Cuando nos preguntamos cuánto nos costará la salvación
- Fecha de publicación: Sábado, 30 Abril 2022, 19:59 horas
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Siempre insistimos que la salvación del pecador ya ha sido pagada, de modo que cuando nos preguntamos cuánto nos costará la salvación la respuesta correcta sería... NADA. Pero no todo es así, porque ciertamente hay un “costo”. Por ejemplo, el pecador, en primer lugar, debe detener el paso en su alocada carrera, y esto para algunos es muy costoso. Debe también oír o leer la palabra de Dios, porque de lo contrario nunca sabrá acerca de la salvación. Luego, lo que es muy difícil, el pecador debe humillarse de corazón, reconociéndose culpable y perdido delante de Dios.
Más adelante, debe despojarse de todo intento propio de salvación, como ser la religión, el sacrificio propio, las buenas obras, etc... Debe reconocer que Dios no quiere ninguna “ayuda para la salvación”, porque, tal como un cadáver que debe volver a la vida, no puede ofrecer ni la menor ayuda, todo lo hace el Señor.
¿Recuerda al Señor frente a la tumba de Lázaro, allá en Juan 11? El cuerpo de este caballero estaba en la tumba ya por cuatro días, tanto que Marta, su hermana, había dicho que se había comenzado a descomponer. Pero cuando el Señor le ordenó que saliera, cuando el Señor intervino, ese cuerpo muerto inmediatamente entró en vida y comenzó a caminar, dejando esa tumba fría vacía.
De la misma manera el pecador, es, espiritualmente un cadáver. También se encuentra tendido en su propia tumba, que pudiera ser la tumba de la indiferencia, la tumba de sus vicios, la tumba de la religión, la tumba de su tradición familiar, la tumba de su cultura o profesión, etc... Todo esto hay que dejar a un lado por un momento y colocar en primer lugar la invitación del Salvador.
Usted dirá... bueno, pero un cadáver no puede oír la voz, aunque se trate de la voz de Dios. Así es, pero bien sabe usted que los que ya fueron resucitados sí, la oyeron. Y en el caso del pecador, muerto espiritualmente, en la tumba de su propio cuerpo, más de una vez habrá oído las palabras... «Alberto, ven fuera; Mariano, ven fuera; Santiago, ven fuera». Pero no, nada, ese Alberto, Mariano y Santiago, continúan inmóviles, en el sepulcro de una completa indiferencia en un cuerpo que, más tarde o temprano también morirá. ¿Acaso cuando una persona oye el Evangelio no es el mandato del Señor, diciéndole... ven fuera? Por supuesto que sí. Jesús fue claro cuando dijo: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mt. 10:40).
Muchas veces siendo ya cristianos, también tenemos ciertas cuotas que abonar, si queremos una vida de victoria. De nuevo, la soberbia, la codicia, los celos (especialmente de que alguien tenga más que uno, sea más capaz u ocupe un puesto más alto y perciba un mejor salario...). La lucha no termina. El costo sí, existe. No para ser salvo, sino que la misma vida nueva que tenemos en Cristo, nos exige una conducta más allá de lo que estaríamos dispuesto a rendir. Para muchos cristianos, el persistir, es decir, la constancia, la permanencia en su puesto de “centinela”, es algo que no puede aceptar. Muchos cristianos tienen muy buenos planes, buenos deseos, pero nunca logran nada, porque comienzan y luego abandonan. ¡No quieren pagar la cuota que nunca llega a “0”!
Bien dice Job: “¿No es acaso brega la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los días del jornalero?” (Job 7:1). Dicho en otras palabras, la vida del hombre, especialmente la del cristiano, es una lucha diaria, sin tregua. Si no fuera así, volveríamos a ser tan mundanos como el peor de ellos. El dolor, el sufrimiento, el tener que estar en guardia, siempre alerta, es muy saludable para disfrutar de salud emocional y espiritual. Entonces... ¿Cuánto le cuesta la Salvación? Nada, pero el andar en la nueva vida, sí, le cuesta bastante dolor, lágrimas, sumisión y dependencia del Señor.
Si todavía no recibió a Jesucristo como su Salvador, usted está completamente desprotegido, no me cree, pero eso es. Hable con el mismo Salvador diciéndole que desea ser Salvo, y Él le mostrará cómo el pecador, como usted, puede salvarse.
Ni sus buenas obras, ni su religión, ni nada de lo que haga, le salvará jamás, porque el Señor Jesucristo es quien lo amó a usted y desea salvarle.
El peligro de posponer, no es únicamente la seria posibilidad de caer en algún laberinto de herejías, sino que su corazón puede endurecerse a tal punto, que nadie podrá convencerlo de su necesidad.
Tanto el cielo como el infierno son lugares reales. Si alguien le dijo lo contrario, lo ha engañado. Si usted muere sin haberse reconciliado con Dios, no tendrá ya oportunidad para ser salvo.
No importa cuán brutalmente pecador sea usted, ¡el Señor le perdonará todos sus pecados y le recibirá como su hijo!
Él dice: “...y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37b).
¡Anímese y reciba por la fe el maravilloso don de la salvación que el Señor le ofrece en este mismo momento!