Boletin dominical - 05/12/10
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Cuando prendieron al Señor, todos sus conocidos, seguidores, incluso los mismos apóstoles lo abandonaron. Leyendo los evangelios decimos: ¡Cómo es posible que lo hayan abandonado!, salvo Pedro que lo seguía de lejos sólo para luego negarlo reiteradamente. Pero… cuidado, ¿y nosotros hoy?
Columna Pastoral (05/12/10)
Cuando prendieron al Señor, todos sus conocidos, seguidores, incluso los mismos apóstoles lo abandonaron. Leyendo los evangelios decimos: ¡Cómo es posible que lo hayan abandonado!, salvo Pedro que lo seguía de lejos sólo para luego negarlo reiteradamente. Pero… cuidado, ¿y nosotros hoy?
Hoy en día, exactamente como está profetizado en la Biblia, la humanidad se ha vuelto más insolente, descarada, atrevida y desvergonzada, y sin temor alguno desafía a Dios. Un elemento básico para este rechazo a Cristo y a su Palabra, es la forma cómo “la nueva iglesia” desprecia su doctrina, porque los hombres en lugar de pensar y razonar cuidadosamente en la Palabra de Dios, y en cuál es su voluntad, se entretienen buscando una religión que les satisfaga, practicando la religión de Caín, la religión de las obras.
El Señor Jesucristo dijo a los cristianos: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:14-16). ¡Pero la iglesia ha renunciado a su papel de ser la luz del mundo!
Analicemos esta tendencia actual y recordemos lo que le dijo Jehová Dios a Israel en Isaías 1:18-20: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho”.
Las súplicas constantes de Dios a Israel para que se arrepienta, indican claramente su amor por esta nación. Los israelitas se negaron a cumplir con su voluntad. El Señor trató de razonar en vano con ellos, tal como leemos en Jeremías 44:4: “Y envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar, para deciros: No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco”.
Tampoco es la voluntad del Creador lo que está pasando hoy en día: la violencia descontrolada que existe en nuestro mundo, egoísmo, celo, odio, fornicación, adulterio, divorcio, homosexualidad, lesbianismo, el rechazo a la institución del matrimonio como Dios lo estableció, el aborto y otros crímenes. Todo lo que ocurre no es parte de la voluntad Divina, como tampoco fue el modo corrupto de vivir de las personas en el tiempo de Noé. Ese mundo fue destruido por el diluvio, y el actual está madurando para recibir un castigo peor por su pecado.
El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, no en forma física porque “Dios es espíritu…” (Jn. 4:24). Fue creado para reflejar el carácter moral y espiritual de su Creador, en todos sus pensamientos, palabras y obras. El huerto del Edén no era solamente un lugar de belleza física y abundancia más allá de nuestra imaginación, sino también un paraíso espiritual, un pedazo de cielo en la tierra. ¡Cuán gloriosa debió ser la relación que tuvieron Adán y Eva! El Edén era una sinfonía de la gloria de Dios, manifestada en el vínculo maravilloso de un hombre y una mujer unidos en el primer matrimonio hecho por el Creador mismo. Era la felicidad del amor puro, sin contaminación ni corrupción, expresado en palabras y acciones que demostraban bondad continua, honradez, respeto, bendición, compasión, el buscar la alegría y el gozo del otro, en la maravillosa e íntima compañía mutua.
Cuando la creación del universo, de los animales y del hombre concluyó, Dios dijo que todo “…era bueno…” (Gn. 1:31). Pero entonces... ¿Qué pasó? ¿Cómo ha podido el hombre, creado inicialmente a la imagen y semejanza de Dios, haber desarrollado un odio tan intenso y profundo en contra de su Creador? Y también, ¿cómo es posible que haya tenido la determinación para tomar un camino totalmente aparte de la voluntad de Él, y hacer alarde de su rebeldía ante un Dios tan santo y tan lleno de compasión a quien le debe su propia existencia?
La Biblia llama a este enigma “…el misterio de la iniquidad…” (2 Ts. 2:7), y declara que su origen secreto reside en las profundidades del corazón del hombre como leemos en Marcos 7:21-23: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”. El corazón no es solamente el asiento de las emociones, sino también de la voluntad, tal como si fuera un castillo fortificado y la persona dueña de tal palacio poseyera la única llave. Leemos en Proverbios 4:23: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”.
Dijo el profeta: “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños” (Is. 1:4-7).
El sufrimiento que el Señor Jesucristo soportó en mano de los hombres revela la maldad que existe en nuestros corazones. La gran mayoría falla en captar las profundidades de la depravación en la cual el mundo entero se está hundiendo rápidamente, provocando el juicio de un Dios paciente y misericordioso. La evidencia es abrumadora, pese a todo permanecemos ciegos a la verdad. El engaño se percibe en todas partes, y la mentira se hace pasar por verdad.
Hoy en día se disfraza el aborto como “planificación familiar”. Por medio de esta lógica pervertida los padres asesinan deliberadamente a sus propios hijos antes de nacer. ¡Qué horror! ¿Qué clase de padres son estos? No hablemos de los cristianos nominales, como el caso del catolicismo romano, tampoco de los promotores de la apostasía en todas sus formas, sino de nosotros mismos. ¡Qué apatía, qué negligencia, qué desprecio y cuán poco entusiasmo en el servicio del Señor!
J. A. Holowaty