Boletin dominical - 02/08/09
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Esto, mi amigo, es Roma. Estos son los dogmas que asociamos con el catolicismo. No son escriturales. Son la antítesis del Nuevo Testamento. En diferencia a una membresía un tanto más educada e iluminada, la iglesia concede hacer pequeñas modificaciones aquí y allí. Por ejemplo, en el año 1966 el papa Pablo IV proclamó el fin de la obligación tradicional que los católicos tenían de abstenerse de comer carne los viernes. Abolió el índice de Libros Prohibidos, y degradó una constelación de santos que habían sido canonizados por la iglesia. Por siglos a estos santos se les había rezado y eran reverenciados por los fieles desde tiempo inmemorial. Cambios así no han afectado las bases del romanismo.
¿Puede un cristiano continuar siendo católico romano?
(P II)
• El dogma de la infalibilidad Papal se anunció en el año 1076.
• El rosario se introdujo en el año 1090.
• La doctrina de los siete sacramentos fue introducida en el año 1140.
• La venta de indulgencias comenzó en el año 1190.
• La hostia sustituyó al pan en el año 1200.
• El dogma de la transubs-tanciación se adoptó en el año 1215.
• La confesión se instituyó en el año 1215.
• La veneración de la hostia empezó en el año 1220.
• El Ave María se introdujo en el año 1316.
• La copa, en la Santa Cena, dejó de dársele al público en el año 1415.
• El decreto del purgatorio se oficializó en el año 1439.
• La tradición fue colocada al mismo nivel de las Escrituras en el año 1546.
• Se recibieron los libros Apócrifos en el Canon en el año 1546.
• La inmaculada concepción de la Virgen María se anunció en 1854.
• La doctrina del poder temporal del Papa se proclamó en 1864.
• La presencia personal y corporal en el cielo de la Virgen en 1950.
Esto, mi amigo, es Roma. Estos son los dogmas que asociamos con el catolicismo. No son escriturales. Son la antítesis del Nuevo Testamento. En diferencia a una membresía un tanto más educada e iluminada, la iglesia concede hacer pequeñas modificaciones aquí y allí. Por ejemplo, en el año 1966 el papa Pablo IV proclamó el fin de la obligación tradicional que los católicos tenían de abstenerse de comer carne los viernes. Abolió el índice de Libros Prohibidos, y degradó una constelación de santos que habían sido canonizados por la iglesia. Por siglos a estos santos se les había rezado y eran reverenciados por los fieles desde tiempo inmemorial. Cambios así no han afectado las bases del romanismo.
Se les permite a los católico romanos de hoy leer la Biblia con cierta medida de aprobación por parte de la iglesia, pero la iglesia en sí no quiere la Biblia. Por siglos prohibía su lectura entre los católicos, las quemaba en hogueras y perseguía a los que se adherían a ella.
Se le permite a los católico romanos de hoy considerar a sus prójimos protestantes como «hermanos separados», pero lo que en realidad la iglesia quisiera hacer es darles la bienvenida de regreso al redil católico. Creeremos en los cambios de la Iglesia Romana cuando ésta repudie el Papado, remueva la totalidad de lo no escritural, deje el confesionario, renuncie a las misas y ponga fin al culto a la Virgen María. Hasta que Roma no haga estas renuncias, continuará siendo Roma un sistema de religión vasto y formal, pero extra escritural.
No podemos decir, sin embargo, que no haya un número, tal vez considerable, de cristianos genuinos en la Iglesia Católica Romana. ¿Por qué se quedan en ella? Esta pregunta cada uno tendrá que responder por sí. Algunos se quedan porque es el camino más fácil a seguir. Las presiones de la familia, de los amigos y los gratos recuerdos que puedan quedar hacen que la rotura sea dificultosa. Muchos otros se quedan en la iglesia por ignorar la naturaleza no bíblica del Romanismo. Algunos se quedan porque dicen que tienen un ministerio que cumplir dentro del sistema. Esperan poder influenciar a otros dirigiéndolos a una fe cristiana escritural. Algunos se quedan porque no se dan cuenta de que si bien Roma usa la misma terminología que los evangélicos: gracia, confesión, regeneración, bautismo, etc., para ellos estas palabras no significan lo mismo.
¿Debe un creyente quedarse en la Iglesia Católica Romana? La Palabra de Dios no hace compromisos al pronunciarse: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Co. 6:14-18).
En una era de compromiso religioso, de tolerancia y ecumenismo, esta declaración de las Escrituras podrá parecerle a algunos dura y radical. Sin embargo, es claro que el Espíritu Santo no hace compromisos con el error. La Iglesia primitiva no hizo duradero su impacto por comprometerse con las religiones del mundo. A través de los siglos aquellos que se han destacado para Dios son los que se han puesto del lado de la piedad y se han opuesto al mundo. Se le acredita a Arquímedes el dicho de: «Denme una palanca y un punto de apoyo fuera de la tierra, y levantaré el globo». Uno no puede levantar un barril desde adentro del barril. Necesita salirse primero y entonces podrá intentarlo. No fue Lot quien hizo un impacto piadoso en Sodoma. Lot había llegado a tener demasiada parte y suerte en el sistema de la ciudad pecadora. Fue Abraham, un creyente separado, quien hizo este impacto cuando la crisis llegó a Sodoma (Gn. 14).
De modo que, cualquier compromiso que hagamos en la vida, sea éste con Roma o con cualquier otro, debe primero hacernos oír al Espíritu Santo en su llamado a la separación de todo lo que sea antiescritural.