Henry Alford
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Henry Alford nació en 1810 en Londres. Su padre era obispo titular de la iglesia anglicana y su madre murió en el momento de darle a luz. Desde muy joven mostró una gran aptitud por las artes y la erudición y un gran compromiso con el Señor. Uno de sus pasatiempos cuando niño, era escribir libritos.
Cuando sólo tenía cinco años escribió un texto de cinco páginas titulado Los viajes de San Pablo, desde su conversión hasta su muerte. Antes de cumplir los diez escribía poemas en latín. A los diez años redactó Mirando a Jesús, o el apoyo de los creyentes bajo pruebas y aflicciones. El primer capítulo comenzaba diciendo: “Mirar a Jesús, no es lo que algunos supondrían, mirarle con nuestros ojos físicos, porque no podemos ver a Jesús tal como hacían los apóstoles y otros hombres santos, sino que aquí se toma en el sentido espiritual, y significa primero mirarle con fe, segundo orar a Él”.
A los 22 años se graduó del Colegio Trinity y fue ordenado el año siguiente como asistente de su padre. Dos años después contrajo matrimonio y se convirtió en miembro del Colegio Trinity. Mientras estaba allí, comenzó su obra más ambiciosa El Testamento griego. Este comentario clásico de cuatro volúmenes sobre el Nuevo Testamento, en el cual trabajó por espacio de dieciséis años, todavía se usa hoy. En 1835 se convirtió en obispo titular de Wymesworld y permaneció allí por los siguientes dieciocho años.
En 1853 fue nombrado ministro de la Capilla de Quebec en Londres y cuatro años después fue designado decano de Canterbury. Se mantuvo en esta posición por otros dieciocho años hasta su muerte.
Pocas personas en la historia de la iglesia han desplegado la productividad de toda una vida y el rango de habilidades de Henry Alford. Además de predicar, enseñar e investigar, Alford escribió y tradujo poesía y prosa, y fue un pintor de acuarela y un tallador en madera. Tocaba y componía música para piano y órgano y escribió el himno Venid, pueblo agradecido, venid y Diez miles de miles.
Cuando Henry Alford murió el 12 de enero de 1871, todos lamentaron profundamente la muerte de su tan amado decano. La procesión funeraria se dirigió desde la Catedral de Canterbury al cementerio de San Martín. Allí se concluyó el servicio, entonando unos de sus himnos:
Diez miles de miles
En brillantes vestiduras radiantes,
El ejército de los santos rescatados
Una gran multitud rodeada de luz;
Ya ha acabado, todo ha acabado,
Su lucha con la muerte y el pecado;
Presurosos traspasan las amplias puertas de oro,
¡Y victoriosos entran allí!
Traen consigo tu gran salvación,
La del Cordero que fue sacrificado por los pecadores;
Llena el rollo con tus elegidos,
Luego toma tu poder y reina;
Aparece, Deseado de las Naciones
Tus exilados, anhelan el hogar
Muestra en los cielos tu señal prometida,
¡Ven Príncipe y Salvador, ven!
Henry Alford llevó a cabo muchos logros, pero no necesitaba elogios. Después de su muerte, se encontró el siguiente memorando escrito por él: “Cuando me haya ido y sea colocado en el sepulcro, que se ponga allí como indicación de quien yace debajo, éstas palabras y sólo éstas palabras: ‘La morada de un Viajero en su Camino a Jerusalén’ - Henry Alford”.
Reflexión
¿Cómo reacciona usted cuando escucha de alguien que escribía poemas en latín antes de los diez años y que luego creció para ser un famoso autor? Dios le ha dado a pocas personas, los talentos que tenía Henry Alford, pero ha equipado a cada uno de sus hijos para que lleve a cabo cualquier cosa que haya dispuesto para ellos.
“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hebreos 13:20 y 21).