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¿Cuáles son las cosas que ama Dios? - P 2

  • Fecha de publicación: Domingo, 17 Noviembre 2024, 06:50 horas

La gran mayoría de hispanoamericanos nacimos en hogares católico romanos, y desde siempre los sacerdotes enseñaron que los judíos eran un pueblo apartado de Dios porque habían dado muerte a Jesús.

Hutton Gibson, un católico devoto, en su libro “El enemigo aún está aquí”, que fuera publicado en el año 2003, escribió: «Cuando Poncio Pilato se negó a aceptar la responsabilidad de la muerte de Jesús, la culpa cayó sobre los judíos presentes; fue un crimen superior al pecado original y al de la torre de Babel; por eso el castigo se abatió sobre las futuras generaciones judías que han sufrido muchos desastres, tales como el holocausto, todo por la maldición que ellos mismos lanzaron sobre sus cabezas».

Por esto el teólogo inglés Claude Joseph Goldsmid Montefiore, un erudito de la Biblia Hebrea, la literatura rabínica y el Nuevo Testamento, escribió: «Ésa es una de las frases responsables de los océanos de sangre humana, y de los incesantes ríos de miseria y desolación».

Pero ¿por qué quedó registrada en el Evangelio?
De acuerdo con el sentido de la frase en el Evangelio de Mateo, la multitud presente en el juicio de Jesús, asumió la responsabilidad de su ejecución, pero la escena tiene detalles curiosos, porque, en primer lugar, el pueblo judío no empleó la fórmula como correspondía.  Cuando alguien en la Biblia invocaba el castigo de sangre, lo hacía sobre la cabeza de otro, de un tercero, nunca sobre la propia.  En cambio, en Mateo el pueblo judío se lo aplicó sobre sí, como si quisiera incriminarse, autocastigarse en vez de librarse de los efectos de la sangre, que era el sentido de la fórmula.

En segundo lugar, resulta llamativo que Mateo 27:20 diga: “Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto”, y es curioso, porque multitud es un grupo de personas, pero luego Mateo 27:25 declara: “Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”.Hasta ese momento Mateo afirmó que se trataba sólo de una “multitud” que presenciaba el juicio, es decir, un grupo limitado de personas.  Esa “multitud” se presentó ante el gobernador, pidió la liberación de Barrabás, exigió la crucifixión de Jesús y presenció el lavatorio de las manos.  Luego, de repente el evangelista parece olvidarse de este grupo, y dice que es todo el pueblo quien ahora reclama sobre sí la sangre de Jesús.

Todo indica que se trató de un cambio intencionado.  En Mateo, la expresión “el pueblo” siempre alude a Israel como raza, etnia o nación.  Por eso al reemplazar “la multitud” por “el pueblo” tal parece que declarara que la sangre de Jesús, invocada ese día, no cayó únicamente sobre los asistentes al proceso, sino sobre toda la nación judía y sobre las generaciones posteriores.

Pero... ¿Cuál es el significado real de todo lo ocurrido?  Desde tiempos muy antiguos, esto se lo ha interpretado en el sentido de que todos los judíos, de todos los tiempos, son culpables de la muerte de Jesús.  Los primeros en defender este punto de vista fueron los llamados Padres de la lglesia, tal como Orígenes en el siglo III, quien enseñaba que la sangre de Jesús “cayó sobre todas las generaciones posteriores de judíos, hasta el final de los tiempos”.  De la misma opinión fueron Melitón de Sardes en el siglo II; Agustín de Hipona, Jerónimo y Juan Crisóstomo en el siglo IV; Teofilacto Patriarca de Constantinopla en el siglo IX; Tomás de Aquino en el siglo XIII, y el teólogo John Calvino en el siglo XVI.  Por su parte, Lutero afirmó que la miseria en que vivían los judíos en su época, y su posterior condenación eterna, se debía a que habían rechazado al Hijo de Dios.

Ciertamente hubo muchas otras interpretaciones, aunque no tan severas, pero en general fue esa la que prevaleció e hizo que muchos cristianos desarrollaran una antipatía hacia el pueblo hebreo, por considerar que los judíos están malditos por haberle dado muerte al Hijo de Dios.  Esta creencia se usa para justificar el antisemitismo y los sentimientos de prejuicio contra Israel, sin embargo, no es lo que enseña la Biblia.  El rechazo de los judíos por su Mesías tuvo sus consecuencias, pero la Escritura no habla de una maldición continua sobre el pueblo escogido por Dios.

Los verdaderos cristianos que aman a Dios y su Palabra tienen mayor tendencia a amar al pueblo judío, a diferencia de esos que son cristianos simplemente por tradición.  El primer grupo entiende que toda la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, mientras que el segundo, escoge lo que quiere seguir de la Escritura.  Porque si amamos al Creador, entonces seguramente queremos todo lo que Él ama.  Exploremos, por lo tanto, su amor por el pueblo de Israel.

Dios ama al pueblo judío
En el libro de Deuteronomio, encontramos un bello pasaje que describe la relación de Dios con los hijos de Israel: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos… Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría” (Dt. 7:6, 7, 13).  Los profetas también hablaron del amor de Dios por Israel: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú… Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida” (Is. 43:1, 4).  “En aquel tiempo, dice Jehová, yo seré por Dios a todas las familias de Israel, y ellas me serán a mí por pueblo. Así ha dicho Jehová: El pueblo que escapó de la espada halló gracia en el desierto, cuando Israel iba en busca de reposo. Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel” (Jer. 31:1-4a).  “Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de Malaquías. Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob” (Mal. 1:1, 2).  “El nos elegirá nuestras heredades; la hermosura de Jacob, al cual amó. Selah” (Sal. 47:4).

El apóstol Pablo reconoció el amor inagotable de Dios por el pueblo judío, pese a que pocos habían aceptado a Jesús: “Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:28, 29).

Los padres saben que, aunque amen a su primer hijo de manera especial, sus corazones se expanden para amar a los que vienen luego de igual forma.  Sin embargo, los niños no comprenden eso y algunos hijos por ser los mayores, llegan a pensar que sus padres los aman más, lo cual no es cierto.

De manera parecida, algunos cristianos resienten el profundo amor de Dios, nuestro Padre, hacia el pueblo judío, que es su primogénito, pero, aunque ellos se hubieran apartado, Dios nunca dejará de amarlos: “Pero Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros” (Is. 49:14–16).

La nación judía sufrió por haber rechazado a su Mesías.  En su camino hacia el lugar donde sería crucificado, el Señor Jesucristo se refirió al juicio venidero: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (Lc. 23:28b-31).

En el lapso de la misma generación del Señor Jesucristo, en el año 70 de la era cristiana, Jerusalén fue totalmente destruida por los romanos.  Los judíos fueron dispersados, y durante casi 1.900 años, hasta 1948, no tuvieron Patria.  Esto también tuvo ramificaciones espirituales, ya que durante ese tiempo el Evangelio fue predicado a los gentiles, quienes fueron más receptivos.

Dice la Escritura que “... Pablo estaba entregado por entero a la predicación de la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo. Pero oponiéndose y blasfemando éstos, les dijo, sacudiéndose los vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo, limpio; desde ahora me iré a los gentiles” (Hch. 18:5, 6).

Asimismo, el apóstol comparó la inclusión de los gentiles en la salvación con las ramas silvestres que se injertan en un olivo cultivado.  Los judíos, las ramas naturales, no han sido completamente abandonados, tal como afirmó Pablo: “Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar” (Ro. 11:23).

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