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Juntos para siempre

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

John Cowper y su esposa Ann, tuvieron siete hijos, pero sólo dos sobrepasaron la infancia: William nacido en 1731 y John en 1737.  Ann era muy frágil y murió seis días después del nacimiento de John.  Su padre era rector de Berkhamsted, en Hertfordshire, Inglaterra.  La familia en general eran evangélicos entusiastas.  No sólo los dos padres de ellos eran cristianos, sino también muchos de los hijos de las tías, tíos y primos.  Pero la enfermedad que el reverendo doctor Cowper le heredó a su hijo William fue la depresión crónica.

En el año 1764, durante uno de sus períodos de hospitalización, William se convirtió debido a los esfuerzos evangelísticos de su médico, el doctor Nathaniel Cotton.  A pesar de su larga batalla con esta enfermedad, llegó a ser uno de los mejores poetas de Inglaterra, siendo autor de la lírica de himnos tales como Caminar más cerca con Dios, y Hay un precioso manantial.  Sin embargo, su hermano John permanecía como un incrédulo.

         Cuando John se enfermó en septiembre de 1769, los amigos insistieron que William fuese a Cambridge a visitarlo.  Después de diez días John mejoró, y William regresó a su casa en Olney, perplejo respecto a por qué su hermano se rehusaba a confiar en Jesús a pesar de estar enfrentando la muerte.

         En el mes de febrero, William fue una vez más convocado debido a la mala salud de John, quien continuó en gran sufrimiento hasta el 10 de marzo de 1770, cuando William lo escuchó citando estas palabras: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra...” a lo cual él añadió: “¡Ay, y Él es capaz de hacerlo también!”.

         Al día siguiente William le escribió a un amigo cristiano, de lo que había ocurrido, le dijo: “Me he dado prisa en hacerte partícipe de mi gozo... Ayer, en la tarde, mi hermano de súbito estalló en lágrimas y dijo con gran clamor: ‘¡Oh, no me abandones!’.  Fui al lado de su cama, y... encontré que estaba orando.  Luego se volvió a mí, y me dijo... ‘He sentido, lo que nunca había sentido antes; y estoy seguro que Dios me ha enviado esta enfermedad a fin de enseñarme lo que estaba demasiado orgulloso de aprender mientras tenía salud.  Nunca había estado satisfecho hasta ahora.  Descubrí que no podía encontrar nada en que confiar, en las doctrinas que había estado usando como el fundamento de mi esperanza.  Anhelaba el ancla de un alma pura.  Pensaba que estabas equivocado, sin embargo deseaba creer como tú.  Me encontré a mí mismo incapaz de hacerlo, no obstante siempre pensé que algún día me vería forzado a aceptarlo.  Tú has sufrido más que yo, antes de creer estas verdades, pero nuestros sufrimientos, aunque diferentes en su clase y medida estaban encaminados al mismo fin... Estas cosas eran necedad para mí en un tiempo, no podía entenderlas, pero ahora tengo un sólido fundamento, y estoy satisfecho’‘.

         “Cuando fui a decirle buenas noches, él reanudó su discurso como sigue: ‘Veo la Roca de mi salvación.  Tengo paz conmigo mismo, y si vivo, espero que seré un mensajero de esa misma paz para con otros.  He aprendido eso en un momento, lo cual no pude lograr leyendo libros por muchos años.  A menudo he estudiado estos puntos, lo he hecho con gran atención...  Ahora aparecen tan claros... El mal que sufro es la consecuencia de ser descendiente de un linaje original corrupto, y de mis propias transgresiones.  El bien que disfruto, me llega como el desbordamiento de su bondad.  Pero la corona de todas sus misericordias es ésta, que Él me ha dado un Salvador, y no sólo el Salvador de la humanidad, sino mi Salvador”.

         John Cowper murió diez días después.

Reflexión

         ¿Conoce a Jesús como su Salvador?  Muchos se llaman a sí mismo cristianos porque han aprendido hechos acerca de Jesús y la fe cristiana.  Sin embargo, la única forma como una persona se convierte en cristiana es confiando personalmente en Cristo.  Asegúrese de confiar en Él como su Salvador para que experimente el mismo gozo de John Cowper.

         “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27).

Modificado por última vez enSábado, 04 Septiembre 2010 20:09
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