Boletin dominical - 16/06/13
- Fecha de publicación: Sábado, 15 Junio 2013, 17:42 horas
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En la Biblia se mencionan varias veces al caballo. En realidad es uno de los animales más útiles, inteligente y leal. Se sabe de caballos que al comprobar la muerte de su jinete, se negaron a comer y murieron a los pocos días también.
Pero el caballo que nos ocupa hoy no se menciona en la Biblia. Esta es una historia real. Ocurrió en Paraguay. Un pastor a quien tuve el gusto de conocer hace muchos años y luego, después de unos 35 años volví a verlo de nuevo. Ya está con el Señor, pero lo que este hombre de Dios hacía nada tiene que ver con las “marchas para Jesús”, ni conciertos pop y tampoco tuvo el llamado para “llevar el evangelio al mundo mediante la música rock”. Este caballero, de nombre Luis Casco, evangelizaba más bien a la gente del campo. Así cuando llegaba el día de sus salidas para llevar la Palabra, ensillaba su caballo, se aprovisionaba de suficiente folletos, cabalgaba por esos polvorientos caminos y ni bien se encontraba con alguien, así sea que se trataba de otro jinete, tal vez alguien caminando a pie o alguien valiéndose de su carroza; el pastor los detenía y les hablaba de Cristo y del perdón de Dios.
Con el correr del tiempo, el caballo aprendió que, cada vez que encontraba a alguien, se detenía, como diciendo a su jinete: “no pierdas tiempo, háblale a este también”. Por supuesto que Don Casco no perdía una sola oportunidad.
Pero llegó un día cuando ya no pudo continuar con tan bello y original ministerio. Un vecino que necesitaba un buen caballo se lo compró. Cuando este nuevo jinete comenzó a cabalgar, descubrió algo raro en este animal. ¿Por qué se detenía cada vez que encontraba a alguien? No cabía en sí, el caballo esperaba que su jinete le hablara a quien venía a su encuentro. El caballo no sabía que el jinete no tenía ningún mensaje que comunicar.
Lo tuvo por algunos días, hasta que se cansó de tan extraño comportamiento y se lo llevó de regreso a su dueño original. Grande fue la sorpresa del pastor cuando el comprador del animal apareció, un tanto disgustado montando su fiel caballo.
“Oiga” le dijo, este caballo es el más raro que jamás haya visto ¿Qué le pasa, amigo? Pues... aunque no me crea, lo monté el otro día para hacer algunas diligencias, pero me retrasé mucho, porque cada vez que encontraba a alguien, así sea un grupo de personas, un niño, un adulto o incluso otro viniendo a caballo, este animal “frenaba en seco” y se detenía. ¿Qué tiene este animal? ¿Por qué se detiene cada vez que se encuentra con alguien? Entonces Don Casco, muy gentilmente le dijo: Escuche amigo. El caballo está perfectamente bien. Es muy dócil, muy fiel y no hay nada de extraño. Yo soy pastor y mi único interés en esta vida es que otros oigan el evangelio y sean salvos. ¡Un momento! le dijo el extrañado visitante. Usted sí, lo entiendo, pero, ¿y el caballo? ¿qué tiene que ver el caballo con sus convicciones religiosas? Déjeme terminar le replicó nuestro hermano. Cada vez que yo encontraba a alguien que venía hacía mí, me detenía. Le saludaba y le hablaba de Cristo y de la Salvación. A veces mi conversación era larga; otras veces no, pero el caballo aprendió que para hacerlo, había que detenerse. El caballo no sabe que usted no es predicador ni cree que necesita de Cristo para ser salvo. Así que no lo culpe, él es un animal que vale mucho. Por lo menos a mí nunca me permitió que dejara de hablar a un pecador para que se salvara y evitara así la condenación eterna.
El vecino, se sacó el sombrero de paja, secó el sudor de su frente y le dijo: Deme el dinero y llévese su caballo. Yo no lo compré como evangelista, lo compré para que me llevara de un lugar a otro. Y así, don Casco se quedó de nuevo con su fiel caballo y el vecino recibió su dinero y se retiró sin saber qué pensar de esos «¡Evangelios!».
Pastor J. A. Holowaty