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El lado negativo de los milagros

  • Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas

En el invierno del año 30 ó 32 de nuestra era, un hombre llamado Lázaro se enfermó.  Vivía en Betania, un pueblecito al sudeste del monte de los Olivos desde Jerusalén, con sus dos hermanas, María y Marta.  Ellos se encontraban entre los amigos íntimos de Jesús.  Y dice la Escritura: “Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana... Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo” (Juan 11:1,3).

         Uno podría pensar que cuando el Señor recibió el mensaje debió apresurarse de inmediato a ir junto a su amigo, pero “Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.  Luego, después de esto, dijo a los discípulos: Vamos a Judea otra vez...  Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.  Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará.  Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.  Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él” (Juan 11:5b-7,11-15).

         Cuando Marta se enteró que Jesús venía, salió a recibirle y le dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto... Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.  Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.  Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.  ¿Crees esto?  Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Juan 11:21, 23-27).

         El Señor entonces fue al lugar donde lo habían sepultado.  Era una cueva y una piedra cubría la entrada, y dijo: “Quitad la piedra”, Marta objeto y dijo: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.  Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?  Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto.  Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído.  Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.  Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!  Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:40b-44).

         Muchas personas creyeron en Él después de haber sido testigos de este milagro.  Pero algunos fueron a los fariseos para reportarles lo que Jesús había hecho.  En respuesta, los principales sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del Sanedrín para discutir lo que ellos consideraban como una situación perturbadora.  Temían que todos en la nación se convirtieran en seguidores de Jesús, y que entonces los romanos enviarían su ejército y los acabarían. “Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Juan 11:49 y 50).

Como los líderes religiosos estaban conjurando para matar a Jesús, Él y sus discípulos salieron de Jerusalén y fueron a un lugar más seguro.  Pero como era el tiempo de la celebración de la Pascua, cuando a cada hombre judío se le requería que fuera a Jerusalén, el Señor y sus discípulos regresaron a Betania para posar en la casa de Lázaro.

         El segundo día de estar allí, el 29 de marzo del año 32 de nuestra era, el pueblo se entero que Jesús había llegado y la multitud se apresuró a verle y a ver a Lázaro a quien había resucitado de entre los muertos.

         El jefe de los sacerdotes entonces decidió que la única solución para acabar con la popularidad de Jesús era matarle, igualmente a Lázaro: “Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos.  Pero los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús” (Juan 12:9-11).

Reflexión

         ¿Por qué cree usted que los líderes religiosos deseaban asesinar tanto a Jesús como a Lázaro?  Un milagro poderoso había tenido lugar, y ellos deseaban acabar con la evidencia.

         “Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:51 y 52).

Modificado por última vez enMiércoles, 24 Noviembre 2010 22:15
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