Una tierra más bella que el día
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En Rwanda el reverendo Yona Kanamuzeyi era un pastor Tutsi - es decir que hablaba bantú. Él había establecido una red de veinticuatro iglesias en villas, que ministraban a unas mil personas. En 1963, los Hutu, un grupo del Centro de África, determinó librar a su país de la odiada minoría Tutsi, y a expulsar a Kanamuzeyi y a miles de otros Tutsi que estaban todavía en Rwanda en refugios y campamentos.
Por mil años el territorio central de África conocido como Rwanda-Urundi era una monarquía feudal gobernada por los Tutsi, un pueblo alto y orgulloso que había reducido a los Hutus de más baja estatura a una condición prácticamente de servidumbre. Alemania reclamó el país en 1890, luego la Liga de las Naciones se lo otorgó a Bélgica después de la primera guerra mundial. Aunque los gobiernos cambiaron, el sistema político no. Los Tutsi que sólo eran el quince por ciento de la población, continuaban gobernando a la mayoría Hutu, tal como habían hecho por siglos.
Los misioneros comenzaron a llegar a finales de la década de 1920. Para 1968 Rwanda en el norte tenía ochenta y cinco mil anglicanos, y en Burundi, en el sur, los pentecostales suecos habían ganado ciento sesenta mil para Cristo.
Bélgica estaba dispuesta a garantizarle independencia, pero en 1959 siglos de represión rebosaron hasta hervir en Rwanda. La mayoría Hutu se rebeló, masacrando miles de Tutsi y tomando control del gobierno. Bélgica y las Naciones Unidas le garantizaron a los Hutus el gobierno de Rwanda en 1962, con los Tutsi reteniendo control de Burundi en la frontera sur de Rwanda.
Ante la confusión política y étnica, muchos misioneros huyeron o fueron llamados a regresar a sus países respectivos por razones de seguridad. Pero los pastores nativos fieles, tanto Hutu como Tutsi, permanecieron ministrando el evangelio de paz.
En la mañana del 24 de enero de 1964, un jeep se detuvo enfrente de la casa del reverendo Kanamuzeyi en el campamento de refugiados. Soldados Hutu armados, le ordenaron al pastor y a su amigo Andrew Kayumba que subieran al jeep. Kanamuzeyi le dijo a su amigo: “Pongamos nuestras vidas en las manos de Dios”. Los hombres los condujeron hasta un campamento militar, en donde Kanamuzeyi pidió permiso para escribir en su diario de bolsillo. Luego le pasó el diario al soldado a cargo y le pidió que le entregara el pequeño libro a su esposa. El soldado respondió: “Lo mejor que deberías hacer es orarle a tu Dios”.
Entonces Kanamuzeyi oró en voz alta enfrente de los soldados: “Señor Dios, tú sabes que no hemos pecado contra el gobierno, y ahora yo clamo en tu misericordia, que aceptes nuestras vidas. Oramos para que vengues nuestra sangre inocente y para que ayudes a estos soldados que no saben lo que están haciendo”.
Ambos hombres fueron atados, y cuando Kanamuzeyi era empujado hasta otro lugar, él se volvió y le preguntó a Andrew: “¿Tú crees hermano?”. “¡Sí!” - replicó Andrew.
Kanamuzeyi fue llevado hasta un puente sobre un río y conforme caminaba, Andrew lo escuchó cantar:
Hay una tierra que es más bella que el día,
Y por fe podemos verla de lejos;
El Padre espera al otro lado del camino,
Para prepararnos un lugar de morada allí.
El estallido de un disparo puso fin al himno. Los soldados recogieron el cuerpo de Kanamuzeyi y lo arrojaron al río.
Los soldados volvieron a hacer subir a Andrew al jeep. Su doble mensaje de asesinato e intimidación, aparentemente había sido logrado. “Te vamos a llevar a casa”, le dijeron. “Pero recuerda, si le dices a alguien acerca del asesinato del pastor, tú también morirás”.
El diario del pastor Kanamuzeyi llegó a manos de su esposa. En él había escrito: “Vamos al cielo”.
Reflexión
Si usted hubiera sido Yona Kanamuzeyi, ¿cree que habría cantado un himno mientras lo conducían para asesinarlo? Dios le provee paz a sus hijos cuando la necesitan.
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6 y 7).