"Cristianismo sin Cristo"
- Fecha de publicación: Sábado, 31 Julio 2021, 17:12 horas
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Hace muchos años William Booth, el fundador del Ejército de Salvación en Estados Unidos anticipó, que para finales del siglo XX tendríamos un cristianismo sin Cristo, sin perdón, arrepentimiento, salvación, sin regeneración, ni cielo ni infierno. Permítanos decirle estimado/a hermano/a: ¡Ese tiempo ya ha llegado!
Estamos siendo testigos de lo que realmente es la “involución” con respecto a la comprensión del cristianismo, porque tenemos predicadores hoy que están proclamando una fe supuestamente cristiana, ¡en la que ni siquiera incluyen a nuestro Señor Jesucristo!
Esto es casi difícil de creer. Nos aturdía sólo pensar en esta posibilidad, pero ya lo estamos viendo ahora mismo: ¡Un cristianismo sin Cristo, que en realidad no es cristianismo en absoluto! Los creyentes fieles hemos estado preocupados por esta situación desde hace mucho tiempo, aunque esto no sea nada nuevo, lo que nos aterra es ver cómo avanza a pasos agigantados.
En un libro del famoso predicador del siglo XIX, Charles Spurgeon, él hace la declaración, de que ningún pastor o ministro nunca debía predicar un sermón sin presentar primero al Señor Jesucristo y la Cruz. Y explicaba: «Muchos me preguntan: ‘¿Por qué asisten tantas personas a su iglesia? ¿Por qué tantos le entregan su vida a Jesús mientras usted predica?’». Y él respondió: «Sencillamente porque predico el Evangelio: A Cristo, su muerte expiatoria en la Cruz por nuestros pecados y su Resurrección».
Esperamos que haya pastores que se sientan culpables al leer esto, porque muchos maestros de la Biblia, que aman y estudian todos sus temas, en ocasiones están tan absortos en otras cosas que conciernen al entendimiento de la Palabra de Dios y sus profecías, que se olvidan de presentar a los fieles el mensaje del Señor Jesucristo, que es lo más importante en nuestra vida.
Sabemos que prácticamente todos los creyentes, en algún momento hemos escuchado algún sermón en el que casi no se mencionó a Jesús, especialmente de parte de estos motivadores supuestamente “cristianos” que existen hoy, que no son pastores, sino que promueven sus propias filosofías para que las personas se sientan bien.
Si escudriñamos la Biblia, comprobamos que todo el Antiguo Testamento enfatiza a la Persona de Dios Padre, y el Nuevo a Dios Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en una proporción casi equitativa de 50% y 50%. Tome su Biblia y haga lo mismo con las epístolas del apóstol Pablo. Repase todas y comprobará que en cada una de ellas, el resultado sería 50 y 50, es decir, que los menciona a Ambos, prácticamente el mismo número de veces.
Muchos predicadores hablan de Dios, pero rara vez del Señor Jesucristo. Incluso algunos dicen textualmente en sus mensajes finales: «Ahora, si desean aceptar al Señor en su corazón, entonces hagan esta oración conmigo: ‘Oh, Dios. Necesito que vengas a mi vida’». Tal plegaria no se basa en la Cruz, no hay nada sobre el sacrificio expiatorio de Jesús por nuestros pecados, su muerte cruel y resurrección. ¡No contiene nada sobre Él!
El sermón y esta “oración” pueden hacerse perfectamente, tanto en una mezquita musulmana como en una iglesia cristiana. Tal plegaria también puede ser perfectamente aceptable en muchos otros contextos religiosos.
El cristianismo ha perdido a su Cristo en muchos aspectos, pero es necesario y perentorio que nos volvamos a Él. Esto representa un desafío para cualquiera que se llame a sí mismo pastor, predicador o proclamador de la Palabra de Dios. Tenemos que mantener al Señor Jesús como el centro de nuestro enfoque, no solo mientras predicamos, sino en nuestro diario vivir.
El Señor Jesucristo debe ser lo más importante en nuestras vidas. Lo primero que descubrimos cuando lo recibimos como nuestro Salvador es que de verdad se convierte en nuestro Salvador y nuestro Señor. Esos son dos de sus papeles principales. Pero también desempeña muchos otros roles en nuestras vidas.
Él dijo de Sí mismo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:1-5).
Nos dijo, que si permanecemos en Él, daremos mucho fruto. Cuando oremos tengamos esto presente, y comencemos a decirle: «Señor Jesús, confío en Ti, como la vid verdadera. Oh, Dios, ayúdame a ganar un alma hoy para Tu reino. Tú eres la fuente de mi vida». El Señor Jesús es la única persona que vivió de manera perfecta en este mundo. Es la Vid Verdadera, porque Él es la fuente de la vida física y espiritual. Es la única Persona que agradó a Dios en todo lo que hizo.
Es el Buen Pastor: Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas... Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn. 10:7, 9). Por eso cuando tengamos momentos en la vida en los que no sabemos qué hacer ni adónde ir, y necesitamos a alguien que nos guíe, clamemos a Él: «¡Señor Jesús, confío en ti como mi Pastor! ¡Tú eres mi Verdadera Vid, mi Buen Pastor!» Entonces, veremos un cambio profundo en nuestra propia vida personal.
Uno de los puntos más hermosos en la analogía de Jesús como “la Vid” es que cuando inicialmente depositamos nuestra fe en Cristo, nos convertimos en un brote. En otras palabras, comenzamos a mostrar nueva vida en Él a medida que Su Espíritu vivificante fluye dentro de nosotros. Luego, con el tiempo, ese nuevo brote se convierte en una rama que produce aún más fruto. Nos transformamos en el conducto a través del cual fluye Su Espíritu vivificante, produciendo más fruto y nuevos brotes. Eso es lo que hace el Señor Jesucristo cuando viene a morar en nuestras vidas: producir una nueva vida espiritual.
Otro de los nombres con que Jesús se llama a sí mismo es nuestro Esposo, y nosotros la Iglesia somos su Esposa: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Co. 11:2). La Iglesia espera su llegada y Él está ansioso por recibirnos. Él anhela estar junto a Su Iglesia y llevarla al lugar especial que está preparando para ella. Todos los cristianos debemos esperar con gran anticipación la llegada de nuestro Rey que pronto regresará, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Permitamos que nuestra vida sea un conducto de la bendición de Dios en la vida de los demás. Glorifiquémoslo en todo, no sólo en lo que decimos, sino en todo lo que hagamos colectivamente: “Cantad a Jehová cántico nuevo; cantad a Jehová, toda la tierra. Cantad a Jehová, bendecid su nombre; anunciad de día en día su salvación. Proclamad entre las naciones su gloria, en todos los pueblos sus maravillas. Porque grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses. Porque todos los dioses de los pueblos son ídolos; pero Jehová hizo los cielos. Alabanza y magnificencia delante de él; poder y gloria en su santuario. Tributad a Jehová, oh familias de los pueblos, dad a Jehová la gloria y el poder. Dad a Jehová la honra debida a su nombre; traed ofrendas, y venid a sus atrios. Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; temed delante de él, toda la tierra” (Sal. 96:1-9).
“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16).