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Boletin dominical - 28/11/10

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

Si tuviera que encabezar de alguna manera esta nota, creo que lo más acertado sería... «EL PRECIO DE UNA MADRE CRIS-TIANA». Comencemos con el siguiente texto bíblico: “Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Ti. 1:5).

Columna Pastoral (28/11/10)   

Si tuviera que encabezar de alguna manera esta nota, creo que lo más acertado sería... «EL PRECIO DE UNA MADRE CRIS-TIANA». Comencemos con el siguiente texto bíblico: “Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Ti. 1:5).

Este texto de la pluma de Pablo adquiere aún mayor significado si conocemos lo que se dice acerca del joven Timoteo en Hechos 16:1, 2, y el versículo 3, comienza diciendo: “Quiso Pablo que éste fuese con él…”  Y así fue después de cumplir para con él un ritual judaico, puesto que, aunque su madre era judía, no así su padre, quien era griego.

Loida, la abuela de Timoteo y su madre Eunice fueron usadas por el Señor para hacer de Timoteo el joven aquel de quien “…daban buen testimonio… los hermanos que estaban en Listra y en Iconio” (Hch. 16:2).

¿Es usted una madre?  ¿Qué de sus hijos?  ¿Pueden los hijos suyos ver en su madre y su abuela a mujeres piadosas, temerosas de Dios y ocupadas en la formación de los jovencitos, hijos y nietos respectivamente?  Vivir lo que predicamos no es lo mismo que... «Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago».  Las madres y abuelas más afortunadas son las que conocen a Cristo Jesús y son mujeres de testimonio intachable y sabiduría divina.

Permítame a continuación ofrecerle a una mujer cristiana cuyo legado para sus hijos fue literalmente su propia vida.  Quiero que lea esta columna con especial atención, y quiera el Señor que le sea de ayuda para usted que ya es madre, o para usted que sueña con ser una algún día.

En abril de 1573 Maeyken Wens fue arrestada junto con cuatro personas más mientras estaban reunidos en un estudio bíblico en Antwerp, Bélgica.  Maeyken era la esposa de Mattheus Wens, un ministro anabaptista.  Los anabaptistas creían en el bautismo de los creyentes y más tarde se llama-ron menonitas por su líder Menno Simons.

Después del arresto, fueron puestos en prisión bajo las condiciones más severas.  Maeyken fue interrogada repetidamente por los sacerdotes, quienes trataron de hacer que negara su fe.  Cuando la intimidación no funcionó, usaron la tortura, pero ni aun así ella negó a su Señor.

Finalmente el 5 de octubre de 1573, Maeyken Wens y los otros cuatro arrestados con ella, fueron sentenciados a ser quemados en la hoguera.  Ese día le escribió una última carta a su hijo Adrián, un joven de quince años.  Le dijo: «Oh mi amado hijo, aunque voy a ser quitada de ti de este mundo, esfuérzate desde joven por temer a Dios, y así tendrás a tu madre nuevamente allá en la Nueva Jerusalén, en donde no habrá más separaciones.  Mi querido hijo, voy a irme antes que tú; y si valoras tu alma sígueme, porque aparte de esto no hay otra forma de salvación.  Así que ahora te encomiendo al Señor para que te guarde.  Confío en que Él lo hará si lo buscas.  Ámense todos los días de su vida; toma al pequeño Hans en tus brazos ahora y cuando yo no esté, hazlo por mí.  Y si tu padre es quitado de ustedes, cuídense el uno al otro.  El Señor los guarde a todos.  Bésense el uno al otro en mi nombre, para que me recuerden.  Adiós mis amados hijos, los dos.  Hijo querido, no tengas miedo de este sufrimiento, porque no es nada comparado con ese que se debe soportar para siempre.  El Señor quitó todo temor de mí, ya que no sabía cómo regocijarme cuando fui sentenciada.  Por lo tanto dejé de sentir miedo por esta muerte temporal, y no puedo agradecer plenamente a mi Dios por la gracia tan grandiosa que me ha mostrado.  Adiós una vez más Adrián, hijo querido, siempre sé amable con tu afligido padre todos los días de tu vida, no lo agravien, por esto oro por todos ustedes, porque lo que escribí para ti que eres el mayor, es también para tu hermano menor.  Y una vez más los encomiendo al Señor.  He escrito esto después que he sido sentenciada a morir por el testimonio de Jesucristo, el día 5 de octubre, en el año del Señor Jesucristo de 1573.

                   Maeyken Wens».

    El día siguiente Maeyken y los otros creyentes fueron preparados para la ejecución.  El verdugo llegó a la celda y ordenó que cada uno sacara la lengua.  Les colocó una abrazadera de hierro alrededor de ella y la apretó con un tornillo, luego les quemó la punta para que se hinchara y la abrazadera se mantuviera en su lugar, impidiéndoles así hablar de sus verdugos.  Las víctimas tuvieron que marchar hasta la plaza de mercado de Antwerp.

El joven Adrián no podía permanecer lejos de su madre y llegó cargando en sus brazos a su pequeño hermano Hans de tres años.  Sin embargo, cuando vio que la llevaban hasta el lugar de ejecución y la ataban para ser quemada, se desmayó y no recuperó el conocimiento hasta que ella y los demás habían sido incinerados.

Adrián se quedó detrás después que todos se habían ido del lugar y fue a buscar las cenizas de su madre.  Allí sólo encontró su lengua con el tornillo.

Hoy nos cuesta creer todo esto, pero la historia registra miles de casos parecidos donde hombres y mujeres dieron sus vidas por su fe.  El Señor nos permite vivir en otra época, otras leyes y, a no dudar, otra clase de cristianismo.  Somos tal como dice Juan en Apocalipsis 3:17: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. Muchas madres aceptan tener hijos, alimentarlos, vacunarlos, educarlos intelectualmente, comprarles juguetes que simulen pistolas y otras armas para practicar la violencia.  Por supuesto, la madre los lleva a la iglesia a su... “clase cuna”, hasta que finalmente sin Cristo, sin Dios, sin esperanza y jóvenes aún, fuera de su... “clase cuna” van a parar a la “clase tumba” esperando el sonar del despertador de la segunda resurrección para comparecer ante el Gran Trono Blanco, ser juzgados, condenados y destinados al lago de fuego.  ¿Es todo cuanto puede dejar, hermanita, a sus hijos como legado?

¿Por qué no clamar a Dios en oración por la salvación de cada uno de ellos?  ¿Por qué no hacer ahora que aún hay esperanza para que ellos reciban a Cristo como Salvador personal?  ¿Por qué no darles con su propio ejemplo la vida cristiana de una madre?

J. A. Holowaty

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