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Paz como un río

  • Fecha de publicación: Sábado, 05 Noviembre 2011, 19:09 horas

Cuando comenzaba 1871, Horatio Spafford era un hombre feliz.  Su esposa y sus cuatro hijas eran una fuente de gran gozo y consuelo.  Sus propiedades e inmuebles en el centro de Chicago valían la pena y le estaban dando buenas ganancias, gracias al rápido crecimiento de la ciudad.  Luego en abril de ese año, el gran incendio de Chicago consumió sus pertenencias.  Sin embargo, Spafford se consoló grandemente en el hecho que su familia había escapado del incendio.  Y estas palabras comenzaron a llegar a su mente:

De paz inundada mi senda ya esté

O cúbrala un mar de aflicción,

Mi suerte cualquiera que sea, diré:

Alcancé, alcancé, salvación.

Su pérdida fue amortiguada por una creencia profunda en la soberanía de la mano de Dios.  Era amigo de Dwight L. Moody y había apoyado varias de sus cruzadas.

Ya venga la prueba o me tiente Satán,

No amengua mi fe ni mi amor;

Pues Cristo comprende mis luchas, mi afán

Y su sangre obrará en mi favor.

 

En 1873, los Spaffords se vieron encantados con el nacimiento de su primer hijo.  Pero el niño vivió solamente por un breve tiempo.  Cuando sepultaron su cuerpo, las ruinas carbonizadas todavía se proyectaban en el horizonte de la ciudad.  Chicago, y los negocios de ellos apenas comenzaban a recuperarse del incendio.

 

Feliz yo me siento al saber que Jesús,

Libróme de yugo opresor,

Quitó mi pecado, clavolo en la cruz,

Gloria demos al buen Salvador

 

Dios parecía ofrecerle a los Spaffords un descanso muy merecido del dolor acumulado en los años recientes.  Ahora tenían la oportunidad de viajar a Europa para asistir a Moody con su siguiente campaña evangelística.  Mientras estaban en el extranjero, no sólo tuvieron la oportunidad de compartir el amor de Cristo sino que pudieron visitar la Tierra Santa.  Su destino fue Jerusalén, la propia ciudad en donde la sangre de Cristo había hecho expiación por los pecados de todos esos que creerían en Él.

 

Justo antes del día de acción de gracias ese año, Horatio Spafford hizo que su esposa e hijas subieran a bordo del Ville du Havre, un barco que zarpaba para Europa.  Los negocios retrasaron su propia partida, pero él planeó seguirles en unos pocos días.

Una semana después se despertó con un horrible titular en los periódicos: El Ville du Havre habían chocado contra otra embarcación en medio del Atlántico y se había hundido.  No había ni una sola palabra inicial sobre algún sobreviviente.  Luego el primero de diciembre de 1873, recibió un telegrama de su esposa que decía: “Salvada, sola”.

La fe tornaráse en gran realidad

Al irse la niebla veloz,

Desciende Jesús con su gran Majestad,

¡Aleluya! Estoy bien con mi Dios.

Spafford abordó el siguiente barco que zarpaba para Europa.  Las palabras de este poema que se estaban formando en su cabeza estaban en su corazón cuando pasó por la tumba de agua de sus cuatro hijas, ciudadanas ahora de la ciudad celestial.

¡Aleluya! Estoy bien con mi Dios.

En los años que siguieron Spafford y su esposa establecieron su hogar permanente en Jerusalén, en donde Dios los bendijo con una segunda familia de niños.  Allí desarrollaron un ministerio para las personas que no conocían la realidad de la paz de Cristo como un río.

Reflexión

“Cuando el mar de aflicción” cubre su vida, ¿está su senda cubierta de paz?  Las palabras de Horatio Spafford brotaron de una profunda confianza, de que el propósito de Dios en su vida era perfecto.  Él tiene una finalidad igualmente real para la vida de cada creyente.  No importa cuán mal vayan las cosas, el cristiano puede tener paz sabiendo que el Señor está en control, y que su voluntad para nosotros es la mejor.

“Jehová preside en el diluvio, y se sienta Jehová como rey para siempre.  Jehová dará poder a su pueblo; Jehová bendecirá a su pueblo con paz” (Salmos 29:10 y 11).

Modificado por última vez enSábado, 05 Noviembre 2011 19:13
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