Cuando el Cordero abra el rollo - P6
- Fecha de publicación: Sábado, 22 Junio 2024, 17:20 horas
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Esos del cuerpo de Cristo que estudiaron la Escritura mientras estaban en la tierra, ciertamente sabrán por adelantado que el Cordero llegará para tomar el rollo, pero no se atreven a pronunciar una palabra. Observarán respetuosamente en silencio, esperando la llegada del gran Día del Señor, en el cual el Juez Justo finalmente le pondrá fin a toda la iniquidad y establecerá su Reino.
Recordará las palabras que le habló Jesús a los líderes judíos durante su ministerio en la tierra. Después de sanar al paralítico que yacía indefenso en el estanque de Betesda, le dijo que tomara su cama y caminara, lo cual, según los fariseos, era una violación al día sábado. En lugar de recibirlo como Mesías, los fariseos lo acusaron de ser pecador y de violar la ley de Moisés. Él respondió declarándose a sí mismo igual con Dios el Padre en poder y autoridad. Su respuesta resonante, fue una declaración de autoridad absoluta: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” (Jn. 5:22).
Conforme las palabras del ángel fuerte retumban en el silencio, Juan queda asombrado al advertir que nadie responde. Tal vez se preguntará si acaso los reinos del mal todavía ganarán otra batalla. Y comienza a pensar que quizá nadie puede responder al llamado. Imagínese cómo se sentiría usted ante la posibilidad que Satanás y sus seguidores quedaran en libertad. ¡Estaría devastado! Sin duda pensaría, que seguro que habrá alguien capaz de presentar cargos efectivamente en contra de los seguidores de Satanás, de una vez y para siempre. Pero en ese momento tal parecerá que nadie está calificado.
A no dudar, Juan espera que alguien abra el libro sellado y lea los cargos que permitan la ejecución del juicio final. En este punto, aparentemente, transcurre algún tiempo.
Juan cree que no hay nadie apto para juzgar, y llora amargamente pensando que los crímenes de Satanás no serán castigados. Sufre en gran manera hasta que es consolado por uno de los ancianos que viene y le informa que el León de Judá ha vencido el sistema mundial, el pecado que ha plagado el cosmos.
Su acción lo califica para recibir y abrir el rollo. Y luego, en lo que deberá ser una de las más grandiosas y dramáticas entradas de todos los tiempos, el Cordero llega para recibir el rollo de Dios Padre. Es cierto, tal como Jesús le dijo a esos fariseos hacía muchísimo tiempo, que el Padre le había dado poder al Hijo para juzgar.
Gracias a Juan, los cristianos que estamos vivos hoy, al leer las palabras de Apocalipsis sabemos algo que muchos de los ciudadanos del cielo no sabrán en ese momento.
Sabemos por adelantado que el Cordero consumó su obra, y que en el tiempo apropiado abrirá el rollo sellado. ¿Por qué? Porque se sometió a sí mismo a la muerte y compró la libertad de esos oprimidos por el régimen diabólico de Satanás. Él es el único calificado para esta misión crítica.
El Cordero y nuestro hogar
Cuando el Cordero abra el rollo, los eventos de la tribulación desatarán una serie de cataclismos sin precedentes. Israel estará sellado en el poder del Espíritu, sólo para ser perseguido por las fuerzas del Anticristo. Los israelitas se verán forzados a huir al desierto, luego serán rescatados. Los poderes diabólicos del mundo dirigidos por el Anticristo, serán derrocados. Israel ascenderá para recibir el Reino, y el Rey tomará posesión de su trono.
Después que al Cordero aparece en la narrativa del Apocalipsis, se le menciona por nombre 25 veces más, antes de llegar a la conclusión del libro. No es mi propósito en este momento detallar todas sus actividades a lo largo de la tribulación. Pero debemos siempre recordar que Jesús eternamente llevará el título de “Cordero”.
Como ya hemos visto en los últimos días se presentará como Juez. Pero en la era futura de la Nueva Jerusalén, el Cordero será identificado plenamente con la Trinidad. En este contexto es emocionante contemplar, nuestro hogar eterno, el que el Cordero prometió que preparará para todos esos que le siguieran.
En Apocalipsis, sus apariciones finales como Cordero son absolutamente cautivadoras. Leemos: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Ap. 21:22, 23).
Imagine la luz pura que iluminará la Nueva Jerusalén. Su brillo vivo trascenderá cualquier cosa que el hombre haya visto o imaginado jamás.
La ciudad de Dios se convertirá en la fuente de lo que es puro y eterno: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán” (Ap. 22:1-3).
El Señor llegó a este mundo en Belén como un ser de carne y sangre, sin mancha o arruga. En ese momento, el “Cordero” en su humanidad comenzó a existir.
El Señor tomó sobre sí mismo una nueva identidad, la cual retiene hasta este mismo día. Antes de llegar aquí, había sido llamado de muchas formas: “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, la Rosa de Sarón, El Lirio de los Valles, Hijo del Hombre e Hijo de Dios”.
¡Pero a partir de este momento, será conocido para siempre, cariñosamente como el CORDERO!