886, Billy y algunos de sus compañeros de equipo fueron a un salón, y después de beber, salieron afuera y se sentaron en el andén. Al otro lado de la calle un conjunto cristiano estaba tocando y cantando himnos evangélicos que recordaba que su madre cantaba años antes en su cabaña de troncos. Abrumado por la nostalgia, comenzó a sollozar. Uno de los jóvenes en el grupo caminó hasta él y le dijo: “Vamos a ir a la Misión Jardín del Pacífico. ¿No te gustaría venir con nosotros?”.
Vaciló por un momento antes de saltar y ponerse de pie. Y le dijo a sus amigos que estaban sentados en el andén: “He terminado, me voy con el Señor Jesucristo. Hemos llegado a un momento en que debemos separarnos”. Sunday caminó hasta la misión y cayó de rodillas en los brazos del Salvador. Aterrado por su retorno al estadio de béisbol el día siguiente, se sintió placenteramente sorprendido al comprobar que sus compañeros de equipo apoyaban lo que había hecho.
Se unió a la Iglesia Presbiteriana Jefferson Park y asistía regularmente a los estudios bíblicos en La Asociación Cristiana de Jóvenes. En 1888 se casó con Helen Thompson, la hermana del bateador de los Medias Blancas.
En 1891, le puso fin a su carrera de beisbolista para trabajar tiempo completo en la Asociación Cristiana de Jóvenes, por una fracción de lo que había ganado como jugador de béisbol. Después de dos años fue a servir como ayudante del evangelista John Wilbur Chapman. Cuando Chapman de súbito dejó de viajar como predicador en 1895, lo invitó para que celebrara servicios evangelísticos por él en Garner, Iowa. Billy lo hizo así, usando material de los sermones de Chapman, y nunca careció de invitaciones para predicar a partir de ese momento. La Iglesia Presbiteriana no le dio licencia sino hasta 1898, y fue ordenado en 1903, pero no permitió que eso se interpusiera en su camino.
Comenzó celebrando cruzadas evangelísticas en poblaciones pequeñas del occidente medio y gradualmente fue a ciudades más grandes del medio oeste y este. Su estilo de predicación no ortodoxo, sus travesuras acrobáticas y gestos llamativos atraían la prensa, haciendo de él un nombre familiar.
La culminación de sus servicios seguían al sermón cuando invitaba a los miembros de la audiencia “a caminar por el sendero del aserrín” hasta el frente, indicando su decisión de entregarle sus vidas a Cristo. Su cruzada más exitosa fue en la ciudad de New York, en donde noventa y ocho mil doscientas sesenta y cuatro personas “caminaron por el sendero de aserrín” en diez semanas.
Mucho del éxito de Sunday se debió a la experiencia organizacional de su esposa Helen. En el pináculo de su carrera como evangelista tenía un grupo de empleados tiempo completo de veintitrés personas, incluyendo su director de coro, Homer Rodeheaver. Le predicó a más de cien millones de personas durante el curso de su vida, y cientos de miles depositaron su fe en el Señor Jesucristo por medio de su ministerio.
Billy Sunday pronunció su último sermón el 27 de octubre de 1935 y cuarenta y cuatro personas se acercaron hasta el altar en el servicio. Diez días después partió para estar con el Señor. Nadie más hizo tanto como él en los primeros años del siglo viente en Estados Unidos para mantener la fe cristiana vital y creciendo.
Reflexión
¿Cómo reaccionaría usted ante Billy Sunday? El teólogo J. Gresham Machen compartió esta reacción. “Confieso que mucho de él, me dejó frío... Pero en los últimos diez o cinco minutos de su sermón, tenía una nueva comprensión del poder del Evangelio”. ¿Ha tenido usted una reacción negativa a predicadores con un estilo único? ¿Cuál debería su criterio para evaluar la predicación?
“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:1 y 2).