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La jornada espiritual de un hombre

  • Fecha de publicación: Sábado, 05 Noviembre 2011, 01:41 horas

Con alma sincera determinó que debía preparase de inmediato.  Fue y compró el único libro cristiano que conocía, La total obligación del hombre, por William Law, un gran devocional inglés.  Conforme lo leía y lo volvía a leer, clamaba a Dios por misericordia.  Para el tiempo en que recibió la comunión, se había enfermado por la intensa lectura, ayuno y oración.

Luego, tan pronto como tomó la cena, se advirtió que la Pascua estaba próxima y que tendría que volver a recibir los santos elementos.  Buscó libros sobre la cena del Señor y los examinó detenidamente.  Recordó todos los pecados de su vida y se lamentó por ellos.  Sinceramente trató de arrepentirse.

         Cuando llegó la semana santa, leyó que los judíos en su sistema, le transferían los pecados a sus sacrificios.  Esta pregunta penetró en su mente, “¿Debo pasarle mis pecados a otro? ¿Ha provisto Dios una ofrenda para mí a la cual pueda traspasarle mis pecados?”.

         El miércoles de la semana santa, comenzó a esperar que de alguna manera recibiría misericordia.  De jueves a sábado esta esperanza aumentó más y más.  Finalmente el domingo de Pascua se levantó con estas palabras en sus labios: “¡Jesucristo ha resucitado hoy! ¡Aleluya! ¡Aleluya!”.  Conforme comía el pan y bebía el jugo de la vid de la santa cena, sintió que le quitaban un peso de su alma y experimentó una paz que nunca había tenido antes.  Ahora sabía que Jesús con su muerte había pagado por su culpa y sus pecados.

         Charles Simeon creció en su fe y se convirtió en ministro en la Iglesia de la Sagrada Trinidad de Cambridge, en donde sirvió por cincuenta y cuatro años como uno de los más grandes predicadores de Inglaterra.

         En noviembre de 1863, exactamente una semana antes de su muerte, Charles Simeon bebió un vaso de vino que le había prescrito su médico.  Extendiendo sus débiles brazos pronunció esta bendición sobre esos que estaban en la habitación, dijo: “Que todas las bendiciones que mi adorable Salvador compró para mí con sus lágrimas, sí, con su propia preciosa sangre, me sean otorgadas ahora para que las disfrute, y para mis dos queridos amigos... y mis dos queridas enfermeras... Ya no beberé más de ese vino, hasta que lo haga con mi Redentor”.

         Una semana después se encontraba con su Salvador.

Reflexión

         ¿Qué significa para usted la cena del Señor? ¿Se prepara para recibirla, haciendo un inventario personal y arrepintiéndose sinceramente de sus pecados?  Tomar el jugo de la vid en la cena del Señor puede ser sólo otro ritual de la iglesia, o puede ser la renovación de su compromiso con Él.  ¿Qué es para usted?

         “Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga” (Lucas 22:17 y 18).

Modificado por última vez enSábado, 05 Noviembre 2011 02:06
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