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David y Goliat como semblanzas proféticas

  • Fecha de publicación: Sábado, 22 Julio 2023, 19:51 horas

Saúl, el primer rey de Israel aceptó el trono con renuencia.  Se excusó con el profeta Samuel argumentando que era un miembro de la familia más pequeña y de la tribu menos importante, la de Benjamín: “Saúl respondió y dijo: ¿No soy yo hijo de Benjamín, de la más pequeña de las tribus de Israel?  Y mi familia ¿no es la más pequeña de todas las familias de la tribu de Benjamín?  ¿Por qué, pues, me has dicho cosa semejante?” (1 S. 9:21).

Pero el pueblo judío había insistido en tener un rey visible como las demás naciones a su alrededor y despreció las advertencias de Dios dadas por medio de Samuel.  Ellos ya no estaban satisfechos de que el Señor fuera su Rey, quien había escogido a Israel como su posesión especial, para mostrar a través de ellos su voluntad y sus métodos al resto de las naciones.  Esta posición privilegiada colocaba al pueblo judío en circunstancias tan especiales que los reyes humanos encontraban difícil de sostener.  La nación sólo prosperaba cuando estaba regida por reyes conforme al corazón de Dios, esos que buscaban su guía y dirección.

Saúl parecía ser la elección ideal, sin arrogancia en el principio, y con una figura magnífica de hombre, cuya cabeza y hombros sobresalían por encima del resto de las personas.  El Espíritu de Dios descendió sobre él, ungiéndolo y fortaleciéndolo para que desempeñara su labor como rey: “Tomando entonces Samuel una redoma de aceite, la derramó sobre su cabeza, y lo besó y le dijo: ¿No te ha ungido Jehová por príncipe sobre su pueblo Israel? ... Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos” (1 S. 10:1, 10).  Aunque Saúl fue profeta y también el ungido de Dios, el día que lo desobedeció tuvo un fin trágico:

  • En el capítulo 15 del primer libro de Samuel leemos que infringió la Palabra de Dios y fue desechado: “Y Samuel respondió a Saúl: No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel” (1 S. 15:26).
  • Luego Saúl ordenó la muerte de los profetas de Dios: “Entonces dijo el rey a Doeg: Vuelve tú, y arremete contra los sacerdotes. Y se volvió Doeg el edomita y acometió a los sacerdotes, y mató en aquel día a ochenta y cinco varones que vestían efod de lino” (1 S. 22:18).
  • En otra ocasión Saúl visitó a una bruja, la adivina de Endor.  Allí comenzó la cuenta regresiva de su horrible muerte en la guerra con los filisteos: “Y se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos, y se fue con dos hombres, y vinieron a aquella mujer de noche; y él dijo: Yo te ruego que me adivines por el espíritu de adivinación, y me hagas subir a quien yo te dijere” (1 S. 28:8).

Dios había prohibido de manera terminante en su Palabra, acudir a brujos o adivinos.  Saúl lo sabía, pero tal vez pensaba que por haber sido ungido y por su investidura como rey esto lo exoneraba de cualquier culpa.  Pero no fue así.  Sólo hay que desobedecer la Palabra de Dios, para esperar el desastre final.  Jesús fue muy claro cuando dijo a los escribas y fariseos que ellos habían invalidado los mandamientos de Dios por su propia tradición: “Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mt. 15:6-9).

Fue así como llegó un tiempo cuando, “Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre.  Mas ahora tu reino no será duradero.  Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó” (1 S. 13:13, 14).  Fue una lección que su sucesor aprendió, porque David escribió: “Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (Sal. 19:13).

Después de su confrontación con Saúl, Samuel fue enviado por Dios a un hombre de la tribu de Judá para que ungiera por rey a uno de sus hijos.  Habiendo arreglado las circunstancias de tal manera que no causara sospechas a Saúl, Samuel llegó a la casa de Isaí, quien presentó sus hijos ante el profeta.  Eliab, el mayor, fue el primero en pararse frente de él: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7).

Siete hijos más de Isaí comparecieron ante el confundido profeta; todos fueron rechazados por Dios: Entonces dijo Samuel a Isaí: “¿Son éstos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí” (1 S. 16:11).  Tan pronto compareció David, Dios le hizo saber a Samuel que éste era el “varón conforme a su corazón” y fue así como Samuel lo ungió en conformidad con las instrucciones de Dios, “y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David” (1 S. 16:13), esperando por el día en que sucedería a Saúl como rey.

Saúl el rey no pudo ayudar en nada, pero note la sabiduría de David para manejar sus asuntos: “Y salía David a dondequiera que Saúl le enviaba, y se portaba prudentemente... Y David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él... David tenía más éxito que todos los siervos de Saúl...” (1 S. 18:5, 14, 30).  Estas acciones prudentes eran resultado de su “temor de Jehová”, el cual reconoció cuando dijo en Salmos 111:10: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”.  Debido a que caminaba con Dios y habitualmente meditaba en su Palabra, el Señor le reveló muchas cosas que están registradas para nosotros en la narración de su vida y en muchos de los Salmos que escribió.

Podemos ver que David captó el plan de perdón de Dios y su deseo de relacionarnos con él, debido a que era un “varón conforme a su corazón”.  A pesar de todo, David todavía era un hombre y reconocía que sólo podía llegar delante de Dios con un corazón puro y con los pecados perdonados.  Muchos de sus salmos expresan arrepentimiento, un ejemplo es el Salmo 51, que fue escrito con un corazón verdaderamente contrito, después que reconoció la acción tan vil que cometió en contra de Urías, el esposo de Betsabé.  Reconoció que los sacrificios de animales eran efectivos para el perdón, sólo cuando estaban acompañados por un corazón contrito: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:16, 17).

Muchos de los Salmos de David escritos por inspiración del Espíritu Santo, contienen profecías del Mesías que habría de venir para cumplir con todos esos sacrificios simbólicos, al dar su propia vida como un sustituto perfecto e infinito aceptable ante Dios en favor de todos esos que se arrepintieran verdaderamente.

El Salmo 22 contiene un registro de la clara y conmovedora visión de la muerte del Mesías, tan vívida, que David habla en primera persona, aunque es claro que el método de muerte que describe es la crucifixión algo que era desconocido en su día: “Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:17, 18).

El Salmo 110 también se refiere al Mesías: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies... Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Sal. 110:1, 4).  Esta referencia a un Rey de justicia y a un Rey de paz, quien era al mismo tiempo un Sacerdote, a quien Abraham conoció, la confirma la profecía de Zacarías concerniente al Mesías: “Y le hablarás, diciendo: Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová. Él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos” (Zac. 6:12, 13).
                           Continuará...

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