¿Vino el Señor Jesucristo al mundo para comenzar una nueva religión?
- Fecha de publicación: Martes, 19 Junio 2018, 12:52 horas
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Para poder responder correctamente a esta pregunta, lo más aconsejable es leer primero los evangelios y luego preguntarnos si el Señor Jesús vino realmente a comenzar una nueva religión llamada cristianismo. Lo que vamos a descubrir podrá sorprendernos. Es cierto que vino a hacer muchas cosas, y para que se cumplieran las profecías, pero en ninguna de ellas estaba incluida el iniciar una nueva religión.
- Él vino para salvar a la humanidad de su pecado.
- Para dar testimonio de la verdad acerca de Dios y el mundo caído.
- Para cumplir lo que anticiparon los profetas con respecto a su Reino venidero.
- Vino para ser luz a los gentiles.
Su venida no tuvo el propósito de cambiar o eliminar los mandamientos dados por su Padre. No creemos que sea así, porque la Escritura no dice tal cosa. De hecho, la evidencia abrumadora es justamente lo opuesto. No obstante, de alguna manera, la mayoría de personas que dicen ser cristianas han extraviado esa parte.
Tampoco esto implica que el propio Creador no sabía lo que ocurriría después de su muerte física. Por el contrario, ¡de manera definitiva sí lo sabía! Por eso fue que nos dio advertencias específicas anticipadamente. Pero... ¿qué fue lo que dijo?
En el capítulo 7 de Mateo encontramos esta advertencia: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan... No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:13–14, 21–23).
¿Alguna vez ha leído estas palabras con desconcierto, o incluso con temor y temblor? ¿Quiénes son estas personas que llaman a Jesús “Señor”, profetizan, expulsan demonios, hacen obras maravillosas, y todo en su nombre, pero que sin embargo son rechazadas por Él, el día del juicio final? ¿Ha pensado alguna vez en eso? ¿Se ha sentido perturbado por estas preguntas?
De acuerdo con los expertos, en la actualidad hay 2.300 millones de personas en el mundo que dicen ser cristianas. Y nos preguntamos: ¿Entrarán todos ellos en el Reino de los Cielos?... ¿La gran mayoría?... ¿Cuántos han profetizado o expulsados demonios en el nombre de Jesús? ¡Por seguro, nosotros no!
Sin embargo, algunos de los que hoy aseguran haber hecho tales “obras maravillosas”, y esos otros que en el futuro también dirán lo mismo, serán rechazados por el Señor Jesucristo cuando comparezcan ante su presencia. Eso debería hacer que todos los que decimos ser sus seguidores hagamos una pausa, consideremos sus palabras y nos preguntemos: ¿Estoy avanzando por el camino amplio y destructivo, o por el angosto que conduce a la vida eterna? Tenga bien presente que el Señor enfatizó: “porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”.
Si todo lo que se espera de nosotros, tal como sugieren muchos tele-predicadores, es que “entreguemos nuestros corazones a Jesús” en una confesión de fe de un minuto, para que experimentemos el nuevo nacimiento, ¿por qué entonces se perderán tantas personas? ¿Acaso no son muchos los “maestros” que dicen hoy, que el Señor Jesucristo vino para mostrarnos un camino más fácil para la salvación, para librarnos de la carga pesada de Ley, que era un obstáculo en el pacto antiguo? Es cierto que ya no vivimos bajo la Ley, sino bajo la gracia, pero esto de ninguna manera nos da licencia para pecar y vivir un cristianismo barato. De ser así ¿cómo reconciliamos esta enseñanza con lo que dijo Jesús en el capítulo 7 de Mateo?
Estas son las preguntas que debe hacerse cada uno, cuando lea y analice una vez más los Evangelios. Pídale al Señor que le revele por medio del Espíritu Santo lo que pueda estar oscurecido para su comprensión.
He aquí otra pregunta provocativa que debe hacer: ¿Por qué el Señor Jesucristo usó las parábolas para enseñar? ¿Piensa que lo hizo para que las personas pudieran entender su mensaje más fácilmente? ¿Para que quienes le escuchaban pudieran descubrir la verdad y encontrar el camino angosto?
Eso es lo que muchos creen, sin embargo la Escritura enseña una historia muy diferente. Está registrado en dos de los Evangelios, que “Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane. Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen” (Mateo 13:10–16). “Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Qué significa esta parábola? Y él dijo: A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan” (Lucas 8:9–10).
El Señor Jesús no hablaba en parábolas para que las multitudes pudieran oír y entender con mayor claridad. Si no que a cambio de eso, lo hacía para que se cumpliese la profecía de Isaías. En otras palabras: Él no intentaba que todos entendieran sus parábolas, sino que lo hizo exactamente con el propósito opuesto.
Cuando Jehová preguntó a quién enviaría, e Isaías se ofreció para llevar el mensaje, al hacerlo Dios le dijo: “Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad. Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra. Y si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa” (Isaías 6:9–13).
Llegará el momento en que los hijos de Israel entenderán con sus corazones, serán sanados y salvos, pero eso no fue en el tiempo de Isaías, tampoco en el de Jesús. Esos fueron tiempos de juicio. Sólo unos pocos fueron escogidos, los que decidieron seguir por el sendero angosto.
En los Evangelios, vemos que Jesús trató severamente a los líderes religiosos de Israel. ¿Por qué? ¿Cuál era la gran ofensa que cometían los fariseos y saduceos de su tiempo? Al hacerle esta pregunta a muchos cristianos, su respuesta es siempre la misma: “Porque eran hipócritas”.
Sí, es cierto que el Señor Jesús se refirió algunas veces a ellos como “hipócritas”, pero... ¿acaso todos en una u otra forma, no somos hipócritas en algún momento de nuestras vidas? Entonces, ¿qué era lo que estaban haciendo específicamente que indignó tanto al Mesías, y también a Juan el Bautista?
Para documentarnos mejor, analicemos solo el primer evangelio. En el capítulo 3 de Mateo leemos: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre. Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados” (Mateo 3:1–6).
Juan les predicaba un mensaje urgente para que se arrepintieran, algo que hicieron todos los profetas antes de él, y de lo cual tenían conocimiento especialmente los religiosos. Mientras él bautizaba en el Jordán a los que aceptaban su clamor por arrepentimiento llegaron algunos de estos líderes religiosos: fariseos y saduceos.
¿Cómo los recibió Juan? ¿Se mostró feliz por verlos? ¿Los invitó amablemente a que participaran en el rito de purificación del bautismo, persuadiéndolos con palabras amables para que se arrepintieran de sus pecados? ¿Les dijo: “Queridos Hermanos, acepten al Mesías en su corazón y serán salvos?”. ¡No, en absoluto! Sino que “Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Mateo 3:7–12).
¿Se dieron cuenta? ¡Los llamó víboras, serpientes ponzoñosas! Los recriminó fuertemente con la pregunta de que “¿Quién los había enseñado a huir de la ira venidera?”. Amonestándoles para que no se durmieran en sus laureles confiados en las promesas hechas a su padre Abraham como refugio seguro en el reino venidero.
¿Por qué sería Juan tan severo al condenar a los fariseos y los saduceos? ¿Qué estaban haciendo mal? ¿Cómo podían estos hombres profundamente religiosos, haberse apartado del camino angosto? La realidad es que aquí comienza un patrón que puede verse a todo lo largo de los Evangelios.
La siguiente referencia a los fariseos en Mateo la encontramos en el Sermón del Monte, cuando el Señor Jesucristo dijo: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20).
Aparentemente, el mejor ejemplo para el pueblo de Israel de personas que fueran justas en esos días, eran los fariseos. Sin embargo, se quedaron cortos, porque no satisfacían la justicia de Dios. Pero... ¿qué era lo que estaban haciendo mal? ¿Y por qué Juan los llamó víboras?
Volvemos a encontrarlos mencionados nuevamente en el capítulo 9 de Mateo, un poco después del encuentro del Señor Jesús con el recaudador de impuestos, cuyo Evangelio lleva su nombre: “Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento. Entonces vinieron a él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán” (Mateo 9:9–15).
Es obvio que los fariseos estaban muy interesados en Jesús. Tristemente, el interés particular de ellos era atraparlo en comportamientos que no fueran parte de su tradición y costumbres, y que por lo tanto consideraban pecaminosos.
Pero... ¿es que acaso era pecado comer con recaudadores de impuestos y pecadores? ¿En que parte de las Escrituras encontramos tal ordenanza? Les invitamos a que la busquen en el Tora - en los cinco libros de la Ley. No encontrará tal prohibición. Así que podemos suponer que los fariseos habían determinado por sí mismos, por sus propias tradiciones y enseñanzas de hombres, que era inaceptable.
¿Y qué hay con respecto al ayuno? ¿Es bueno ayunar para fortaleza espiritual? Sí, puede ser un arma poderosa en la guerra espiritual, tal como lo demostró Jesús durante los 40 días que estuvo ayunando en el desierto cuando fue tentado por Satanás y tal como está registrado en Mateo 4:1-11. Asimismo cuando los discípulos no pudieron expulsar a un demonio y Jesús les dijo: “Este género no sale sino por oración y ayuno” (Mateo 17:21).
De tal manera, que el ayuno puede ser algo bueno, pero no es un mandamiento. No se encuentra especificado en el Tora como tal. Incluso el Día de Expiación, que hasta hoy está asociado con el ayuno, en Levítico 23:27 y 32 se le describe simplemente como un día para “afligir las almas”. Si bien el ayuno podría ser una forma de hacerlo, las Escrituras no lo ordenan explícitamente.
Los fariseos, al confrontar a Jesús, adoptaban una actitud de que eran más santos y devotos que Él. Ellos seguían las tradiciones de los hombres como si fueran mandamientos de Dios. En algunos casos, incluso consideraron estas costumbres superiores a los mandamientos que se encontraban en la Ley.
Una vez más, observamos aquí un patrón en desarrollo que se hace abrumadoramente claro conforme seguimos examinando los intercambios entre el Señor Jesucristo y los fariseos a lo largo de los evangelios.
Continuando en Mateo, leemos este relato: “Mientras salían ellos, he aquí, le trajeron un mudo, endemoniado. Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel. Pero los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios” (Mateo 9:32–34). ¡Los fariseos dando falso testimonio en contra del Señor por hacer obras milagrosas, estaban acusándolo de estar en alianza con Satanás!
Poco después, Jesús se dedicó a sanar a todos los que llegaban a Él con toda clase de enfermedades imaginables. Y le otorgó poder a sus discípulos para que hicieran lo mismo, aunque primero les hizo una advertencia con respecto a la oposición que enfrentarían de parte de los fariseos, específicamente haciendo referencia a su acusación contra Él. Les dijo: “Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles... Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Cuando os persigan en esta todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre. El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?” (Mateo 10:17-18, 22–25).
Vemos que un poco después, el Señor criticó a los fariseos delante de sus discípulos, explicándoles que las acusaciones contra Él no sólo eran falsas, sino contradictorias. Les dijo: “Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos” (Mateo 11:18–19).
Luego tenemos su confrontación después de que sus discípulos recogieron un poco de grano en el día de reposo, “Viéndolo los fariseos, le dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposo” (Mateo 12:2).
Imagínese la escena: Jesús y sus discípulos están pasando por un campo de trigo, tal vez yendo a una sinagoga o regresando de una. Están hambrientos, entonces comienzan a arrancar algunas espigas de trigo y a comer los granos. ¿Es esto una violación de la ley del Sábado? ¡No, no lo es! La Escritura dice que es indebido trabajar en el día de reposo, pero no que sea ilegal comer. En ninguna parte del Antiguo Testamento encontrará una prohibición con respecto a arrancar unos granos y comérselos en el día de reposo. Sería una violación si se moliera el trigo convirtiéndolo en harina y se cociera el pan, pero no masticar el grano que abundaba alrededor de ellos. Eso claramente no es un pecado.
El Señor Jesucristo nunca quebrantó la Ley, de eso puede usted estar seguro. Su papel como Mesías y Redentor requería que viviera una vida sin transgresión para poder convertirse así en un sacrificio perfecto para expiar por todos los pecados de la humanidad.
Esta fue otra acusación falsa en contra de Él y sus discípulos. Pero lo importante aquí es reconocer el patrón de confrontación que habían desarrollado. Los fariseos en realidad estaban agregándole a la Ley, inventando nuevas reglas, que la Escritura condena firmemente, tal como declara Deuteronomio 12:32: “Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás”.
Por lo tanto, eran los fariseos quienes estaban violando la Ley, no el Señor. Ellos le daban más valor a sus ordenanzas orales y tradiciones que a la Palabra de Dios, y al hacerlo infringían el Tora. Como usted podrá comprobar esto no sólo fue una fuente de gran conflicto entre Jesús y ellos, sino que continuó hasta después de su muerte y resurrección.
Pero... ¿por qué es tan importante? Porque Él dijo “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17). Jesús se estaba refiriendo al Tora, no a leyes hechas por ellos que eran hombres, porque eran sus preceptos los que controlaban la vida espiritual en Israel en el tiempo de su ministerio. Es una distinción importante que ha ocasionado grandes problemas para la iglesia en los dos mil años de su existencia.
Para explicarle a sus discípulos el comportamiento en el día de reposo le dijo a los fariseos: “... ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12:3–8).
El Señor no estaba justificándose por haber quebrantado la Ley o algunos de los mandamientos de Dios. Esto tal vez le parezca difícil de entender, a las personas que nunca han estudiado el Antiguo Testamento, ya que allí se explica por qué se le permitió a David comer el pan de la proposición, reservado para los sacerdotes, cuando huía y se escondía de Saúl, y hay respuesta tanto práctica como espiritual a este respecto.
“El sacerdote respondió a David y dijo: No tengo pan común a la mano, solamente tengo pan sagrado; pero lo daré si los criados se han guardado a lo menos de mujeres. Y David respondió al sacerdote, y le dijo: En verdad las mujeres han estado lejos de nosotros ayer y anteayer; cuando yo salí, ya los vasos de los jóvenes eran santos, aunque el viaje es profano; ¿cuánto más no serán santos hoy sus vasos? Así el sacerdote le dio el pan sagrado, porque allí no había otro pan sino los panes de la proposición, los cuales habían sido quitados de la presencia de Jehová, para poner panes calientes el día que aquéllos fueron quitados” (1 Samuel 21:4–6).
Vemos que en este caso en particular había circunstancias atenuantes, ya que tanto el sacerdote como David estuvieron de acuerdo con las excepciones permitidas a la regla. David y sus hombres necesitaban alimento y estaban en un relativo estado de pureza; además ya para entonces el pan era común, porque iba a ser reemplazado con pan recién horneado.
David no pecó por comer pan, y el Señor Jesucristo de quien dijo Dios en Salmo 110:4b: “... Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” y quien era superior a David, tampoco pecó al permitirle a sus discípulos que comieran grano. De hecho, el Señor les hizo este recordatorio a los fariseos: “¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa?” (Mateo 12:5).
Cuando Jesús dijo: “Porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12:8), realmente estaba tratando de llamar la atención de los fariseos. Es como si les hubiera estado diciendo: “Es el día de la decisión, Yo fui el que creó el sábado de reposo. ¿Me seguirán a Mí o seguirán sus propias tradiciones hechas por hombres?”. Ahora aquí no hay implicación de que Jesús estuviera eliminando, o incluso modificando, el cuarto mandamiento, o para el caso, cualquier otro mandamiento.
En otra ocasión “Pasando de allí, vino a la sinagoga de ellos. Y he aquí había allí uno que tenía seca una mano; y preguntaron a Jesús, para poder acusarle: ¿Es lícito sanar en el día de reposo? Él les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo. Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra. Y salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle. Sabiendo esto Jesús, se apartó de allí; y le siguió mucha gente, y sanaba a todos, y les encargaba rigurosamente que no le descubriesen; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: He aquí mi siervo, a quien he escogido; mi Amado, en quien se agrada mi alma; pondré mi Espíritu sobre él, y a los gentiles anunciará juicio. No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz. La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio. En su nombre esperarán los gentiles” (Mateo 12:9–21).
Podemos ver aquí - capítulo tras capítulo, versículo tras versículo, que el Señor Jesucristo estaba predicando y haciendo milagros, y los fariseos constantemente lo desafiaban y lo reprendían. El patrón es claro: Jesús estaba llevando a cabo su ministerio, y los fariseos trataban de frustrarlo en cada paso del camino.
No hay nada que prohíba en el Tora que se sane a alguien en el día de reposo. Si lo busca no encontrará un sólo mandato u ordenanza de Dios en contra de ello. Entonces Jesús no estaba violando la Ley; sino que la estaba cumpliendo en la letra y en el espíritu. Por eso vemos que Él para mostrar que estaba acatando no solo la Ley, sino también los profetas, citó parcialmente a Isaías 42:1-6.
Pero la contienda entre el Señor y los fariseos continuó. Es más que un patrón, ya que literalmente domina los evangelios. Pero reconozca y entienda muy bien esto: Jesús no estaba tratando de comenzar una nueva religión, sino estaba limpiando y purificando la misma.
“Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba. Y toda la gente estaba atónita, y decía: ¿Será éste aquel Hijo de David? Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios. Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá. Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino? Y si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios. Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa. El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero. O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:22–37).
¿No le parece increíble que los fariseos de hecho acusaron al Señor de expulsar los demonios por medio del poder de Satanás? ¿Por qué lo consideraban una amenaza? ¡Porque no los consultaba, ni actuó como ellos consideraban que debía hacerlo un Mesías! No lo reconocieron por sus propias ideas preconcebidas. O lo que es peor, lo rechazaron porque amenazaba su estilo de vida, poder, riqueza y posición. No fue el diablo quien desafió a Jesús - él se rindió después de 40 días de tentarlo en el desierto, quienes los desafiaron fueron los fariseos, el establecimiento religioso, los hombres queriendo hacer las cosas de acuerdo con su propio criterio.
De súbito los fariseos cambiaron su actitud y “Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal” (Mateo 12:38). Tenga en mente que Jesús les había mostrado ya multitud de señales. Los había sanado de todo tipo de dolencias - a ciegos, sordomudos hasta a poseídos por demonios. A cambio de eso lo acusaron de violar la Ley y de hacer milagros por medio del poder de Satanás y ahora cortésmente le están pidiendo una señal.
“Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación” (Mateo 12:39–45).
Pero el patrón de acusación y condenación de los fariseos contra el Señor continuó... “Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan” (Mateo 15:1–2).
Pero... ¿hay alguna ordenanza en el Tora que diga que es obligatorio lavarse las manos antes de comer? ¡No, no la hay! Pero sí encontramos una en la tradición oral de los fariseos. En derramar un vaso de agua en una mano y luego en la otra. Los judíos ortodoxos todavía lo practican, pero no es un mandamiento. Así que el Señor les respondió: “¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” (Mateo 15:3).
El Señor enfatizó su punto de vista unos pocos versículos después al citar estas palabras de Isaías: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:7–9).
¿Se dio cuenta? El Señor les dijo bien claro lo que estaban haciendo mal. Estaban cometiendo un gran pecado, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Esto es una referencia a Isaías 29:13. Palabras un poco diferentes, pero con el mismo significado: “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado”.
Tal vez todo esto le parezca a algunos de ustedes redundante, pero lo que queremos dejar claro al citar todos estos pasajes, es la profunda aplicación que tiene todo esto para nosotros hoy. En la actualidad también están muchos que se llaman asimismo cristianos enseñando doctrinas de hombres. Esto no sólo podemos verlo en la iglesia católica o en grupos tan diametralmente opuestos como los testigos de Jehová, mormones y otras sectas, sino entre muchos auto denominados cristianos evangélicos, quienes han distorsionado completamente las Escrituras dándoles su propia interpretación y enseñando cosas contrarias a la Palabra Dios.
No es que los cristianos fundamentalistas, quienes reconocemos la Biblia, la Palabra de Dios, como la única fuente y guía autorizada por el creyente, somos unos legalistas, tal como muchos pastores enseñan hoy en día. Nosotros reconocemos la Biblia como nuestra única autoridad y la estudiamos de principio a fin, porque es necesario leer y estudiar el principio de un libro, para comprender su fin. El Señor no quebrantó la Ley, ni tampoco espiritualizó los mandamientos, ni enseñó que “como éramos salvos por gracia, teníamos libre licencia para pecar”. De hecho fue exactamente lo contrario.
Continuando, nos encontramos una vez más con que “...Vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mateo 19:3–9).
Aquí el Señor no sólo confirmó la ley de Moisés, sino que impuso una norma más alta para el divorcio y las segundas nupcias. Sin embargo, una y otra vez, no es eso lo que enseñan los pastores hoy, sino que afirman que la ley de Moisés era pesada y que Jesús nos liberó de ese yugo. Asimismo aseguran que Jesús nunca condenó la homosexualidad, pasando por alto que afirmó “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17), y que el Antiguo Testamento condena una vez tras otra las prácticas homosexuales. Esta peligrosa interpretación errónea de las Escrituras está alejando a muchas personas del camino estrecho de la salvación, conduciéndoles hacia la amplia vía de la destrucción.
Luego vemos a Jesús entrando en Jerusalén en cumplimiento de las profecías de Zacarías y confrontando a la clase sacerdotal. “Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea. Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mateo 21:8–13). Todo esto en cumplimiento de la profecía en Salmo 69:7-9.
Después de purificar el templo, el Señor sanó a los enfermos, salió y regresó el día siguiente, y el conflicto con los sacerdotes continuó: “Cuando vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él mientras enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te dio esta autoridad? Respondiendo Jesús, les dijo: Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también yo os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres? Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta. Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos. Y él también les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas” (Mateo 21:23–27).
Jesús no sólo desafió a estos líderes religiosos sino que les dio advertencias directas. Ya ustedes saben el resto de la historia, de que fue traicionado por uno de sus discípulos, entregado en manos de los sacerdotes y fariseos, torturado y crucificado, resucitando victorioso al tercer día.
El Señor nunca dijo que había venido para instaurar una nueva religión, sino que había venido para enseñar, sufrir y morir como una expiación por los pecados del mundo, para cumplir con lo que habían dicho de Él los profetas, y traer la verdad y la luz: primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel y más tarde a los gentiles y para establecer el fundamento para su reino venidero y restaurar todas las cosas.
El Señor Jesús no vino porque Dios el Padre cometió errores en el pasado y tenía que hacer algunos cambios. Tampoco para escribir nuevas leyes y remplazar las antiguas, por el contrario dice en Hebreos 13:8: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Son muchos los cristianos que creen que las reglas del Antiguo Testamento fueron establecidas por el Padre Jehová, en un mundo gobernado sólo por la Ley, pero que luego vino el Señor Jesucristo y “cumplió con la Ley” e instituyó un sistema de pura gracia. Si usted es uno de los que tiene esta idea, ya es tiempo que reflexione, porque es una mentira, es algo extra-bíblico. Es cierto que Efesios 2: 8–9 declara: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Pero seguiremos repitiendo hasta el cansancio, esto no nos da licencia para vivir una vida disoluta y pecadora.
El Señor Jesucristo es eterno. Fue quien creó los cielos y la tierra, tal como declara Juan 1:3,10: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho... En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”. También fue Él quien grabó los Diez Mandamientos sobre las tablas de piedra con su dedo, porque el Padre y el Hijo son uno, Él mismo así lo declaró: “Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:38).
Dios no cometió errores. Sino que lo planeó todo, orquestó un gran cambio durante el primer siglo, ofreciendo la oportunidad de salvación y participación en su Reino venidero a un gran número de gentiles y judíos. ¿Cómo? No desechando a los hijos de Israel, sino permitiendo que los gentiles, aquellos que no comparten el linaje de Abraham, Isaac y Jacob, fuesen “injertados” en el pacto eterno anterior entre Él y su pueblo elegido. Pablo escribió: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció...” (Romanos 11:1–2a).
Este punto es de inmensa importancia y a menudo es pasado por alto por los maestros y líderes cristianos de hoy y del pasado, y por todos los evangélicos que hoy profesan la teología del remplazo. Pablo declara, que siempre ha habido y hay un remanente de creyentes verdaderos entre el pueblo de Israel, esos que siguen “el camino angosto” en lugar del espacioso que conduce a la perdición. Incluso en los peores momentos de rebelión y apostasía, siempre ha habido un remanente.
Esto podemos verlo en el tiempo de Elías, tal como está registrado en 1 Reyes 19:18, que dijo Dios: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron”. Y tal como dice Pablo en Romanos 11:5: “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia”. Y continúa: “Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?.. Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:11–12, 16–32).
Note cómo el pacto eterno de Dios con Abraham y su linaje no se rompe de ninguna manera. Pablo aseguró aquí, que antes del fin todo Israel será salvo, y que injertados en la casa de Israel hay multitudes de gentiles, no porque siguieran una nueva religión, sino porque fueron adoptados por la gracia.
Recuerde, cuando lea el Nuevo Testamento que todos los primeros seguidores de Jesús eran judíos, siguiendo a un Mesías judío. No había duda alguna entre ellos de que la salvación era para ellos y por medio de ellos. La pregunta era quién más entraría al Reino con ellos.
Pero... ¿qué le dijo el Señor Jesús a la mujer samaritana que se encontraba junto al pozo: “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22). ¿Y qué dijo Pablo en Hechos 13:26? “Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros teméis a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salvación” (Hechos 13:26). El pueblo de Israel fue escogido por Dios para recibir la palabra de fe, para publicar la Palabra de Dios y para llevarle al mundo entero el mensaje de salvación.
En el primer siglo de nuestra era, su territorio fue asolado, fueron esparcidos sobre la faz de la tierra, apartados junto con la promesa de Dios de que el Reino venidero sería regido por El Ungido, uno del linaje de David quien juzgará al mundo entero y reinará desde Jerusalén. Pero, entonces... ¿la nueva “iglesia” heredó o tal vez abrogó esos pactos y promesas? ¿Es que acaso un nuevo pacto remplazó al otro, o es simplemente el cumplimiento del antiguo?
El Señor Jesucristo no vino para comenzar una nueva religión llamada “cristianismo”. Cristo es la palabra griega, que en español se traduce como “Mesías” o “El Ungido”. Por lo tanto cristiano es uno que sigue al Mesías. Si la gran mayoría comprendieran esto bien, la iglesia sería mucho mejor. Si de hecho, se vieran a sí mismos como seguidores del Mesías, podrían entender correctamente su relación con Dios por medio del Mesías Jesús. No obstante, hemos perdido contacto con nuestras raíces hebreas. Y la mayoría de “creyentes” se consideran a sí mismos como parte de una nueva religión fundada hace unos dos mil años.
Olvidan que todos los discípulos eran judíos, incluyendo al propio Mesías o Cristo, a quienes siguen como “cristianos”.
Pero... ¿quién era este Mesías? El Mesías prometido a los judíos, pero también es el Mesías de los no judíos - de los gentiles. Sin embargo vino primero a ellos. Es importante que entendamos bien claro, qué significa ser cristiano.
Si usted piensa que no es importante comprender su fe, permítanos decirle que está muy equivocado, porque no se trata de algo trivial. Ya hemos visto la hostilidad que prevaleció entre el Señor y los sacerdotes fariseos y saduceos y los ancianos de ese tiempo en Israel. Pero... ¿Por qué no reconocieron a Jesús como su Mesías, el Hijo de Dios, y heredero del trono de David?
Porque estaban ciegos por una religión creada por ellos mismo - y no tenían una fe bíblica en el Tora y los profetas. Ellos habían creado su propio sistema religioso. Habían establecido sus propias reglas, algunas de las cuales las consideraban más importantes que la Escritura. Seguían tradiciones de hombres y no conocieron a su Mesías porque sus corazones estaban endurecidos.
Los cristianos hoy en día debemos entender esto y orar al respecto, no sólo porque es crítico comprender lo que dicen las Escrituras, sino porque todo tiene además una aplicación importante para nosotros en este siglo XXI como “cristianos”.
¿Se ha advertido alguna vez de los patrones que encontramos en la Biblia? ¿Cómo el pueblo de Israel se acercaba a Dios y luego llegaba la apostasía y finalmente el juicio? La Biblia está colmada de patrones como este, y se encuentran allí por una razón - para mostrarnos cómo nosotros también podemos ser tentados, sucumbir al engaño y caer. El riesgo se incrementa al pasar por alto las lecciones a través de las experiencias del pueblo judío. ¿Cuántos fariseos hay en nuestro día en el cristianismo?
¿Cuántos han sido engañados por falsos maestros en la iglesia, que tergiversan la Palabra de Dios? ¿Acaso estos fariseos modernos no han fabricado también sus propias reglas basadas algunas en su propia tradición, mientras que otras en su propio intelecto, en lugar de creer en la Biblia? ¿Creemos más en los padres de la iglesia del segundo, tercero o cuarto siglo; en el clero católico; en este o aquel mega-pastor famoso, que en los verdaderos padres de la iglesia: Pedro, Pablo, Juan, Santiago y los demás quienes recibieron la Palabra de Verdad del propio Señor Jesucristo y fueron guiados por el Espíritu Santo?
Y lo que es bien importante: ¿Hemos olvidado lo que viene después? ¿Reconocemos las señales de los tiempos, de que el Señor Jesucristo nos advirtió que nos mantuviéramos atentos, para que no nos tomara por sorpresa su Segunda Venida y la restauración de todas las cosas “Y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:20–21)?