María - la madre de Jesús
- Fecha de publicación: Sábado, 08 Mayo 2021, 18:46 horas
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Dice la Palabra de Dios que… “Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:26-28). La expresión “muy favorecida” se origina de una sola palabra griega, que esencialmente significa «mucha gracia», lo cual indica que María recibió la gracia de Dios.
La gracia es un “favor inmerecido”, una bendición que se nos otorga a pesar de no merecerla. Ella necesitaba la bondad del Creador y también a un Salvador, como el resto de nosotros, así lo entendió y declaró en Lucas 1:47: “Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Por la gracia de Dios, reconoció que necesitaba a un Salvador, porque la Biblia no dice que fuese una persona diferente, sino un ser humano normal a quien Él eligió para usar de una manera extraordinaria. Es cierto que era una mujer justa y favorecida, pero al mismo tiempo una pecadora que necesitaba al Señor Jesucristo como su Salvador, como todos los demás seres humanos.
No tuvo una “inmaculada concepción”. La Biblia ni siquiera sugiere que su nacimiento fuera otra cosa aparte de algo humano normal. Pero sí era virgen cuando concibió a Jesús: “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:34, 35). Sin embargo, no siempre fue virgen. La idea de su virginidad perpetua no es bíblica, sino que la Biblia declara en Mateo 1:25, que José “... No la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS”.
La palabra “hasta” claramente indica que José y María tuvieron una intimidad normal en el matrimonio, después del nacimiento de Jesús, y que además tuvieron varios hijos. Jesús tenía medio hermanos y hermanas, tal como dice la Escritura: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros?” (Mt.13:55, 56). Dios la bendijo y favoreció dándole varios hijos, lo que en esa cultura era aceptado como la indicación más clara de la bendición Divina sobre una mujer.
La historia de María, la madre de Jesús, es para algunos difícil de asimilar. Por siglos ha sido difamada y también adorada como divina. Sin embargo, ninguna de las dos actitudes permite que veamos a la persona real, tampoco deja que podamos comprender el significado profundo de su experiencia, implícito en la Palabra de Dios. Nos será de mucha ayuda que examinemos todo a la luz de la Biblia, para que tanto hombres como mujeres entendamos cuál es el verdadero papel de la mujer en el hogar, especialmente el de las madres.
A diferencia de su esposo José, la Biblia y los textos sagrados judíos, aportan mucha más información sobre ella. Cuando estudiamos su historia es necesario primero, separar la verdad de la ficción. Vamos a analizar algunas enseñanzas y tradiciones respecto a su vida, trataremos de desenmascarar el mito y finalmente conoceremos la verdad.
Lamentablemente la iglesia tradicional le asignó un papel, al cual ella nunca aspiró, ni mucho menos estaba entre los planes de Dios, aunque sabía que así sería. Este culto de devoción a la reina del cielo, contaminó al cristianismo, cuando bajo el estandarte de Constantino, los paganos empezaron a borrar los nombres de las estatuas de sus diosas y a poner en su lugar el de “María”.
El catolicismo romano, considerado tradicionalmente como “la iglesia cristiana”, fue el que la convirtió en una diosa. Para comprobarlo, y a manera de ejemplo, citaremos un parágrafo de lo que enseñan en el Catecismo Católico, sobre los supuestos atributos de la madre de Jesús: «963 - Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. ‘Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza' (San Agustín). ‘Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI, discurso 21 de noviembre 1964)». Por el contrario la Escritura afirma: “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador” (Ef. 5: 23).
Para poder visualizar cómo era la vida diaria de María, debemos primero aclarar algo respecto a la posición de la mujer dentro del judaísmo tradicional. Su situación no era tan mala, como muchos usualmente la imaginan. De hecho, en muchas maneras, era mucho mejor que la de las norteamericanas bajo la ley civil en el siglo pasado, y de los millones de otras mujeres en el mundo. Las judías de la antigüedad tenían el derecho a comprar, vender, poseer propiedades y realizar contratos legales, lo que no tenían las mujeres en países occidentales hasta principios o mediados del siglo XX.
Desde los tiempos bíblicos, muchas judías se ubicaban al mismo nivel de su contraparte masculina en situaciones de fiesta o hambruna, paz o guerra, tranquilidad o persecución. La tradición entre los judíos, siempre le ha otorgado respeto a la mujer como parte de su cultura étnica. El judaísmo enseña que ambos fueron creados a la imagen de Dios. Por lo tanto, las mujeres son tratadas como iguales. Aunque Adán fue creado primero, no hay indicación en la Torá de que por ser primero fuese mejor. Las obligaciones y responsabilidades eran diferentes, pero no menos importantes. Incluso, en algunas instancias, el impacto de las mujeres era de mayor magnitud en la comunidad, que el de los hombres.
Las damas eran vistas como guardadoras del hogar y de suprema importancia en la familia judía, papel que nunca debe ser subestimado. Desde tiempos muy remotos, el hogar fue considerado como centro de la vida religiosa. Fue reconocido como la piedra fundamental de la sociedad, y por lo tanto, la crianza de los niños como miembros de la comunidad representaba la suprema responsabilidad en su pacto con Dios. La Torá y los maestros de Israel aclaran que Dios quería que el hogar fuese un lugar de amor y tranquilidad, donde los hijos pudieran aprender a conocerlo y amarlo. Su santidad nunca debía profanarse con violencia, impaciencia, hipocresía ni falta de respeto.
Debido a ese énfasis en la santidad del hogar, el pueblo judío pudo adaptarse con relativa facilidad, ya que desde la destrucción del templo ocurrida en el año 70 de la era cristiana, y luego que fuera dispersado por todo el mundo, los ritos de adoración que se celebraban en el templo comenzaron a practicarse en las casas. De no haber sido así habrían desaparecido. El hogar, por lo tanto, llegó a ser reverenciado por el pueblo de Dios y reconocido como el pegamento que los mantenía unidos, a pesar de estar dispersos.
La oración, el estudio de los cinco primeros libros de Moisés y el cuidado de las necesidades comunitarias, que siempre fueron parte de la vida familiar judía, se convirtieron en responsabilidad única del hogar. La mesa de comer tomó el lugar del altar. Como nunca fue vista como un simple mobiliario para colocar los alimentos y comer, sino también como un instrumento espiritual dedicado al servicio de Dios, la mesa como "altar sagrado" adquirió un significado aún mayor. Ante ella se cantaban alabanzas, el padre instruía a la familia con las palabras de la Torá, celebraban las fiestas bíblicas y se inculcaba el amor a Dios y el respeto hacia los semejantes.
Aunque María probablemente no vivió para ver la destrucción del templo, ni los cambios subsecuentes dentro del judaísmo, el ejemplo de su vida como mujer y madre dentro del hogar compartido con José y su familia debió de haber contribuido y aportado a la transición de la adoración desde el templo hasta el hogar. Asimismo, las mujeres judías eran vistas como colaboradoras espirituales. Tradicionalmente, ese papel había sido considerado como responsabilidad del hombre, y algunos han enseñado equivocadamente que la mujer no podía desempeñarlo, ni se le permitía que realizara ciertas tareas de la Ley requeridas a los hombres.
Sin embargo, la verdad es todo lo opuesto, y el principio bíblico que lo fundamenta se encuentra en la historia de la creación en el capítulo 2 de Génesis, versículos 21 y 22. Allí leemos: “Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre”.
Aquí vemos que Dios removió una “costilla” de Adán y “formó” a Eva. La palabra hebrea «baná» significa «construir». Ese vocablo proviene de la raíz biná, que se refiere a la inteligencia y el conocimiento intuitivo de Dios. En otras palabras, eruditos judíos dicen que la mujer recibió una medida adicional de biná, y que la Torá la describe con mayor fe que su compañero masculino. Como resultado, los hombres obligatoriamente deben participar en ciertas actividades religiosas, mientras que las mujeres son eximidas de ello, pero no excluidas. Los hombres tienen que hacerlo, pero las mujeres sólo si lo desean.
Es muy lamentable que gran parte de la enseñanza eclesiástica sobre María haya sido separada de su correspondiente contexto histórico, cultural y bíblico, creándole una imagen divina y robándole su humanidad, que fue esencial para que Dios pudiera lograr sus propósitos por medio de ella. Tanto María como su Hijo Jesús fueron distanciados de sus raíces judías, produciendo una Iglesia sin raíces que ha maltratado al pueblo judío por casi dos milenios. Para poder comprender a María y su lugar en los planes de Dios, debemos comenzar con un fundamento bíblico y una comprensión genuina del mundo en el cual ella vivía, ya que era judía, dejando a un lado la doctrina eclesiástica.
Sin duda el Altísimo debió haberla escogido porque era una persona extraordinaria, quien instruyó y apoyó a su Hijo a lo largo de su vida, y estuvo a su lado durante su muerte y después de su resurrección. Se encontraba junto con los discípulos en el aposento alto, cuando descendió el Espíritu Santo sobre los creyentes. Disfrutó la maravillosa experiencia y alegría de ser madre, pero también soportó dolores inimaginables al ver que su Hijo era odiado, injuriado y crucificado.
La obediencia inquebrantable y la fuerza que dominó a esta asombrosa mujer, fue un producto de su convicción personal en la justicia de Dios y en el amor que tenía por su pueblo y la humanidad en general. Podemos resumir toda su vida en su única instrucción registrada en la Biblia, cuando se encontraba con su Hijo en una boda en Caná: “Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere” (Jn. 2:3-5).
¡Hermana, trate de imitar el ejemplo de la madre de Jesús!