Cane Ridge
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
- Publicado en Tema del día /
- Visitado 11629 veces /
- Imprimir /
El estado de la frontera norteamericana a finales de los años 1700 era uno de creciente indiferencia religiosa. El cristianismo estaba en decadencia conforme los colonizadores comenzaban a experimentar éxito económico.
Los colonos fueron a la frontera a obtener territorio, no religión. Refiriéndose a Lexington, Kentucky, en 1795, el metodista James Smith temía que “los universalistas unidos con los deístas le dieran al cristianismo una puñalada mortal”.
James McGready llegó a Kentucky en 1798 para pastorear tres pequeñas iglesias presbiterianas en la frontera. Su fogosa predicación con sus descripciones vívidas del cielo y el infierno, sacudieron la apatía de su feligresía. Cuando la iglesia Red River comenzó a planear su servicio anual de Comunión en los años 1800, decidió invitar a otras congregaciones presbiterianas y metodistas locales para que participaran. El típicamente reverente y quieto servicio de comunión presbiteriano se convirtió en algo sorprendentemente emocional y extático. Sus ministros y feligreses asimismo estaban asombrados de cómo Dios estaba trabajando en su medio. Si bien algo cautelosos por el emocionalismo, los pastores presbiterianos y metodistas comenzaron a planear un servicio de comunión más grande en el fin de semana, para el siguiente verano en la casa de reuniones Cane Ridge.
Las noticias sobre la futura reunión se propagaron a través de la frontera, y el 6 de agosto de 1801, comenzó el despertar espiritual en Cane Ridge. Por siete días miles de personas descendieron hasta la casa de reuniones en el condado de Kentucky, a unos treinta y tres kilómetros al oeste de Lexington. Se reunieron para adorar, tener compañerismo y celebrar la Cena del Señor.
El viernes y el sábado fueron observados solemnemente, los dedicaron a ayunar y orar en preparación para la comunión el domingo. Pero como llegaron miles más de lo esperado, la multitud se tornó inquieta y saboteó la tradicional rutina presbiteriana. Los predicadores comenzaron a ocupar el púlpito uno tras otro, con la gran multitud casi frenética en ocasiones. Algunos ministros animaban el éxtasis y el emocionalismo, mientras otros luchaban por mantener el control de la audiencia y regresar a la solemnidad acostumbrada de la Cena del Señor.
La emoción de la multitud triunfó. Grandes números de personas lloraban y gemían en exaltación religiosa. Esto continuó así por días. Aunque todos los ministros estaban complacidos del cambio espiritual y de que la apatía hubiera dejado de ser un problema, se suscitaron acalorados desacuerdos acerca de sí los predicadores debían seguir estimulando el emocionalismo con sus predicaciones.
Las reuniones en Cane Ridge fueron tanto un comienzo como un fin. Fue el fin de la largamente preservada tradición escocés-irlandesa presbiteriana, de los servicios de comunión prolongados y ritualizados. Éste fue el primero de tales servicios en el nuevo mundo y los eventos emocionales en Cane Ridge sirvieron para forzar el fin de esa tradición. Las reuniones fueron asimismo el comienzo de una nueva institución, de reuniones organizadas en el campo que llevaron a las personas en la frontera norteamericana de la apatía al cristianismo.
El número de asistentes estimado que atendieron en Cane Ridge varía ampliamente, de diez mil a veinticinco mil, con cerca de mil a tres mil conversiones. El año sobresaliente para estas reuniones fue el 1811, cuando cerca de un tercio de todos los norteamericanos atendieron por lo menos a uno de tales servicios.
Reflexión
¿Cómo habría reaccionado usted a este despertar espiritual en Cane Ridge si hubiera estado allí? ¿Acaso las demostraciones externas emocionales en los servicios de adoración hacen que se sienta incómodo, o mejoran su experiencia de adoración?
“Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo. Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre. Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones” (Salmos 100).