Como los ángeles de Dios en el cielo
- Fecha de publicación: Sábado, 17 Diciembre 2022, 19:32 horas
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“Aquel día vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron, diciendo: Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano. Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo. Y después de todos murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron? Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo” (Mt. 22:23-30).
Cuando los saduceos (que no creían en la resurrección de los muertos) le plantearon al Señor Jesús un caso de una mujer que se había casado con siete hermanos consecutivamente a medida que moría cada esposo, en cumplimiento de lo ordenado por Moisés, le preguntaron ¿cuál de los siete sería su esposo en la vida futura, si es que hay resurrección? Él les dio una respuesta muy interesante y reveladora. Lo que aparece en el versículo 30: “Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo”. No todos están de acuerdo en cuanto al alcance de la respuesta del Señor. Él les dijo que cuando resuciten los salvos, “serán como los ángeles de Dios en el cielo”. En primer lugar, debemos saber qué significa eso de ser “como los ángeles”. En segundo lugar, el Señor aclara que los salvos serán “como los ángeles de Dios”.
No olvidemos que no todos los ángeles son de Dios, porque los hay también de Satanás, que es un tercio del total de ellos. A continuación, enumeremos algunas de las características de los ángeles de Dios:
1. Ellos no se reproducen. Dios los creó a todos y el mismo número que él creó, prevalece hasta hoy.
2. Ellos parecen ser todos del sexo masculino, pues en sus múltiples apariciones siempre se dice que eran “varones”.
3. Ellos no tienen pecado, excepto los que se rebelaron contra Dios y siguieron a su líder, cuando aún no era diablo ni Satanás.
4. Ellos no necesitan alimentación para sobrevivir, aunque cuando aparecían a los hombres, a veces aceptaron alimento y comieron con los hombres, como en el caso de Génesis 18:1-8. Note que en el versículo 8 dice: “…y él (Abraham) se estuvo con ellos debajo del árbol, y comieron”.
5. Ellos tienen rangos, tales como ángeles, arcángeles, querubines y serafines. En otras palabras, en el reino angelical hay jerarquías. Algunos de ellos ocupan cargos de mayor responsabilidad y prestigio.
6. Por lo visto ellos no sienten nada por los que se rebelaron. Viven felices y ningún recuerdo ni pensamiento negativo, triste o de preocupación, los atormenta. Muchos de ellos han visto lo que ocurre en la tierra también. A veces destruyeron a los enemigos de Israel. En el caso de Sodoma y Gomorra tuvieron participación en el rescate de Lot y su familia. Anunciaron el nacimiento de Jesús, tanto a María antes de concebirlo, como a José para que no tuviera dudas de recibirla por esposa. Luego hubo un anuncio en las alturas por parte de muchísimos de ellos cuando aparecieron a los pastores en el campo de Belén. Son muchas las veces que los ángeles participaron en el programa de Dios.
Nosotros seremos semejantes a ellos
Los que ya fallecieron y partieron a la patria celestial, ¿recuerdan lo que dejaron tras sí? ¿Sí recuerdan a sus familiares incrédulos, tales como cónyuge, hijo, hija, hermanos, etc.? Por lo visto no, la memoria de quienes están ya con el Señor no funciona como funcionó mientras estaban en el cuerpo, de lo contrario, si recordaran lo terrenal ¿podrían gozar de las delicias celestiales? Aun los verdaderos gigantes de Dios dejaron tras sí una estela de recuerdos desagradables. Tomemos el caso de Moisés, quien fue homicida, cuando dio muerte a un egipcio que maltrataba a un judío. Abraham cometió adulterio cuando se unió a la criada de Sara. Jacob engañó una y otra vez a su hermano para salirse con la suya. ¿Qué clase de cielo sería para los salvos si estos recordaran todos sus fracasos, pecados y todo mal proceder?
En cuanto a que no son asexuales, tenemos que aceptar que las mujeres aquí serán mujeres allá y los varones aquí serán varones allá. Pero tanto, unos como otros gozarán de una vida plena. No habrá dolor, ni enfermedades ni tristeza ni cansancio ni peligros. El alimento podría recibirse, pero no como una necesidad. No hay que olvidar que cuando estemos en nuestros nuevos cuerpos, volveremos con nuestro Salvador y estaremos conviviendo con los terráqueos durante mil años. ¿Podremos aceptar alguna invitación para compartir una cena o un almuerzo? NO. Tal como los ángeles que no se casan, salvo el triste cuadro cuando los rebeldes se unieron a las mujeres descendientes de Adán y procrearon una generación de humanoides tan degenerada, que Dios se vio obligado a destruir toda esa población con el diluvio: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (Gn. 6:1, 2, 5, 7).
Así como los ángeles, que no tenían pecado, así también nosotros en la vida con nuestro Salvador tendremos un cuerpo sin pecado. Esta es la razón por qué el cuerpo presente no es apto para el cielo: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50). Debido a que tendremos nuevos cuerpos, nuestros intereses, nuestra memoria, todo será nuevo y diferente. Las ambiciones actuales darán paso a otras. Será nuestro intenso deseo de agradar a Dios y a nuestro Salvador. No tendremos oposición alguna en nosotros mismos. No tendremos esa... doble naturaleza donde cada cual se disputa el primer lugar.
Otro detalle importante es que podremos aparecer en cualquier lugar sin que las puertas cerradas y las gruesas paredes nos estorben. No olvidemos que nuestro Señor apareció en la habitación donde diez de sus discípulos estuvieron el mismo día de su resurrección, a la hora de la noche: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (Jn. 20:19). ¿Desde cuándo seremos así? Desde el momento de ver a nuestro Salvador por primera vez: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2).
No se desespere hermano, y no trate de parecerse totalmente a Él, porque nosotros tenemos una barrera que nos impide lograrlo. La barrera es este nuestro “…cuerpo de muerte” (Ro. 7:24). Dios ya tiene nuestros cuerpos listos para revestirnos de ellos, así partamos a su presencia uno a uno, vía muerte física, o cuando simultáneamente lo hagamos en el arrebatamiento. ¡Cómo anhelamos aquel momento!