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Un varón conforme al corazón de Dios

  • Fecha de publicación: Sábado, 22 Mayo 2021, 17:30 horas

Pablo, en su sermón en Antioquía, hace un corto recuento de la historia de Israel, refiriéndose brevemente a lo que dijo Dios de David en 1 Samuel 13:13, 14. “He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hch. 13:22b).

Esto es especialmente interesante, dado el hecho que el rey David se encuentra entre los patriarcas con uno de los pasados más terribles.  El retrato que nos ofrece la Escritura de David, es difícilmente el de un hombre que nosotros podríamos considerar “conforme al corazón de Dios”.  En varias ocasiones durante el curso de su vida, fue mentiroso y corrupto, un tirano carente de justicia y hasta asesino.

Es obvio que David no era un parangón de virtud.  Consintió en el asesinato de los siete hijos de Saúl y maquinó la muerte de uno de sus soldados más leales, después de haber seducido a su esposa.  Pero recordemos un poco ambos incidentes en 2 Samuel 21:1-9: Hubo hambre en los días de David por tres años consecutivos. Y David consultó a Jehová, y Jehová le dijo: Es por causa de Saúl, y por aquella casa de sangre, por cuanto mató a los gabaonitas. Entonces el rey llamó a los gabaonitas, y les habló. (Los gabaonitas no eran de los hijos de Israel, sino del resto de los amorreos, a los cuales los hijos de Israel habían hecho juramento; pero Saúl había procurado matarlos en su celo por los hijos de Israel y de Judá.) Dijo, pues, David a los gabaonitas: ¿Qué haré por vosotros, o qué satisfacción os daré, para que bendigáis la heredad de Jehová? Y los gabaonitas le respondieron: No tenemos nosotros querella sobre plata ni sobre oro con Saúl y con su casa; ni queremos que muera hombre de Israel. Y él les dijo: Lo que vosotros dijereis, haré. Ellos respondieron al rey: De aquel hombre que nos destruyó, y que maquinó contra nosotros para exterminarnos sin dejar nada de nosotros en todo el territorio de Israel, dénsenos siete varones de sus hijos, para que los ahorquemos delante de Jehová en Gabaa de Saúl, el escogido de Jehová. Y el rey dijo: Yo los daré. Y perdonó el rey a Mefi-boset hijo de Jonatán, hijo de Saúl, por el juramento de Jehová que hubo entre ellos, entre David y Jonatán hijo de Saúl. Pero tomó el rey a dos hijos de Rizpa hija de Aja, los cuales ella había tenido de Saúl, Armoni y Mefi-boset, y a cinco hijos de Mical hija de Saúl, los cuales ella había tenido de Adriel hijo de Barzilai meholatita, y los entregó en manos de los gabaonitas, y ellos los ahorcaron en el monte delante de Jehová; y así murieron juntos aquellos siete, los cuales fueron muertos en los primeros días de la siega, al comenzar la siega de la cebada”.  Y 2 Samuel 11:1-5, 14-17: Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta…” “Venida la mañana, escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías. Y escribió en la carta, diciendo: Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera. Así fue que cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes. Y saliendo luego los de la ciudad, pelearon contra Joab, y cayeron algunos del ejército de los siervos de David; y murió también Urías heteo”.

Pero, entonces... ¿Qué fue lo que hizo David para que Dios lo considerara “un varón conforme a su corazón”?  Bueno, él entendió lo que era una relación verdadera con Dios como pocos otros en la historia bíblica.  Después que cometió adulterio y de haber maquinado el asesinato de su soldado Urías, el profeta Natán se paró ante él y lo acusó de parte de Dios: Jehová envió a Natán a David;y viniendo a él, le dijo: Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él. Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia. Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre” (2 S. 12:1-7a).
Note que Samuel registra cuidadosamente que “Jehová envió a Natán a David” para que le declarara su pecado.  En su plegaria de contrición en Salmos 51, David revela qué fue lo que hizo para que Dios dijera que “era un varón conforme a su corazón”.  Lea sus palabras en Salmos 51:1: Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones”.

David entendió que su relación con Dios dependía enteramente de la misericordia de su Padre Celestial, no de acuerdo con su propia definición de lo que Dios podía hacer.  También comprendió que su pecado, por horrendo que había sido podía ser borrado, no por ninguna acción suya, sino únicamente por la gracia y misericordia infinita de Dios, “conforme a la multitud de sus piedades”.

Por eso David imploró: “Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Sal 51:2, 3).

David comprendía que Dios sabía mejor que él mismo sus pecados, pero el punto importante fue que reconoció sus pecados y cuán importante era hacer una confesión honesta delante de Dios.  Admitió que realmente había pecado en su contra, que lo había hecho deliberadamente, y que sus pecados le perseguían porque había ofendido a Dios.  Ninguna restitución que pudiera hacer sería jamás suficiente (Sal. 51:4).

David comprendió que delante de Dios no hay ambivalencia y que tanto su justicia como su misericordia son absolutas.  También fue realista, por eso admitió: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5).

Entendió la naturaleza dual del ser humano caído, la cual hizo que el apóstol Pablo clamara: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24).

Habiendo expresado su frustración con su propia lucha interior debido a su naturaleza dual, Pablo resumió lo que David comprendió: Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Ro. 7:25).

David oró: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría” (Sal. 51:6).  La verdad de Dios es que nada de lo que podamos hacer por esfuerzo propio hará restitución de nuestros pecados pasados.  Cada uno de nosotros comparte el mismo conflicto entre la naturaleza carnal y el espíritu.
David confiaba en que Jehová lo guiaría, incluso a pesar de que había quebrantado su compañerismo con Él, teniendo fe en que “en lo secreto de su espíritu, Dios le haría conocer sabiduría”.  Entendía que la gracia Divina, tal como lo expresa en gran parte de su oración, se ajusta a la descripción de ser un varón conforme al corazón de Dios.

Fue su comprensión de la gracia inmerecida de Dios, lo que constituyó la pieza central del ministerio de Jesús.  Uno de los títulos terrenales del Señor es “el hijo de David”.  David expresa así su entendimiento de cómo opera el proceso del perdón en la economía de Dios: Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal 51:7-10).

Note el papel de David en su redención: él admite, confiesa, se arrepiente y confía.  Arrepentirse significa cambiar la mente de uno, respecto al pecado.  David era rey de Israel y por consiguiente, hiciera lo que hiciera estaba por encima de cualquier reproche.

David sentado en su trono, juzgó al hombre rico de quien habló Natán.  Cuando se dio cuenta que el profeta se refería a él mismo, cambió su mente respecto a su pecado y desnudó completamente su alma delante del Señor.  Se puso en manos de Dios durante todo el resto de su proceso redentor, y clamó: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Sal. 51:11, 12).
Incluso su sentimiento de convicción llegó a través de un proceso directo de Jehová por medio de Natán, exactamente cómo había sido condenado ya por Dios mediante su Santo Espíritu que moraba en él.

El único papel de David en su proceso redentor fue confiar en Dios para hacer los cambios que sabía que no podía efectuar por sí mismo.  El rey aceptó las consecuencias terrenales de su pecado, tal como la muerte de su hijo, pero como esta comprensión clara de las secuelas espirituales, su pecado fue perdonado: Mas David, viendo a sus siervos hablar entre sí, entendió que el niño había muerto; por lo que dijo David a sus siervos: ¿Ha muerto el niño? Y ellos respondieron: Ha muerto. Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió. Y le dijeron sus siervos: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí” (2 S. 12:19-23).

Lo que hizo de David un varón conforme al corazón de Dios, fue su comprensión de las consecuencias de quebrantar su compañerismo con Él y cómo reanudarlo: Vuélveme el gozo de tu salvación, yespíritu noble me sustente” (Sal. 51:12).  Es el gozo de saber que uno es salvo y que tiene compañerismo con Dios lo que brilla y atrae a los perdidos.

Habiendo sido espiritualmente restaurado, David dice: “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” (Sal. 51:13).  Hay personas que se lamentan por no ser efectivos para Cristo y se preguntan qué están haciendo mal.  Por favor, medite en estos versículos.

Dios restaura nuestro gozo, luego subsecuentemente nos levanta con su Espíritu.  Después de eso estamos aptos para ser testigos efectivos, enseñando a las personas sus caminos y guiando a los perdidos a Cristo.

Es completamente simple: Confíe en Dios, esté gozoso y permita que le guíe.
David deja claro que el proceso redentor está en las manos de Jehová.  Entendió tan bien el proceso, que pudo ver más allá de los rituales del templo y de la Ley Mosaica y echar una ojeada en el propio corazón del Creador: Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:14-17).

Una de las emociones más debilitantes en el testimonio de un cristiano es el peso de la culpa que acumulamos nosotros mismos, por saber lo que somos internamente.

David comprendió en su espíritu, que el perdón de Dios es total y absoluto, y que no deja residuo espiritual de culpa.  En la Cruz, el Hijo de David clamó a gran voz: “¡Tetelestai!”, que significa ha “sido pagado por completo”.
Jesús prometió: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:28-30).

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