Preparándonos para el Rapto de la Iglesia
- Fecha de publicación: Sábado, 20 Junio 2020, 15:23 horas
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Actualmente y conforme continúa la pandemia de coronavirus y la agitación social, sin que aún podamos tener noticias concretas respecto a la forma cómo controlarla, la humanidad en general observa las señales de los tiempos: el avance de esta epidemia, los fallecimientos, los conflictos que se están generando día a día por su causa, el deterioro en la economía, la angustia de las gentes, el miedo a las guerras y los rumores de guerras.
Muchos están convencidos que el juicio Divino se acerca, y ciertamente Dios estaría muy justificado si extendiera Su poderoso brazo castigador... ¿Pero cómo debemos actuar? ¿Debemos humillarnos y orar? ¿Arrepentirnos? ¿Volvernos de nuestros caminos pecaminosos? ¿Clamar a Dios por misericordia? Él anhela que nosotros, los seres humanos, creados a Su imagen, nos arrepintamos de nuestros malos caminos y le busquemos.
La Biblia revela Su plan perfecto para la humanidad, pero el arrepentimiento es mucho más que lamentarnos por haber hecho algo malo. Es una tristeza profunda por estar ofendiendo a Dios, es hacer un giro en dirección contraria con la determinación de nunca más hacerlo. Estamos agradecidos por la gracia y el perdón Divino, pero debemos comprender que Su misericordia no es una licencia para continuar pecando.
Ésta es la necesidad más urgente para nuestros tiempos. La Iglesia debe buscar al Creador en humildad y oración, y arrepentirse de sus transgresiones. Los creyentes debemos arrepentirnos de nuestro pecado individual, y luego procurar Su misericordia.
Está registrado en el sitio de Internet Presidential Prayer Team, Grupo Presidencial de Oración, que durante una proclamación nacional por oración y arrepentimiento en 1863, el entonces Presidente de Estados Unidos, el señor Abraham Lincoln escribió: «Nos hemos olvidado de Dios. Hemos olvidado Su mano de gracia que nos preservó en paz, que nos multiplicó, enriqueció y fortaleció. Hemos imaginado vanamente, en la falsedad de nuestro corazón, que todas esas bendiciones fueron producidas por alguna sabiduría y virtud nuestra. Intoxicados con nuestro rotundo éxito, nos hemos hecho demasiado auto-suficientes como para necesitar redención y gracia preservadora, ¡y nos sentimos demasiado orgullosos para orar al Dios que nos hizo! Nos corresponde, pues, humillarnos ante ese Poder ofendido, confesar nuestros pecados nacionales, y orar por clemencia y perdón».
Es cierto que estamos viviendo en días peligrosos y que la muerte y la inseguridad nos acecha, pero aún no es el fin, sino que antes de que comience la Tribulación, tiene que ocurrir el hecho más maravilloso de la historia de la humanidad: ¡El retorno del Señor Jesucristo por su Iglesia!
Pero tenemos que estar listos para ser partícipes de este glorioso evento, aunque muchos no saben qué significa prepararse para el regreso del Señor Jesucristo. Cuando hablamos del Rapto: del regreso de Cristo por Su Iglesia, a menudo decimos: «¡Debemos estar preparados!» Esto se debe a que el Señor Jesucristo dijo refiriéndose al tiempo previo antes de Su venida: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca. También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Lc. 21:25-32).
El Señor nos advirtió, de que cuando viéramos que comenzaban a suceder todas estas cosas, deberíamos prepararnos para Su regreso.
Israel, la semblanza profética de la higuera, dejó de existir como nación en el año 70 de nuestra era, pero el Señor Jesús dijo bien claro, que su renacimiento sería la señal más evidente de la cercanía de Su retorno. Israel, la higuera de Dios, que estuviera disperso por todo el mundo fue refundado como nación el 14 de mayo de 1948.
El hecho más importante es que el Señor Jesús recalcó: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca”. En el principio, la duración de una generación era de cientos de años, pero después del diluvio, “Dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años” (Gn. 6:3). Sin embargo, esto cambió, porque dicen varias Escrituras y más específicamente Salmo 90:10a con respecto a la duración de una generación: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años...”
Ya han transcurrido 72 años desde que Israel fuera refundado como nación, lo cual indica, de acuerdo con la Palabra profética de Dios, que podríamos encontrarnos muy cerca del tiempo del retorno del Señor Jesús por Su Iglesia.
Todas estas señales de los últimos tiempos detalladas en el capítulo 21 de Lucas se están cumpliendo, como una indicación de que el Señor Jesucristo podría venir más pronto de lo que habíamos pensado previamente. Y, como puede regresar en breve, necesitamos prepararnos.
Entonces se plantea la pregunta: “¿Qué debemos hacer para estar listos?” Por supuesto, el Señor Jesús también nos dio la respuesta en Lucas 21:34-36: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre”.
Aquí el Señor deja muy claro lo que debemos hacer a fin de prepararnos para Su regreso, en el rapto de la Iglesia al cielo. Estar listo para el retorno de Jesús requiere primero haberlo aceptado como Señor y Salvador. No hay otro medio para ser salvo y recibir el perdón de nuestros pecados. Es el único, para poder presentarnos ante Dios, santos y sin culpa, revestidos con la santidad que Él mismo nos imputa.
Después, evitar el pecado. Si ya somos cristianos, obviamente debemos tratar de vivir una vida en conformidad con Su Palabra, alejados de la maldad.
Lo siguiente es permanecer a la expectativa. El Señor Jesucristo nos ordena que velemos, que estemos atentos por Su regreso. A pesar de todo, escuchará decir a algunos pastores: «La profecía bíblica no tiene sentido». Sin embargo, Jesús mismo dijo que cuando viéramos estas señales, permaneciéramos a la expectativa. Por tanto, observemos las señales de los tiempos que indican la proximidad de Su retorno.
Como estamos viviendo en tiempos peligrosos y malos, debemos mantenernos en oración para ser librados del mal. Oremos para que el Señor nos proteja a todos: a nosotros, nuestras familias, a la Iglesia de cada uno individualmente, a toda la Iglesia en general, a nuestros amigos, naciones, Israel en particular, a los gobernantes y el mundo entero. Necesitamos protección en estos días tenebrosos.
Depositemos nuestra esperanza en el hecho de que el Señor Jesucristo regresará para llevarse al cielo a todos los que han creído en Él como su Señor y Salvador. Y sobre eso dice el apóstol Pablo: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit. 2:11-13). Hoy todos podemos aferrarnos a esa esperanza.
Pero... ¿cómo podemos asirnos a ella? ¡Aceptando a Jesucristo como Señor y Salvador! Si aún no lo ha hecho, entonces ore de corazón y crea que Jesús es el Hijo de Dios, que murió por sus pecados. Cuando deposite su fe y confianza absoluta en Él, sus pecados le serán perdonados, su culpa será borrada y heredará la vida eterna con nuestro Padre Celestial para siempre.
Los escritos de los Apóstoles reflejan estos conceptos: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:5-9).
Aquí vemos la necesidad de reconocer nuestro pecado y confesarlo al Señor. Pero... ¿qué con respecto a la necesidad de reconocer ante nuestros semejantes que les hemos ofendido y pedirles perdón? Sobre esto dice la Escritura: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Stg. 5:16).
El Señor Jesucristo en su Sermón del Monte, dijo: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mt. 5:23, 24).
Y el apóstol Pablo, al dar instrucciones sobre la Cena conmemorativa, declaró: “De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa” (1 Co. 11:27, 28).
La Biblia enseña claramente, que debemos arrepentirnos de nuestros pecados delante de Dios, y luego confesarlos a quien hayamos ofendido, pidiendo su perdón y haciendo restitución cuando sea posible.
Cada persona tiene libre albedrío, y Dios no viola esa libertad. Recordemos esta conversación que el Señor tuvo con Sus discípulos sobre el perdonar: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mt. 18:21, 22).
Los discípulos del Señor Jesús tenemos un llamado muy elevado. Somos llamados a caminar en la luz, confesar nuestros pecados a Dios cuando fallamos, confesar nuestras culpas unos a otros, y perdonar a nuestros semejantes sin demora todas las veces que sea necesario. Sí, el regalo de la gracia de Dios está a nuestra disposición cuando confesamos, pero eso también significa que no debemos volver a pecar. Recuerde, el arrepentimiento significa volver en dirección opuesta, es “Vete, y no peques más”.
En resumen: ¡Acepte al Señor Jesucristo como su Señor, su Salvador, evite pecar, manténgase atento, ore para escapar del mal, y espere el Rapto!