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Las tres limitaciones que Dios impone al hombre (III)

  • Fecha de publicación: Sábado, 27 Enero 2024, 07:56 horas

Esta es la primera limitación que Dios impone al hombre.  Dios pone límite, dice hasta aquí y no más.  Esta limitación es sumamente seria, porque el hombre puede fácilmente llegar a blasfemar contra el Espíritu Santo.  Tenga cuidado y mucho cuidado con su lengua, es probable que usted lo haga estando borracho, por eso la borrachera con más razón es un gravísimo peligro y también es probable que, inducido por un momento de camaradería, compañerismo con gente incrédula, que blasfema contra Dios, que usted diga algo con su lengua que jamás le será perdonado.

Tal vez no está de acuerdo, pero creo que esta alarma es muy correcta y muy a tiempo.

Pasemos a la segunda limitación que es el RECHAZO DE LA GRACIA.  Es un fatal error pensar que uno puede rechazar la Gracia divina por tiempo indefinido, sin exponerse al peligro de morir inesperadamente antes de ajustar cuenta con Dios.

La Biblia nos habla claramente que nosotros tenemos que aceptar a Cristo en la primera oportunidad que se nos presenta, sin embargo, la gran mayoría de quienes se perderán eternamente serán personas que pertenecen al grupo de personas que no tuvieron en cuenta el límite que Dios les impuso en relación a su Gracia.

¿Cuál es la diferencia entre el rechazo de la Gracia divina y el pecado imperdonable?

A juzgar por sus resultados, ninguna diferencia hay.  En ambos casos la persona muere sin el perdón de Dios; en este grupo hay gente joven y vieja, gente culta e inculta, gente religiosa y sin religión, conservadores y liberales, hombres, mujeres, jóvenes, niños y hasta ancianos.  La Biblia advierte: “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina” (Pr. 29:1).  ¿Qué quiere decir esto?  ¿A qué se refiere Dios cuando dice que una persona “endurece la cerviz”?  ¿Qué significa “de repente será quebrantado”?  ¿Qué significa y no habrá remedio para ella, para esa persona?  ¡Qué mejor exhortación que enfrentarse uno con la Palabra de Dios!, claro “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:12, 13).

El hombre y la mujer que oyen la predicación de la Palabra de Dios y permanecen en su condición no salva, aquellas personas que posponen y posponen su decisión indefinidamente, ellos piensan que tienen en sus manos su vida, sus días, su tiempo y que la fecha que se propusieron será la mejor; pero Dios puede actuar y destruirlos súbitamente, porque Su voluntad no es la de posponer, sino que Dios en su Palabra dice: “...Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 4:7).  “Porque dice: en tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:2).

Cuando pienso en la gravedad de este pecado y en la gran multitud de quienes lo han cometido y ya han partido, siento un profundo dolor en mi corazón, no es para menos.  Yo estoy convencido de que la Biblia es terminante al respecto y sé perfectamente cuál es el paradero de aquellos que murieron así, posponiendo y posponiendo sin haber aceptado a Cristo.

Un ministro cuenta la siguiente experiencia: «Nunca, dice él, olvidaré ese lugar en donde una vez sirviera como pastor mientras predicaba un domingo por la mañana.  Recuerdo que sentada en frente de mí se encontraba una madre, una dulce madre, una de las mujeres más amorosas de nuestra iglesia junto con sus dos encantadoras hijas, las dos jovencitas eran miembros de nuestra congregación, pero nunca había podido tocar el corazón de la madre, no había podido ganarla para Cristo.  Ella era una mujer virtuosa, una buena mujer, una vecina muy amable, atendía los servicios en la iglesia con mayor regularidad que muchos de nuestros propios hermanos miembros de la iglesia; ella era realmente mejor asistente que ellos.  Yo, ese domingo por la mañana en particular, sentía una carga muy especial por ella y cuando presenté la invitación caminé en dirección hacia el lugar en donde ella estaba sentada la tomé de la mano y le dije: ‘¿Vendrá usted esta mañana y le entregará su corazón a Cristo?’  Ella se quedó inmóvil, se estremeció y las lágrimas rodaron por sus mejillas, por un momento me miró y finalmente me dijo temblorosa: ‘Hermano pastor no, no en esta mañana, no ahora por favor’.  Yo di media, vuelta regresé al púlpito y di por terminado el servicio.
Esa misma tarde como a las cinco en punto, ella se encontraba sentada en el frente de su casa con sus dos hijas.  Tenían un jardín muy hermoso colmado de rosas.  La dama le dijo a una de sus hijas: ‘Creo que voy afuera para cortar algunas de esas rosas tan hermosas para llevárselas al pastor así las podrá disfrutar toda la semana, se las pondré en el escritorio de su oficina’.  Ella fue y tomó la tijera, bajó las pocas gradas que la separaban del sendero que conducía al jardín y súbitamente cayó muerta.

El martes por la mañana yo estaba predicando en su funeral y mientras me encontraba en esa iglesia tan grande, la hija mayor de la dama se puso de pie, yo pensé que iba a ir al salón de estar de las señoras, pero en lugar de eso se encaminó hacia el altar en donde reposaba descubierto dentro del ataúd el cuerpo de su madre.  Inclinada de rodillas puso sus manos sobre el ataúd y sosteniendo las manos heladas de su madre sollozó: ‘Mi madre, mi madrecita ahora estás en el infierno’.

Yo me encontraba en la mitad del mensaje, pero no pude continuar y concluí el servicio, todo el mundo en esa iglesia lloraba a gritos.  Hermanos, siguió diciendo este predicador, yo no la pude ayudar, pero pienso ahora que si toda la congregación hubiera llorado cuando yo le suplicaba que llegara hasta Cristo como lloraban ese martes en su funeral habríamos podido ganarla para Cristo».

Pienso ahora cuántas veces al hacer la invitación el pastor en una iglesia hay hermanos que ni siquiera inclinan sus rostros en una breve plegaria a Dios, intercediendo por aquellos pecadores que son duros como una roca.  Cuán lejos estamos de la reverencia que el templo reclama, cuán lejos estamos del amor que debemos sentir hacia aquellos que todavía no son salvos.  La mayoría de nosotros lloramos demasiado tarde, la mayoría de nosotros oramos demasiado tarde, la mayoría de nosotros... en realidad sentimos la angustia y la pasión por los perdidos, pero demasiado tarde.

Ningún pecador que acostumbra posponer la salvación de su alma sabe cuál es el minuto final que le llevará a traspasar ese límite, esa línea divisoria que Dios impone a los hombres.  Dios es muy terminante en cuanto al asunto de Su soberanía, Él es quien determina hasta cuándo el pecador puede ser salvo, ciertamente es mientras viva, pero qué de estas muertes que podríamos considerar prematuras, inesperadas de jóvenes y de personas adultas en plena flor de la vida, generalmente habiendo escuchado más de una vez la Palabra de Dios.  Dios dice: “...No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre...” (Gn. 6:3).
                              Continuará...

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