Las oraciones de una esposa fiel
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Robert E. Lee nació en Virginia en 1807, hijo de Harry Lee, a quien llamaban “Caballo Ligero”, un famoso oficial de la caballería de la Guerra de la Revolución y gobernador de Virginia. En 1829 Robert se graduó en West Point, segundo en su clase y fue nombrado teniente segundo en el ejército
Mary Custis era la biznieta de George Washington, el héroe de Lee y creció en Casa Arlington, la cual todavía se encuentra hoy sobre una colina en el Cementerio Nacional de Arlington, dominando desde lo alto Washington D.C.
Las familias Lee y Custis tenían un parentesco lejano, y Robert pasaba mucho tiempo en Arlington mientras estaba creciendo. Se enamoró de Mary, la hija única de la familia Custis, y escogieron el 30 de junio de 1831, para contraer matrimonio.
Recientemente, Mary había depositado su confianza en Cristo, y conforme se aproximaba el día de su boda, se sentía particularmente preocupada por la condición espiritual de Robert. No hacía mucho ella misma había luchado con su propia pecaminosidad, y de acuerdo con sus propias palabras, “Llegó a sentir que estaba dispuesta a dar todo por Dios, incluso su propia vida si el Señor la requería”. Por consiguiente había dicho: “Llegó el gozo y la paz”. En sus cartas a Robert ella le comentó que “oraba incesantemente para que Dios hiciera que volviera su corazón a Él”.
Pero desafortunadamente, Robert no trajo este cambio de corazón a su boda. Él medio bromeando dijo, “¡Qué el sermón en el servicio de la boda lo hizo sentir como si estuvieran leyendo su sentencia de muerte!”.
No fue sino hasta el cabo de diecisiete años, después de escuchar una maravillosa predicación en Baltimore, que Lee encontró la seguridad bendita que Mary tanto anhelaba para él. Le dijo que ahora estaba seguro que la única respuesta a los problemas de su vida era someterse a Dios. Ella se sintió muy emocionada al oírle decir: “Mi confianza está en la misericordia de Cristo”.
Cuando estalló la guerra civil, el presidente Lincoln le ofreció el comando del ejército de la Unión. Sin embargo, aunque Lee se opuso tanto a la esclavitud como a la secesión y le otorgó la libertad a todos los esclavos que había heredado, su lealtad fue primero y principalmente para su amada Virginia. Concluyó que estaba peleando por la misma libertad por la que se libró la Guerra de la Revolución y por consiguiente se unió a la causa de la Confederación, por considerarla como una segunda guerra de la independencia.
El 30 de junio de 1864, el día de los treinta y tres años del aniversario de su boda, Robert Lee se encontraba defendiendo Petersburg, como el general del ejército del Norte de Virginia, al principio de lo que sería un asedio de nueve meses por las tropas de la Unión de Grant. Sin embargo, le tomó tiempo escribirle a su querida esposa, quien había estado muy enferma ese verano, una nota de aniversario. Le dijo: “Estuve muy contento de recibir tu carta ayer, y enterarme que ya estabas mejor. Confío en que continuarás recuperándote y que pronto estarás tan bien como de costumbre. Dios permita que puedas estar enteramente restaurada en su propio buen tiempo. ¿Recuerdas qué hermoso día fue hace treinta y tres años? ¡Cuántas esperanzas y placeres nacieron ese día! Dios ha sido misericordioso y amable para con nosotros, y cuán desagradecido y pecador he sido. Oro para que Él continúe sus misericordias y bendiciones sobre nosotros, nos dé un poco de paz y reposo juntos en este mundo, y finalmente nos reúna con todo lo que nos ha dado alrededor de su trono en el mundo venidero. El presidente acaba de llegar y debo terminar mi carta”.
Reflexión
¿Está usted orando por un miembro de su familia que nunca ha depositado su confianza en Jesús? Mary Lee oró por diecisiete años antes que su esposo finalmente confiara en Jesucristo como su Salvador, ¡así que no se desanime!
“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3:1 y 2).