Boletin dominical - 11/07/10
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Cuando es Dios quien toma la iniciativa para llevar adelante una gran tarea misionera, pase lo que pase, ésta será coronada de éxito jamás soñado.
Titus Coan se convirtió durante un despertar espiritual en el occidente del estado de Nueva York. Después de graduarse del seminario en 1834 fue a un viaje misionero a Hilo, Hawaii, entonces conocido como las islas Sandwich. Teniendo un deseo ardiente por llevar el evangelio allí, se dedicó vigorosamente a aprender los lenguajes nativos de Kau y Puna y para 1836 hablaba lo suficientemente fluido para poder predicar en ambos dialectos.
La responsabilidad oficial de Coan era entrenar a maestros y supervisar cerca de dos docenas de escuelas. Pero su visión iba mucho más allá de ser un entrenador de maestros. Su oración era que los hawaianos conocieran a Cristo, y determinó llevarles él mismo el evangelio. En noviembre de 1836 les dio a sus estudiantes una larga vacación de Navidad y se dispuso a realizar una gira a pie por la isla, aparentemente para visitar las escuelas de las cuales era responsable. Cada vez que llegaba a una villa, predicaba. Tal como había esperado, multitudes de personas se reunían para oírlo y fue capaz de predicar en tres a cinco villas en un día.
Cuando Coan llegó a la región de Puna, grandes multitudes se congregaron para escucharlo. En la ciudad más grande predicó diez veces en dos días. Muchos lloraban cuando pudieron comprender que Cristo había pagado el castigo por sus pecados sobre la cruz. Cada vez que concluía su mensaje, las multitudes, en lugar de irse, lo seguían hasta la casa en donde se estaba hospedando. Allí se congregaban, pendientes de cada una de sus palabras, hasta que la casa no podía albergar a nadie más. A las once de la noche, él tenía que insistirles a todos para que se fueran a sus hogares, pero regresaban tan pronto cantaba el gallo la mañana siguiente.
Una conversión particularmente sorprendente en Puna, fue la del sumo sacerdote del volcán. Además de la idolatría, borrachera y adulterio asociado con su sacerdocio, también era un asesino. Sin embargo, después de recibir a Cristo como su Señor y Salvador se convirtió en un hombre lleno del celo por Dios. Su hermana, la sumo sacerdotisa del volcán, aunque inicialmente era hostil al evangelio, también depositó su fe en Jesucristo al ver el cambio de su hermano.
Cuando Coan regresó a casa en Hilo después de un mes, descubrió que había un profundo interés por la salvación. Quienes le habían oído predicar en sus villas en Kau y Puna ahora llegaban a Hilo para seguir escuchando su predicación. En algunos casos, eran villas enteras. La población de Hilo creció a diez mil, conforme las personas se mudaban allí sólo para oírlo predicar. Los domingos el edificio de sesenta metros por veinticinco y medio estaba colmado, con cientos de personas más escuchando afuera. Los hawaianos decidieron por sí mismos que necesitaban una iglesia más grande y en tres semanas construyeron un edificio lo suficientemente amplio para albergar a dos mil personas.
En una ocasión un joven llegó con el intento de interrumpir el servicio, al hacer que los fieles se rieran durante la oración. Pero a cambio de eso, cayó de súbito inconsciente y tuvieron que sacarlo cargado. Varias horas después, cuando recobró el conocimiento, confesó su pecado. No pasó mucho cuando se convirtió en miembro de la iglesia que había tratado de perturbar.
Un año después la tragedia impactó este gran despertar espiritual. Una marejada azotó la isla durante un servicio de oración vespertino. Cerca de doscientas personas fueron barridas por el mar, y aunque sólo trece se ahogaron, los sobrevivientes perdieron casi todas sus posesiones. Sin embargo, la marejada de la iglesia continuó creciendo.
A pesar de las miles de conversiones en 1836 y 1837, la membresía de la iglesia no creció hasta 1838 y 1839. El lento crecimiento reflejaba una falla en la metodología misionera de Coan, no en falta de interés de parte de los nuevos convertidos. Coan registraba la fecha de cada conversión y luego esperaba meses antes de volver a contactar a la persona para asegurarse de que la conversión era real. Sólo entonces invitaba al cristiano ó cristiana para que se uniera a la iglesia. Fue hasta el 1 de julio de 1838, que los primeros convertidos fueron finalmente bautizados y recibidos en la iglesia. En ese día conmovedor mil setecientas cinco personas fueron bautizadas. Para 1853, cincuenta y cinco mil de los setenta mil nativos de Hawaii profesaban el cristianismo.
Mi experiencia en la obra del Señor por casi medio siglo, me ha enseñado muchas lecciones. Una de ellas es que es el Señor quien debe tomar la iniciativa para que determinado hombre creyente vea una obra pujante, sana en doctrinas, libre de todo tipo de levadura. La obra debe crecer “con el crecimiento que da Dios” (Col. 2:19b).
Pastor, J. A. Holowaty