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Eva, la primera mujer (II)

  • Fecha de publicación: Sábado, 14 Mayo 2022, 10:20 horas

Lección de fe

En cada uno de estos pasos, en el proceso del dolor, Eva pudo experimentar algo superior a sus fuerzas, en cada dolor experimentó al Dios de amor y misericordia que estaba con ella y que también nosotros tenemos.

• Tras el primer dolor, de haber sido engañada, ella experimentó el perdón de Dios.  Se sintió también amada.

• En el dolor de haber sido culpable, experimentó la gracia.  Dios sacrificó animales no culpables para vestirla a ella: “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Gn. 3:21).

• En el tercer caso, tras el dolor de dar a luz a sus hijos experimentaba también el gozo inexplicable de ser madre.  Es el gozo de la vida.  Esto fue tomado como un cuadro precioso de la esperanza en Cristo Jesús: “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Jn. 16:21, 22).

• Tras el dolor de haber perdido a sus hijos, ella experimentó el consuelo de la esperanza en Dios más allá de este mundo terrenal.

Así que, si nos damos cuenta, lo uno no podía darse sin lo otro.  Eva jamás habría experimentado el perdón, la gracia, el gozo, y el consuelo de Dios, sin el proceso del dolor por el cual tuvo que pasar. 

Después de su desobediencia, Eva trató de cubrir su vergüenza.  ¡Qué fácil sería si unas simples hojas de higuera pudieran cubrir todos nuestros pecados y culpa!  Es interesante ver cómo desde ese momento Dios reveló que los esfuerzos humanos no son suficientes para cubrir el pecado; era necesario que sangre inocente fuera derramada para cubrirlos.

Eva fue revestida no solamente con una vestidura nueva, sino de la inmensurable gracia y misericordia de su Creador.  ¿Ha experimentado usted esa nueva vestimenta?  La promesa de ser revestida/o de gracia está al alcance de cada uno de nosotros.

Al entregar su cuerpo en sacrificio, Jesús se despojó de toda su honra, pureza, y santidad para vestirse de nuestra deshonra, impureza, y pecaminosidad.  Al despojarse de sí mismo, lo hizo para hacer un intercambio de vestimentas… uno de gracia por uno de manchas y arrugas: “Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes” (Gn. 3:20).

El nombre de Eva significa «aquella que da vida».  Suena como una paradoja, ya que la muerte entró al mundo después que ella y su esposo comieron de aquel fruto en el huerto.  Es interesante que la primera vez que Adán le pone el nombre de Eva es precisamente después de la caída, después que Dios dicta su sentencia y castigo por el pecado.

¿Entonces, cómo podemos ser imitadores de esta característica?  Cuando compartimos el evangelio a otros a nuestro alrededor, estamos compartiendo vida a nuestra generación y a muchas generaciones después de la nuestra: “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Ro. 5:18).

La evidencia de Cristo en nuestra vida es para ser vivida en su hogar, y también en los diferentes círculos en los que se desenvuelve y con las diferentes personas con quien interactúa.  Génesis 3:15 nos pinta un cuadro de redención; nos revela desde entonces que Eva llevaba en su simiente la promesa de un Salvador.  El Salvador que vendría a reconciliarnos con nuestro Creador una vez más.  La desobediencia de Eva trajo consecuencias eternas a la creación, pero aun así Dios la usó para mostrar Su amor infinito: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.

Habrá momentos donde no nos sentiremos dignos de compartir con alguien la promesa de vida eterna en Cristo.  Pero a pesar de nuestra condición, usted y yo hemos sido llamados a reflejar y ser agentes de esa promesa de restauración.  No por quienes somos, sino por quien Dios es.  Sin importar en qué etapa de la vida está, si estamos en Cristo, tenemos un propósito, ser portadores de la promesa de perdón y vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Sea usted mujer o no, hoy también puede levantarse por encima del dolor, porque mayor es su esperanza y su consuelo en Dios.  Eva no tenía cosas como las que nosotros sí; tenemos las sagradas Escrituras, al Espíritu Santo morando en nosotros, los misterios revelados, una congregación de creyentes cerca, mujeres y varones que ya han experimentado el dolor y muchas cosas como para aconsejarnos y ayudarnos, etc.

Usted tiene las historias de estos personajes de la fe, en la Biblia, las cuales le instruyen y le enseñan.  Ánimo, siga adelante.  No desmaye.
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18).

¡Que Dios le fortalezca y le bendiga!

¡Qué madre!

En Italia, en la dulce Toscana, un joven estudiante de abogacía quedó ciego. Su madre, que apenas tenía sexto grado aprobado, a fin de que su hijo no perdiera la carrera, decidió equipararlo. Después de pasar horas doblada sobre la tabla de lavar, seguía doblada sobre los libros que sólo el amor por el hijo fue haciendo poco a poco comprensible. Y así lo alcanzó. En adelante estudiaron juntos. La madre leía y explicaba a su hijo lo que éste no podía leer. Y hoy, -decía un comentario de prensa de la época- cuando el muchacho se halla próximo a recibir su título, habrá que destinar otros dos para la madre: el de abogada y el de madre ejemplar.
Bien podía exclamar este joven: “Muchas mujeres hicieron el bien; pero tú sobrepasas a todas” (Prov. 31:29).

Se necesita una madre

Que sepa inculcar en cada hijo el amor a la santa pureza de alma y cuerpo.
Que no deje un solo día de rogar por la salvación de sus hijos.
Que sepa hablar con mucha prudencia.
Que jamás salgan de sus labios maternales ni la murmuración ni el desprecio.
Que viva consagrada al hogar, porque de su esmero depende la paz, la salud, el provecho temporal y espiritual.
Que vigile las amistades y lecturas de sus hijos.
Que como la madre y abuela de Timoteo, enseñe a vivir a sus hijos en el santo temor de Dios.

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