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El mundo llama a esto paz en Israel

  • Fecha de publicación: Sábado, 18 Octubre 2025, 22:10 horas

“Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman.  Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios”
(Salmo 122:6, 7).

El 13 de octubre del 2025, el señor Donald Trump, presidente de Estados Unidos, nuevamente hizo historia a favor de Israel, al conseguir el acuerdo de paz entre Israel y Hamás.

El 07 de octubre del 2023, mientras los israelíes festejaban la fiesta de Sucot, que es una festividad judía, llamada también Fiesta de los Tabernáculos, cuando grupos armados de terroristas palestinos, principalmente de Hamás y la Yihad Islámica Palestina, junto con otras agrupaciones, lanzaron un gran ataque contra Israel desde la Franja de Gaza con una andanada de cohetes y vehículos transportados.  Considerada como una intifada, el ataque fue inesperado, tomando a Israel completamente por sorpresa. 

El país respondería poco después con una represalia denominada «Operación Espada de Hierro», que incluyó bombardeos e incursiones militares contra Gaza.

Como resultado del ataque sorpresa del grupo terrorista palestino Hamás, murieron por lo menos 1.000 personas entre hombres, mujeres y niños, incluidos unos 85 ciudadanos de otros países, y unas 1.500 personas resultaron heridas, mientras otras tantas fueron tomadas cautivas.

El mismo acuerdo que reúne a las familias también reabre heridas que nunca sanaron

El 13 de octubre del 2025, a dos años y 6 días de la peor masacre, marcó un antes y un después para Israel, por la liberación de 20 rehenes israelitas vivos en Hamás y un acuerdo de entregar los cuerpos de los que no pudieron ver la libertad.

Una nota del Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu a los rehenes que regresaron, decía: «En nombre de todo el pueblo de Israel, ¡bienvenidos a casa! Los esperábamos, los abrazamos».

“Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora” (Sal. 91:2,3).

Este acuerdo representa en realidad, no la diplomacia, sino la derrota de Hamás. Donde Hamás no aceptó porque quisiera la paz, sino porque se quedó sin opciones. Esto es así.

Cada palabra no fue resultado de un compromiso ni de una negociación, sino consecuencia de la FUERZA, la CLARIDAD y la FE.

Pero la fe no elimina el dolor, y la victoria no borra el miedo. Mientras Israel celebra el regreso de sus rehenes que soportaron una oscuridad inimaginable, también vemos a asesinos convictos salir libres.  Esa es la parte que el mundo no comprende o no quiere ver.   El mismo acuerdo que reúne a las familias también reabre heridas que nunca sanaron.

Los asesinaron por ser judíos, por mantenerse en su tierra, en su propio país, viviendo la vida sencilla y hermosa que los enemigos no soportan ver.  Y ahora, los hombres que les quitaron la vida, dejando familias destrozadas y a toda una comunidad de luto, salieron libres.

Intentemos explicárselo a sus familiares. Intentemos explicárselo a una nación que ya ha enterrado a demasiados de sus hijos.  Esa es la paradoja de este momento: alegría y dolor, uno junto al otro.  Lloramos de alivio al ver a sus rehenes regresar a casa y de angustia al saber que su libertad tuvo un precio que la verdad no puede ignorar.

Porque por cada rehén que sale a la luz, un terrorista sale de la oscuridad.  Y por mucho que celebremos este momento, no podemos fingir que viene sin consecuencias.  El regreso de la vida siempre es sagrado, pero la liberación del mal nunca es gratuita.

Sigamos creyendo que Israel ganó. No por la política, sino por la VERDAD, la FUERZA y la FE. Pero la victoria no nos asegura el mañana, solo nos promete el hoy. El mal no desaparece al ser derrotado, se reagrupa. Se adapta. Espera. Y si algo hemos aprendido de la historia, es que cada vez que Israel muestra compasión, alguien más la confunde con debilidad.

Así que, al dar la bienvenida a su gente en casa, debemos hacerlo con los ojos abiertos. Podemos celebrar el milagro y, al mismo tiempo, lamentar el costo. Podemos agradecer a Dios por la misericordia de ese día y también orar por la sabiduría para afrontar lo que viene. Porque la fe no implica ceguera, sino mantenerse firme en la luz incluso rodeados de sombras.

El mundo llama a esto paz, pero la paz que recompensa el mal no es paz: “Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón” (1 Ts. 5:2-4).

Ya hemos visto este patrón antes. Damos, ellos toman. Esperamos, ellos odian. Y, de algún modo, el mundo sigue pidiéndonos que lo repitamos.

Así que sí, nos alegraremos. Ellos abrazarán a sus hermanos y hermanas que regresan, y daremos gracias a Dios por el milagro de la vida recuperada. Pero también recordaremos a todos los demás cuya sangre aún clama desde la tierra. Porque la verdadera paz solo llegará cuando los inocentes sean libres, los culpables rindan cuentas y el mundo finalmente aprenda la diferencia entre la misericordia y la locura.

Y hasta que llegue ese día, que Israel permanezca unido como un sólo pueblo. Unidos por la fe, no por el miedo; por el propósito, no por la política. Que sus lágrimas de dolor se transformen en lágrimas de redención. Que la luz de su unidad atraviese la oscuridad de este exilio. Y que tengan el mérito de ver la venida del “Mesías” pronto, en nuestros días.

Oremos por la población israelita que habita al alcance de los misiles de terroristas disparados desde Gaza, por los familiares de todos los que han muerto y por los heridos. Oremos para que los ataques cesen y PREVALEZCA LA PAZ.

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