Una breve historia de amor
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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María Dyer nació en 1837 en China. Era la más joven de los tres hijos de unos misioneros anglicanos. Ambos padres murieron para el tiempo cuando ella tenía diez años, y los niños fueron criados por un tío en Inglaterra. Pero China era su hogar, de tal manera que cuando cumplió los dieciocho años, ella y su hermana mayor viajaron a Ningpo a enseñar en una escuela de niñas dirigida por Mary Ann Aldersey.
Allí conoció a Hudson Taylor y terminó contrayendo matrimonio con él, en contra de los deseos de la señorita Aldersey. María tenía mucha más educación que su esposo, y fue exactamente la compañía y ayuda que él necesitaba. Pulió esas partes ásperas de su carácter y le ayudó a trabajar con entusiasmo. Su matrimonio fue una verdadera sociedad.
Como hablaba chino desde su nacimiento, de inmediato comenzó una escuela primaria. Cuando Hudson fundó la Misión Interior de China, María fue la persona ideal para entrenar a las mujeres misioneras en el idioma y costumbres de China.
En enero de 1870 los Taylors comenzaron a hacer preparaciones para enviar a sus cuatro hijos mayores a Inglaterra para su educación. Un amigo íntimo de la familia estuvo de acuerdo en regresar a Inglaterra con los niños y cuidar de ellos allí. El miedo a partir fue demasiado traumático para Sammy de cinco años, quien murió en febrero. Un mes después, Hudson y María con lágrimas en los ojos despidieron a sus hijos.
María sufría de tuberculosis y ahora estaba embarazada con su octavo hijo, quien debía nacer en el mes de julio. Hudson, quien tenía entrenamiento médico, sabía que su esposa no llegaría a una edad avanzada.
Una pareja de misioneros llegó a visitarlos. Para acomodar a los recién llegados, se colgó una cortina en el medio de la habitación y así María compartía el aposento con otra mujer misionera y al mismo tiempo ambas podían tener privacidad.
Durante la noche del 5 de julio, María se vio aquejada con un severo caso de cólera, y la cortina impidió que su compañera de habitación pudiera ver lo enferma que estaba. Cuando Hudson la vio la mañana siguiente, quedó impactado al ver cuánto se había deteriorado en solo una noche.
El 7 de julio Hudson salió a comprar algo de brandy ya que pensaba que esto podría ayudarla. Cuando regresó se quedó estupefacto al enterarse que durante su breve ausencia había nacido su hijo Noel. Un poco después, esa tarde a María le comenzó una hemorragia interna. Tuvieron que alimentar al niño con biberón por una semana, pero su garganta se llenó de afta - de úlceras blancas, y su pequeño cuerpo se fue debilitando cada vez más. Ellos buscaron una nodriza para que lo amamantara, pero no pudieron encontrar ninguna hasta el 20 de julio. Para entonces ya fue demasiado tarde. El pequeño Noel murió esa tarde. María pensó que era tiempo que escogiera los himnos para su funeral.
En la mañana del 23 de julio de 1870, Hudson pudo ver que María se estaba muriendo y le dijo: “Vas a ir a casa. Pronto estarás con Jesús”. “Lo siento tanto” - replicó ella.
“¿No me digas que lamentas porque pronto vas a estar con Jesús?” - preguntó Hudson. “¡Oh no!” - exclamó viéndolo directo a los ojos. “Ese no es el caso. Tu sabes querido, que durante los diez años pasados no ha habido una sola nube entre mí y mi Salvador. No puedo lamentarme por ir con Él. Pero si me duele dejarte solo en este tiempo. Sin embargo... Él estará contigo y satisfará todas tus necesidades”.
Ella le besó muchas veces en tierna partida. Justo antes de morir, Hudson se arrodilló junto a su cama y oró, entregándola al Señor y agradeciéndole por los doce años y medio de felicidad que habían compartido. Le dio las gracias a Dios por llevarla a su presencia, y solemnemente volvió a dedicar su vida a su servicio.
María sólo tenia treinta y tres años.
Reflexión
¿Cómo se siente cuando oye hablar de personas que mueren jóvenes? ¿Alguna vez se ha sentido tentado a culpar a Dios o a preguntar por qué alguien bueno murió joven? María Taylor falleció a la misma edad de Jesús, podemos compartir con otros la seguridad que tenía ella de que Dios no se equivoca.
“Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” (Romanos 9:20).