Él siguió el llamado de Dios
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
- Publicado en Tema del día /
- Visitado 9944 veces /
- Imprimir /
El 14 de septiembre de 1757, Aaron Burr, Padre, el segundo presidente de la Universidad Princeton, murió a la edad de 41 años. Cuatro días después, veintidós estudiantes se graduaron en el primer año de funcionamiento de la universidad en su nueva localización en Princeton, New Jersey. Al día siguiente, los miembros de la junta directiva se reunieron y después de un tiempo de sincera oración, eligieron a Jonathan Edwards, suegro de Aaron Burrs, Padre, como el siguiente presidente de la universidad.
La carrera de Jonathan Edwards había comenzado brillantemente y muy temprano. A los 16 años recibió el título de bachiller en artes de la Universidad de Yale. Con una maestría a los 23, aceptó un llamado para ministrar en Northampton, Massachusetts, en donde sirvió por los veintitrés años siguientes y fue amado y respetado. Durante esos años contrajo matrimonio, y su familia creció hasta tener diez hijos, y sus escritos y predicación fueron aclamados.
Desde Northampton, Edwards fue a Stockbridge, Massachusetts, una villa fronteriza, en donde por siete años sintió el compromiso de pastorear una iglesia pequeña integrada por colonos e indígenas.
John Brainerd, hermano del misionero David Brainerd, y uno de los miembros de la junta directiva de Princeton, fue uno de los dos hombres enviados a Stockbridge para informarle a Edwards de su elección como presidente. Edwards estaba sorprendido, y aunque era considerado el teólogo más grande y filósofo de su generación en Norte América, cuestionó si estaba calificado o no. Después de un período de oración y consejo de otros, con reticencia aceptó la posición.
Edwards salió para Princeton en enero, mientras su esposa y familia iban a permanecer en Stockbridge hasta la primavera. Dos hijas: Esther Burr, la que había quedado viuda recientemente, y Lucy, que estaba pasando unos días con ella, estaban ya allí.
Después de su instalación como presidente, Edwards comenzó predicando cada domingo en la capilla de la universidad. También le enseñaba teología a los estudiantes del último año, y su clase rápidamente se hizo muy popular. Edwards llegó a convencerse de que Dios lo había llamado a Princeton.
En febrero, la epidemia de viruela arrasó el país llegando hasta Princeton. Como la inoculación para la enfermedad parecía ser exitosa, Edwards propuso que lo inocularan, si su médico lo recomendaba y la junta directiva lo aprobaba. Con la aprobación de ambos, a Edwards le aplicaron la vacuna el 13 de febrero de 1758, un mes después de haber asumido la presidencia.
Desafortunadamente, no produjo los resultados que se pretendía y muy pronto se vio afectado por la viruela en su garganta, teniendo mucha dificultad para tragar. Su condición se deterioró rápidamente y él supo que estaba muriéndose. Reconociendo que no vería a su esposa nuevamente, le escribió esta nota a su hija: “Querida Lucy, me parece que la voluntad de Dios es que los deje en muy poco tiempo; por consiguiente dile a mi querida esposa que la amo mucho, dile además que la unión excepcional que ha subsistido por tan largo tiempo entre nosotros, ha sido de una naturaleza maravillosa. Como confío en su espiritualidad, por lo tanto sé que continuará para siempre; espero que la consuelen en esta gran prueba, y me someto gozosamente a la voluntad de Dios. En cuanto a mis hijos, ustedes ahora se quedarán sin padre, lo cual espero será un incentivo para que todos busquen un Padre que nunca les fallará”.
Jonathan Edwards murió el 22 de marzo de 1758. Su médico tuvo que escribir la difícil carta informándole a Sarah Edwards de la muerte de su esposo. Sarah encontró refugio en el mismo Dios que su esposo había predicado. Y le escribió así a Esther Burr, su hija viuda y ahora huérfana de padre: “¿Qué puedo decir? Un santo y buen Dios nos ha cubierto con una nube oscura. ¡Oh! ¡Tal vez debemos besar la vara con que nos corrige, y poner nuestras manos sobre la boca! El Señor lo hizo. Me ha hecho que adore su bondad, al permitir que tuviéramos a tu padre por tanto tiempo. Pero mi Dios vive, y tiene mi corazón. ¡Oh, qué legado ha dejado para nosotros, mi esposo y tu padre! Todos hemos sido entregados a Dios, y allí estoy yo, y me encantar estar”.
Esther Burr, quien también había sido inoculada al mismo tiempo que su padre, murió dieciséis días después.
Reflexión
¿Cuál es su reacción a la carta de Sarah Edwards a su hija, quien ignoraba que ella también estaba próxima a morir? ¿Qué puede aprender de ello, en su propia vida?
“Cantad alabanzas, oh cielos, y alégrate, tierra; y prorrumpid en alabanzas, oh montes; porque Jehová ha consolado a su pueblo, y de sus pobres tendrá misericordia” (Isaías 49:13).