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Ocupémonos en lo que realmente es importante

  • Fecha de publicación: Sábado, 26 Septiembre 2020, 12:50 horas

Hoy, nos encontramos en la mayor encrucijada de la historia moderna.  El mundo entero enfrenta una pandemia global y la humanidad inconversa se debate entre el miedo y la ansiedad.  El coronavirus que aflige al mundo entero ha creado su propia clase de terror.  Aunque provoca mucho del miedo y ansiedad que causa el terrorismo, no es generado por seres humanos, sino como dicen los expertos “por la naturaleza”, por lo tanto, demanda una respuesta diferente.

El coronavirus ha trastornado la vida cotidiana, tiene paralizada la economía y ha separado a las personas entre sí.  Ha engendrado miedo a lo extraño, a lo desconocido y lo invisible; desocupado las calles, restaurantes, cafés y lugares de recreación; inculcado una agorafobia casi universal, suspendido los viajes aéreos y cerrado las fronteras.

Ha sembrado la muerte por miles y ha colmado los hospitales con enfermos y muertos, convirtiéndolos literalmente en antesalas de la muerte.  Mientras las personas entran en las tiendas y almacenes con máscara y guantes, como si estuvieran yendo a la batalla. 

No se trata de un enemigo humano o ideológico, es algo que no conocemos, no podemos controlar, y por eso le tenemos miedo.  De acuerdo con el sitio de Internet https://coronavirus.jhu.edu/map.html, del Instituto de Medicina de la Universidad John Hopkins, en el momento en que estamos redactando este mensaje, 26 de septiembre del 2020 a las 16:02 p.m., la cifra global de infectados asciende a 32.679.786 casos, y los muertos a 990.872.

Es cierto que lo que estamos viviendo es algo único, sin precedentes en los anales de la historia, pero el Señor Jesucristo dio esta Gran Comisión para cada cristiano verdadero, y es en lo que deberíamos estar ocupados todos.  Dijo: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Mr. 16:15).  “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19).

La santidad y justicia de Dios requiere que los pecadores estemos separados eternamente de Él.  Vernos privados completa y eternamente de ese amor para el que fuimos creados, sería estar abrasado con una sed que sólo crecería cada vez más hasta hacerse insoportable.  Dios, sin embargo, libremente y por Su gracia nos ofrece salvación de la más tenebrosa condenación.

"El Evangelio de Su gracia” declara que Él se hizo hombre mediante un nacimiento virginal, que este Hombre-Dios sin pecado, murió en nuestro lugar satisfaciendo su propia justicia al sufrir el castigo eterno que merecíamos nosotros, resucitando el tercer día para que todos los que creamos en Él seamos perdonados y recibamos la vida eterna como un don.  La salvación es así de simple y maravillosa, y debe ser predicada en esa simplicidad.

Contrario a la creencia popular de los expertos en predicación, la homilética que se enseña en los seminarios, no ayuda sino que obstaculiza la comunicación del Evangelio.  La habilidad en la oratoria pública o la maña y técnica de los vendedores pueden ser de ayuda en una profesión secular, no con el Evangelio: “Pues... el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, [sino que] agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co. 1:21).

El Señor Jesucristo nos ordena "predica[r] el evangelio" y "hace[r] discípulos".  La llamada Gran Comisión dada en Marcos 16:15 y Mateo 28:18-20 aplica igualmente a todo cristiano, pasado, presente y futuro.  Ese hecho es bien claro de acuerdo con las palabras del mismo Cristo: "Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mt. 28:20).

Los primeros discípulos del Señor Jesucristo debían enseñar a sus convertidos a obedecer todos los mandamientos que les había dado, incluyendo la predicación del evangelio, instruyéndolos a acatar cada mandato.  Eso mismo es para nosotros hoy, quienes también debemos obedecer todo lo que les ordenó a los 12 primeros discípulos.

El Evangelio es la única solución para el efecto destructivo del pecado en la vida diaria y la única vacuna efectiva contra el coronavirus.  A pesar de todo muchos evangélicos han perdido la fe en su poder e imaginan que se necesita algo más, como por ejemplo programas atractivos, asesoramiento psicológico o nuevas revelaciones de los “profetas modernos”.  Pablo se refirió a "la locura de la predicación" porque el simple evangelio que él predicaba era motivo de desprecio.  Lo mismo ocurre en nuestro día. 

Uno de los grandes best-sellers de este momento es el libro de Joel Osteen titulado “I am - Yo soy”, el cual se anuncia así en Amazon.com: «Joel Osteen revela cómo ‘Yo Soy’ puede ayudarle a descubrir sus habilidades y ventajas únicas para llevar una vida más productiva y feliz.  Sus ideas y aliento están ilustradas con muchas historias asombrosas de personas que cambiaron sus vidas al enfocarse en el poder positivo de este principio.  Usted puede elegir elevarse a un nuevo nivel e invitar a la bondad de Dios concentrándose en estas dos palabras: ¡YO SOY!»

Pero eso es una gran mentira del diablo, los cristianos de ayer y de hoy tenemos que estar firmes en la fe, vestidos con la armadura de Dios y portando una sola arma, "la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (Ef. 6:17).

No son las credenciales académicas, la oratoria brillante o la persuasión del predicador, sino el evangelio puro el que convence a los oyentes.  No debemos intentar embellecerlo con sabiduría humana y celo, mejorarlo, o en alguna forma hacerlo más atractivo para los no salvos.

El evangelio presentado en su incambiable pureza, es el mensaje que honra el Espíritu Santo al convencer y declarar culpable a esos que lo escuchan: "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado" (Jn. 16:8-11).  ¡Esta es la verdad a la que los evangélicos debemos asirnos una vez más!

Pablo declaró que la "sabiduría de palabras" hacía "vana la cruz de Cristo" (1 Co. 1:17).  Por consiguiente, determinó que su predicación no sería "con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder".  Para que así la "fe" de los convertidos "no est[uviera] fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios" (1 Co. 2:4, 5).

Muchos que profesan ser cristianos están comprometiendo el Evangelio e incluso algunos hasta lo niegan.  Es común escuchar a personas que dicen cuando muere algún familiar o amigo: «Mi más profunda esperanza es que su alma reciba la gracia y salvación que ganó mediante su buena vida y buenas obras».

No son las buenas obras, las metodologías ni las técnicas las que contribuyen a la salvación de una persona.  El amor genuino a Dios y a otros, es algo más que la aceptación y apreciación del Evangelio, tal como dijo el apóstol Juan: "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Jn. 4:19).  Esa "vieja, vieja historia" revela el amor de Dios.  Esos que predican en verdad deben estar motivados y facultados con el poder de ese mismo amor.

Bueno, tal vez usted diga: «Yo no soy pastor o predicador, por lo tanto, ese consejo acerca de predicar el evangelio no tiene nada que ver conmigo».  "La locura de la predicación" incluye el compartir a Cristo con vecinos por encima de la valla del patio o con un amigo por teléfono.  El Señor Jesucristo nos ordena "predica[r] el evangelio" y "hace[r] discípulos".  La llamada Gran Comisión dada en Marcos 16:15 y Mateo 28:18-20 aplica igualmente a todo cristiano, pasado, presente y futuro.

Ese hecho es bien claro de acuerdo con las palabras del mismo Señor Jesucristo, "enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mt. 28:20).  Los primeros discípulos del Señor Jesucristo debían enseñar a los convertidos a obedecer todos los mandamientos que Él les había dado, incluyendo la predicación del evangelio, enseñándoles asimismo a obedecer cada mandato dado por Él.  Lo mismo es para nosotros hoy, porque también debemos obedecer todo lo que ordenó a los 12 primeros discípulos.

Estas palabras del Señor Jesucristo corrigen un buen número de errores populares, tales como la idea de que sus enseñanzas en los cuatro Evangelios son sólo para Israel, o únicamente para ser obedecidas durante el milenio y que no son para la Iglesia de hoy.  También eliminan la idea de que "el evangelio del reino", el cual predicara el Señor Jesucristo y los discípulos antes de la Cruz, es de alguna forma diferente al evangelio que debemos predicar hoy.

Una de las principales fuentes de error de la Iglesia Católica Romana, de que el Papa es el sucesor de Pedro y que sólo la jerarquía de sacerdotes, obispos y cardenales, entre otros, son los sucesores de los primeros apóstoles, se ha demostrado que es falsa.  Cada convertido a Cristo, así como recibe un mandato, también recibe el poder del Espíritu Santo para obedecer lo que ordenó a los 12 primeros discípulos y para actuar con toda la capacidad para la cual el Señor lo ha entrenado y comisionado.

«La vieja, vieja historia de Jesús y su amor», tal como dice el himno clásico, «es siempre nueva» y muy querida «por esos que la conocen bien».  Nosotros no avanzaremos, ni siquiera en la eternidad, a una experiencia o entendimiento espiritual mayor que el que produce la fe en el simple evangelio que nos salva. 

Dios nos amó tanto que se hizo hombre, y aunque odiado, rechazado, despreciado, murió en nuestro lugar para reconciliar a los pecadores consigo mismo.  Esto siempre será para las almas rescatadas, el manantial de amor, gozo y adoración en el cielo.  En la eternidad nunca tendremos un cántico más nuevo o mejor que la «vieja, vieja historia» que siempre será nueva.

"Digno eres... porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios..." (Ap. 5:9).  ¡Aquí yace el secreto del gozo para los que habitan el cielo!  ¿Por qué hay algunos cristianos deprimidos, inseguros, egoístas, mundanos, faltos de amor, gozo, paz y victoria en Cristo?  Porque «la vieja, vieja historia de Jesús y de su amor» no ha llegado a ser una realidad actual en sus vidas.  Los creyentes no necesitamos consejos psicológicos, sino volver a nuestro "primer amor" (Ap. 2:4).  Tenemos que meditar incesantemente en esta verdad tan maravillosa, en el simple evangelio, el cual por sí solo enciende el amor genuino y la gratitud sincera que debemos expresar continuamente a nuestro Señor.

«Oh, la cosa más maravillosa de todas», dijo el escritor de un himno, «¡Qué Dios me ame a mí!»  Es tan simple que un niño puede creerlo, ¡a pesar de ser tan profundo que se necesita la eternidad para comenzar a comprenderlo!

Esto se revela en la muerte de Cristo en nuestro lugar.  Sin duda todos los que hemos probado ese amor debemos sentirnos impulsados por él, para decir a otros de la salvación disponible por la gracia de Dios.  Sólo la apreciación del amor y gracia del Creador transforma a los pecadores en santos gozosos y victoriosos, los continúa manteniendo en victoria ahora y eternamente, y es el mejor antídoto contra el miedo al coronavirus.

“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3:17).  “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12).

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