La odisea de un hombre
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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No todos los predicadores fieles terminan sus años de ministerio siendo apreciados fuera de sus propias congregaciones.
Devereux Jarratt nació a unos cuarenta kilómetros al sureste de Richmond, Virginia en 1733. Había una iglesia a unos cinco kilómetros de distancia a la cual su familia asistía ocasionalmente.
Cuando Jarratt tenía diecinueve años, abandonó el hogar para convertirse en maestro de escuela, en el noroeste de Virginia en el borde de los montes Apalaches, entonces considerados como frontera norteamericana. No había iglesias en el área.
Después de su trabajo inicial como maestro, Jarratt fue invitado a permanecer en el hogar de un virginiano acaudalado llamado John Cannon y aceptó el trabajo de enseñar en una escuela cercana. La señora Cannon apoyaba el gran despertar espiritual que estaba arrasando por todo el territorio de Estados Unidos bajo la predicación de George Whitefield. Ella leía sermones en voz alta cada tarde e invitaba a Jarratt para los escuchara. Aunque inicialmente él sólo aparentaba interés, finalmente los sermones tocaron su corazón y determinó tratar de abandonar sus pecados y salvar su alma. Jarratt fue la primera persona que la señora Cannon había visto que parecía ser atraída por su fe, de tal manera que lo invitó para que permaneciera en su casa. Estuvo allí por un año, enseñando en la escuela durante el día y escuchando los sermones en la tarde.
Después de regresar brevemente a su primer empleo como maestro, Jarratt retornó al hogar de los Cannon para ocupar una buena posición con un mejor salario, sirviendo como tutor del hijo de ellos. En esta ocasión un ministro presbiteriano empezó a predicar en las cercanías una vez al mes. Aunque no era un predicador particularmente dotado, Jarratt atendía todos los servicios. Pasó tiempo con el pastor, quien le presentó los escritos de Richard Baxter y los himnos de Isaac Watts.
Fue durante su segunda permanencia en el hogar de los Cannon que Jarratt finalmente conoció al Salvador personalmente. Describiendo su experiencia como sigue: “Fui bendecido con fe para creer, no sólo en una promesa, sino en todas las promesas del Evangelio con gozo indescriptible y plenitud de gloria. Vi la totalidad de Cristo para salvar perpetuamente, que si hubiera diez mil almas tan miserables y culpables como yo era, podría aventurarme todo en su sangre y justicia sin una duda o temor... Tan radiante manifestación de la todo suficiencia del Redentor, su buena voluntad para salvar, y esa divina confianza para depender de Él, nunca la tuve hasta ese momento - era como un delicioso pedazo de cielo en la tierra - tan dulce, tan encantador, tan delicioso, que no pronuncié ni una palabra, sino que me regocijé en silencio en Dios mi Salvador”.
Después de su conversión, los amigos lo animaron para que entrara activamente en el ministerio. Al enterarse que tanto George Whitefield como John Wesley fueron ordenados por la Iglesia de Inglaterra, decidió prepararse para ser ordenado allí también. Sin embargo, para recibir la ordenación tenía que viajar allí, así que vendió una parcela de tierra que había heredado y usó las ganancias para financiar su viaje.
El 3 de julio de 1763, Devereux Jarratt regresó a Estados Unidos como un pastor ordenado de la Iglesia de Inglaterra, la cual después de la guerra de la Revolución llegó a ser conocida como la Iglesia Episcopal. Se convirtió en ministro de la parroquia de Bath en el condado de Dinwiddie, en Virginia, al sur de Petersburg, a unos cuarenta y ocho kilómetros de donde nació.
Jarratt desempeñó un papel importante en el despertar espiritual del sur. Desde 1764 a 1772 dirigió un avivamiento entre los anglicanos de Virginia y Carolina del norte. En 1773 unió sus fuerzas con los metodistas, una cooperación que llegó a su clímax entre 1775 a 1776 en lo que fue conocido como la fase metodista del Despertar Espiritual del Sur.
Sus compañeros anglicanos en el ministerio, se opusieron a él, por considerarlo como un fanático presbiteriano, el último insulto que pudieron concebir en sus mentes. Herido por el rechazo de ellos, finalmente dejó de asistir a reuniones denominacionales. Cada día llegó a estar más y más aislado dentro de la Iglesia de Inglaterra, aunque permaneció leal a la denominación en que fuera ordenado.
Reflexión
En Virginia en los años 1700, esos que profesaban ser cristianos a menudo tenían mucha dificultad para llevarse bien los unos con los otros. Tristemente, eso mismo es cierto hoy. ¿Cuáles cree usted que son las causas? ¿Las curas? ¿Qué puede hacer el pueblo de Dios al respecto? ¿Debemos buscar la unidad?
El Señor Jesucristo dijo: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros...” (Juan 17:21a).