Los boxeadores
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En la última mitad del siglo diecinueve, el territorio de China estaba abierto a las misiones foráneas debido a la política occidental y la presión militar. Sin embargo, los resultados no eran para nada positivos. Las enfermedades asolaban a los misioneros y la expectativa de vida descendió a cuarenta años. Había mucha violencia y rebeliones frecuentes.
Para 1898 el joven emperador de China, Kuang-hsu, determinó que la única esperanza para su nación era la moral cristiana y la reforma social. Invitó a un influyente misionero bautista al palacio para que le ayudara a trazar sus planes, pero el mismo día que el ministro llegó al palacio, el emperador fue derrocado por una sociedad china secreta que tenía miedo que le entregara el país a los extranjeros.
La sociedad se llamaba a sí misma “Los justos y armoniosos puños”, pero los occidentales la apodaron “Los boxeadores”. Los Boxeadores estaban desesperados por retener las antiguas religiones chinas paganas. Integraban células clandestinas a todo lo ancho de la nación, y realizaban rituales de magia negra e incluso sacrificios humanos a los ídolos en los templos.
Siguiendo el golpe de estado, los Boxeadores pusieron como emperatriz a la tía mentalmente enferma del emperador. Ellos la persuadieron de que los misioneros extranjeros les estaban sacando los ojos a los niños chinos, para usarlos en la fabricación de sus medicinas. A urgencia de los Boxeadores, la nueva emperatriz le envió un decreto secreto a oficiales en la provincia, pidiéndoles que asesinaran a los extranjeros y exterminaran el cristianismo. Los mensajeros al sur de China alteraron uno de los caracteres en el decreto del mensaje, para que dijera “proteger” a los extranjeros en lugar de “matarlos”. Fue así como el derramamiento de sangre se redujo sólo al norte. Cuando se descubrió la desobediencia de los enviados, sus cuerpos fueron partidos por la mitad.
La mayoría de oficiales locales chinos buscaban proteger a los misioneros. El magistrado en Fenchow en el norte de Shanghai, fue particularmente amigable con ellos y una pareja de misioneros que vivían allí invitó a cinco misioneros de otras áreas para que permanecieran allí durante el mes de julio, cuando la violencia de la multitud estaba en su máximo. Sin embargo, ni bien tardaron en llegar cuando el vengativo gobernador de la provincia designó a un nuevo magistrado para Fenchow. El nuevo oficial les ordenó salir de allí y designó a guardias armados, supuestamente para que los protegieran.
Es obvio que los misioneros pudieron leer el escrito sobre la pared. El 3 de agosto de 1900, Lizzie Atwater, una misionera norteamericana, esposa y madre le escribió así a su familia: “Amados, anhelo ver sus rostros queridos, pero temo que no será aquí en la tierra. Ellos decapitaron a treinta y tres de nosotros la semana pasada en Taiwán. Así que estoy preparándome para el fin muy tranquila y con calma. El Señor está maravillosamente cerca, y no nos abandonará. Me estaba sintiendo intranquila y ansiosa mientras parecía que había una oportunidad de vivir, pero Dios me ha quitado esos sentimientos, y ahora sólo oro por gracia para enfrentar lo terrible con valor. El dolor pasará pronto, ¡para dar paso a la dulzura de la bienvenida en las alturas!’.
“Mi pequeño bebé se irá conmigo. Pienso que Dios me lo dará en el cielo, y que mi amada madre estará muy feliz de vernos. No puedo imaginarme la bienvenida del Salvador. ¡Oh! Eso compensará por todos los días de suspenso. Amados, vivan cerca del Señor y no se apeguen tanto a las cosas de la tierra. No hay otra forma por medio de la cual podamos recibir esa paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento... Debo mantener la calma y la paz en estas horas. No lamento haber venido a China, pero sí lamento haber hecho tan poco. Mi vida de casada, dos preciosos años han estado muy colmados de felicidad. Moriremos juntos, mi amado esposo y yo”.
Doce días después los guardias asignados por el magistrado, asesinaron a los siete misioneros y sus niños.
Reflexión
¿Cómo reaccionaría si se encontrara en una situación similar a esa de Lizzie Atwater? Todos sabemos que vamos a morir un día. Es sólo cuestión de cómo y cuándo. ¿Comparte usted la seguridad de ella de que irá al cielo?
“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:27 y 28).