El evangelio de la conciencia
- Fecha de publicación: Sábado, 08 Marzo 2025, 21:30 horas
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Una de las interrogantes muy frecuentes cuando de la salvación se habla, es: «¿Cómo tratará Dios a aquellos que nunca hayan oído el evangelio?» La pregunta tiene mucha importancia, y la respuesta es muy clara en la Biblia. Todavía hay numerosos pueblos a los cuales el evangelio no ha llegado. Si no reciben a Cristo Jesús, ¿serán culpables por no haberlo hecho, siendo que nadie jamás les habló? Y si no serán culpables, ¿serán salvos de todos modos sin Cristo?
Pablo encara este asunto tomando en cuenta a Israel, por un lado, y a los gentiles (paganos), por el otro. Israel era el único pueblo monoteísta, gracias a la revelación divina. Todos los demás pueblos eran politeístas, adoraban a muchos dioses y diosas. En Romanos 2:12-16 nos dice: “Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio”.Podemos notar cómo Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, explica esta interrogante.
Lo que el apóstol nos dice es que existe lo que podríamos llamar... «el evangelio de la conciencia». En otras palabras, todos nosotros tenemos conciencia, esta conciencia tiene la virtud de aprobar o reprobar lo que hacemos, cómo tratamos a nuestros semejantes, cómo pensamos acerca de todo cuanto nos rodea y cuál es nuestro concepto sobre la muerte y el más allá. Note bien lo que dice el versículo 14: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos”. Él dice que, aunque algunas personas carezcan de la Palabra escrita (en ese entonces la ley de Dios) “son ley para sí mismos”, “mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Ro. 2:15). “Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó” (Ro. 1:19).
Cada ser humano sabe, por naturaleza, lo que es moral y lo que es inmoral; sabe que no debe mentir, ni calumniar ni robar ni matar. ¿Quién le enseñó estos mandamientos? Su misma conciencia que le susurra al corazón. Finalmente, si esta persona muere sin haber escuchado el evangelio, el Señor sabrá cuán atento era a la voz de su propia conciencia y siempre, en base a Su gracia, tratará al tal, razón por la cual dice: “En el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Ro. 2:16).
Pero hay más. La misma creación de Dios es otro “evangelio” para cuantos nunca hayan tenido la oportunidad de escuchar del perdón de Dios y de la vida eterna: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:20).
La Biblia nos dice también que la gloria de Dios se la puede notar “sobre los cielos”. Pero al mismo tiempo dice que un bebé es en sí otro poderoso mensaje divino: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos; de la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo. Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Sal. 8:1-4).
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; y éste, como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos; y nada hay que se esconda de su calor”.(Sal. 19:1-6).
David dice que el cielo, el día, la noche, sin palabras audibles son en sí un poderoso mensaje de la existencia de Dios. Si tomamos estos testimonios uno por uno, descubrimos que lo primero que el pecador necesita es creer en la existencia de Dios: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve… Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (He. 11:1, 6). Para creer en Su existencia, es suficiente contemplar la creación, incluido el hombre mismo. Dado este paso, estamos listos para conocer algo de Dios, porque entonces sí nuestra conciencia, la luna, el sol, las estrellas y hasta el llanto y la risa de un bebé, se manifiestan como evidencias irrefutables de un Dios de amor y con todos sus atributos.
Es probable que cuando lleguemos a la patria celestial, nuestra morada eterna, nos encontremos con muchos hermanos cuyo único evangelio eran los que aquí describimos. En otras palabras, nadie podrá quejarse de Dios. Si esto es así, ¡cuán afortunados somos nosotros que conocemos la Biblia, la revelación divina al alcance; y sabemos que Él nos ayuda mediante el Espíritu Santo a entender esa palabra divina!
Dios es justo y lo será para con todos aquellos que nunca hayan oído el evangelio, a fin de que puedan recibir a Jesucristo como Salvador personal.
Esto nos permite entender que es nuestro deber reconocer la ventaja de vivir en una parte del planeta donde tenemos todo cuanto deseemos de Su Palabra y tenemos libertad para escudriñar las Escrituras, enseñar las doctrinas bíblicas a nuestros hijos y reunirnos libremente en nuestros templos.