Las raíces de la virgen María católica
- Fecha de publicación: Sábado, 07 Diciembre 2024, 18:16 horas
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Como todos sabemos estas fechas son especiales para los Marianos, con su virgencita de Caacupé y otros falsos dioses, pero ¿qué dice la Biblia sobre la adoración a María?
El Catolicismo Romano ha elevado a los altares a cientos, miles de personas, pero sobre todas ellas, sobresale una mujer: “María”. Su rol como “Madre de Dios” ha engrandecido a lo largo de la historia a fieles que han levantado templos, catedrales y monumentos en su honra.
Dios le concede a María la misión más importante que pudiera ofrecer a un humano; concebir a su Hijo: “Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:26-28).
Todo eso, pero sólo eso, ya que la Biblia no muestra ninguna influencia posterior de María en su hijo, en Jesucristo. No ejerce un papel importante en la divulgación de Su palabra ni en su crecimiento espiritual. Entonces, ¿por qué en el catolicismo romano se venera a María?
Estudiemos las raíces de esta costumbre
Semiramis, Astarté e Isis concibieron, según las tradiciones paganas, un hijo de forma sobrenatural, permaneciendo vírgenes tras su alumbramiento. Tammuz, Baal y Horus eran hijos de dioses, y a sus madres se les veneraba.
Como siempre, los griegos y romanos se surtieron del conocimiento antiguo y de sus creencias. Y estas doctrinas convirtieron a Afrodita y Venus en las madres vírgenes de Eros y Cupido. Pero el más extendido de todos, era la adoración de la diosa Isis, y así la representa en esculturas e imágenes, con un niño en su regazo, “el fruto de Dios”.
La sociedad romana se cristianizaba y las crónicas nos relatan la verdad del pueblo que no abandona el culto a Isis, sino que le cambia el nombre. Isis, Madre de un dios, pasaba a ser la Virgen María, “Madre de Dios”, de un plumazo. Perpetuó la imagen y la apariencia. Isis, enjoyada, prestó su figura y sus riquezas a María, que las asumió. Desde entonces, en múltiples representaciones se continúa mostrando a María cubierta de joyas, coronas y demás ornamentos ostentosos.
La fertilidad
Volvamos al mundo antiguo, un viaje hasta la época cananea. Allí encontramos a Asera, diosa cananea de la fertilidad. Aparece junto a un árbol, como en las numerosas apariciones de la virgen. Incluso la Biblia nos habla de ella: “Jehová sacudirá a Israel al modo que la caña se agita en las aguas; y él arrancará a Israel de esta buena tierra que había dado a sus padres, y los esparcirá más allá del Eufrates, por cuanto han hecho sus imágenes de Asera, enojando a Jehová” (1 R. 14:15).
Avancemos al mundo griego, hasta Éfeso. En la metrópolis estaba levantado el mayor templo de la antigüedad dedicado a la diosa Artemisa, centro de su culto; ciudad de adoración. Leamos en Hechos 19:23-40. Allí el apóstol Pablo nos muestra el alboroto que produjo el Evangelio de Cristo cuando lo predicaba a los futuros fieles. ¡Un sólo dios! Y ¿Artemisa no lo era? Para el pueblo sí, así que se levantó en vivas a la diosa. Esta imagen bíblica no hace más que demostrarnos la veneración de la sociedad pagana por la “Madre de un Dios”. Y es curioso que, en Éfeso, la tradición católica sitúe los últimos años de María. Años más tarde, en torno al 431 d. C., un concilio de la Iglesia marcó como dogma de Fe el rol de María como “Madre de Dios” en la misma ciudad. Se le dio ese título oficial, theotokos, el mismo que Artemisa e Isis, pero se cristianizó. Las madres de dioses pasaban a ser “Madre de Dios”. Se elevaron voces discordantes: «Si vosotros llamáis a María, Madre de Dios, hacéis de ella una diosa», apuntó Nestorio, Patriarca de Constantinopla, sin saber que poco después sería condenado. Figuras a las que, durante siglos, tantos han venerado y que, desde antes de los siglos, el Dios de los cristianos, animaba a no hacerlo jamás.
Como puede ver, estimado amigo católico romano, la cuestión de rendirle culto a una supuesta reina del cielo, María, la madre de Jesús, no es nada nuevo. Siglos antes del nacimiento del Salvador, la apostasía y la idolatría imperaban en medio de Israel. Entonces, al igual que ahora, las mujeres jugaron un papel muy importante en la idolatría.
¿Rendirle culto a María?
Cuando Juan el apóstol quiso adorar al ángel que lo había acompañado en las revelaciones apocalípticas, éste le dijo que no lo hiciera: “Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.” (Ap. 19:10).
La decisión nuevamente es suya. ¿Aceptará las tradiciones de los hombres o creerá únicamente en la Palabra de Dios, la Biblia?
“La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia.” (Sal. 119:160).
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35).
El primer Papa católico según la enseñanza del catolicismo romano, el apóstol Pedro, dijo varias verdades en la Biblia entre las cuales se destacan las que leemos en estos dos versículos 1 Pedro 1:25 y la otra en Hechos 5:29: “Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Jesús también declaró categórica y enérgicamente: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?” (Jn. 8:47).
“De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Jn. 8:51).
Esta es la conclusión de todo esto: Dios ofrece la Salvación gratuita y Eterna a través de Jesucristo, garantizada en su Palabra, la Biblia. En cambio, el catolicismo romano con su catecismo, todas sus doctrinas humanas, tradiciones y sacrificios lo llevará solamente a la condenación eterna, es decir, al infierno eterno.
¡Solamente usted y nadie más que usted podrá decidir hoy!: “Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” (2 Co. 6:2).