Pescadores de hombres
- Fecha de publicación: Sábado, 15 Mayo 2021, 16:55 horas
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En una ocasión conversaban dos hombres acerca de su pasatiempo favorito, la pesca. Ellos discutían cuáles eran los mejores lugares para pescar, la mejor carnada y cuáles habían sido sus mejores momentos mientras practicaban este deporte.
Otro hombre, tan pronto vio la oportunidad de inmiscuirme en la conversación, les contó que su hijo venía a visitarle y que le gustaría saber cuál era el mejor tiempo para llevarlo a pescar. Ellos le respondieron con una sonrisa: «Cuando los peces estén picando». Y cuando les volvió inquirir, cómo podía saber cuándo los peces estaban picando, sonriendo nuevamente le dijeron: «Tiene que ir a pescar».
Nada se compara con la pesca por las almas perdidas. La pesca, una de las imágenes principales que usó el Señor Jesucristo para referirse a la búsqueda por almas perdidas, es una labor para todos sus seguidores. Timoteo no era un evangelista dotado, sin embargo, Pablo lo animó en este ministerio, cuando le dijo: “Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti. 4:5). Esta es una obligación para todo creyente.
Dios desea que todos tengamos la actitud del pescador con respecto a las almas perdidas. Por eso fue que dijo a Pedro, Andrés, Jacobo y Juan, quienes ya eran pescadores: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:19b). La respuesta a su invitación a seguirlo, era para que se convirtieran en pescadores de hombres.
Pero... ¿Qué hace el Señor para que sus discípulos se conviertan en pescadores de hombres? Un pescador en una ocasión dijo: «Quien quiera aprender a pescar, sencillamente aprenderá pescando, no leyendo cómo se hace o queriendo hacerlo». Sin embargo, el mejor consejo recibí de un experto, que dice: «Si quiere ser un pescador de verdad, vaya a pescar con un maestro».
Y eso fue exactamente lo que hicieron los discípulos. El Señor Jesucristo les dijo: «Síganme y yo haré que aprendan a sentir amor por las almas perdidas [los peces], un amor que no podrá ser apagado, al igual que un anhelo por el evangelismo [la pesca] que no podrá ser satisfecho. Yo les enseñaré a pescar y abriré vuestros ojos para que sepan en dónde están los peces».
Considere lo que los discípulos aprendieron del encuentro del Señor con la mujer samaritana en el pozo. La idea equivocada de ellos era que su propósito al seguirlo, era cuidar de sus necesidades: “En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? ... Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Jn. 4:27, 31-34).
Luego señalando a los hombres que había traído la mujer, les dijo: “... Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn. 4:35b). La relación entre seguir a Cristo y ser un pescador de almas es evidente y significativa.
Otra lección que aprendemos del Señor si queremos ser pescadores, es que para seguirlo se requiere que estemos dispuestos a entregar algo. Observe lo que les ocurrió a los primeros discípulos que llamó: “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron” (Mt. 4:18-22).
Sin pensarlo dos veces, ellos dejaron lo que estaban haciendo. Aprender a pescar hombres requiere que estemos dispuestos a poner a un lado muchas cosas para que la pesca sea lo más importante. Pero seguir al Señor no sólo requiere que dejemos algo, sino que también recibamos algo. El Señor dijo a sus seguidores: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24, Mr. 8:34, Lc. 9:23).
El negarse a sí mismo quiere decir poner en segundo plano los intereses personales, ocupaciones y relaciones. Mientras que tomar la cruz se refiere a llevar a cabo esa labor particular de evangelismo y estar dispuestos a afrontar la persecución que la acompaña y que nos identifica con nuestro Salvador. El escritor de la carta a los Hebreos no estaba bromeando cuando dijo: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (He. 13:13).
Pedro tuvo que aprender esta lección como parte de su entrenamiento para ser un pescador de hombres. Cuando el Señor estaba próximo para ir a la Cruz, le dijo: “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte” (Lc. 22:33). Pero bajo la presión real de ser identificado con el despreciado y perseguido Cristo, hizo exactamente lo que el Señor había anticipado: “Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces” (Lc. 22:34).
Debido a la depresión que le causó haber negado al Señor, Pedro ni siquiera podía atrapar peces, muchos menos pescar hombres: “Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada” (Jn. 21:3). Pero el Señor con amor le mostró que el éxito de la pesca dependía de su buena voluntad para obedecer. Luego canceló las tres veces que lo negó cuando “Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:15-17). Las respuestas humildes y honestas de Pedro, demostraron que estaba listo para pescar almas y el Señor entonces lo bendijo con una red colmada de peces.
Lo que más leemos en los evangelios es de la pesca con red. Y cuando se habla de pescadores, el primero que viene a nuestra mente es Pedro. Aunque los otros discípulos también eran pescadores, Pedro es el más conocido como “el pescador”, probablemente por el hecho que el Señor le dijo: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lc. 5:10b).
Por ejemplo, en Pentecostés el Señor usó a Pedro para que tres mil personas se sumaran a la Iglesia después de escuchar su sermón: “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hch. 2:41).
Pero si se atrapan más peces con una red que con una caña... ¿entonces, es mejor pescar con red? Eso depende de dónde le pide el Señor que pesque, si en el océano o en una corriente; por un montón de peces o sólo por uno. Quienes pescan con red, son juzgados por el número de peces que atrapan. Mientras que quienes pescan con caña, lo hacen por el tamaño de la pieza que atrapan. Entonces, ¿quiere decir esto que Andrés fue el pescador de caña más notable? Recuerde “Éste halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo)” (Jn. 1:41) y al hacerlo, atrapó a ese que es mejor conocido como “el pescador”, ¡por su habilidad para atrapar peces!
¿Qué habría pasado si Andrés no hubiera pescado a Pedro? ¿Qué habría pasado si Pablo no hubiera atrapado a dos peces, a Lidia y al carcelero de Filipo, dos personas de clases sociales distintas, por medio de los cuales llevó el Evangelio a Europa? ¿Qué habría pasado si Felipe no hubiera atrapado un pez en el desierto y el Evangelio no hubiera llegado a Etiopía?
Hágase usted mismo esas preguntas. Porque también debe ser un pescador de almas en el lugar donde se encuentra. Si no lo está haciendo, entonces su respuesta negativa significa que algo muy importante hace falta en su servicio para el Señor.