El pastor metodista
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Francis Asbury nació en una familia pobre cerca de Birmingham, Inglaterra, en 1745. Sus padres estaban entre los primeros convertidos de John Wesley, el fundador del metodismo. Ellos habían encontrado a Dios mientras lamentaban la muerte de su pequeña hija, la única hermana de Francis.
Cuando era niño, su madre lo rodeó con oración, lectura de la Escritura e himnos. Ella invitaba a todos los que conocía que parecían personas piadosas para que permanecieran en su hogar. El joven Francis era un buen muchacho, y decía: “Aborrecí la malicia y la iniquidad, aunque mis compañeros estaban entre los más viles de viles, mintiendo, jurando, peleando y haciendo todo lo demás que pudieran hacer muchachos de su edad y de malos hábitos. Debido a esa sociedad a menudo regresaba a mi casa ansioso y melancólico”. Sus conocidos frecuentemente lo ridiculizaban por sus principios y debido a la corriente constante de personas religiosas que visitaban su hogar. Ellos burlonamente le llamaban “El Pastor Metodista”, lo cual era un insulto mordaz, porque el metodismo en ese tiempo era visto como una nueva religión loca, y sus promotores eran a menudo perseguidos.
A la edad de trece años, Asbury empezó a hacerle preguntas a su madre acerca de los metodistas. Ella se las arregló para que una amiga suya lo llevara a los servicios metodistas en la población de Wednesbury, para que así pudiera ver por sí mismo. Él se sintió particularmente impresionado con la espontaneidad y después de eso, dijo: “Ésta no era la iglesia, sino que era mejor. Las personas eran tan devotas, hombres y mujeres arrodillados, diciendo ‘Amén’, ‘Ahora, ¡heme aquí Señor’. Estaban cantando himnos, ¡qué sonido más dulce!... ¡El predicador no tenía libro de oraciones, pese a todo oraba maravillosamente! Lo que era todavía más extraordinario, el hombre citó el texto bíblico y no tenía libro de sermón, ¡pese a todo sus palabras fueron verdaderamente maravillosas! Es ciertamente una forma extraña, pero la mejor”.
Pronto, después de eso, cuando Asbury y un amigo cristiano estaban en el pajar del granero de su padre orando juntos, confío en el Salvador de quien había oído hablar por largo tiempo.
Estaba tan emocionado acerca de su salvación que se convirtió en un predicador viajero local a la edad de diecisiete años, mientras también continuaba su trabajo como aprendiz de herrero. A le edad de veinte estaba ministrando tiempo completo en varios circuitos de predicación metodista a través de Inglaterra.
El 7 de agosto de 1771, a la edad de veintiún años, respondió al llamado de John Wesley para que predicadores metodistas fuesen a Estados Unidos. Cuando Wesley anunció, “Nuestros hermanos en América están clamando a gritos por ayuda”, Asbury respondió: “Aquí estoy, envíenme a mí”.
Una vez allí, Asbury fue escogido para ser uno de los primeros dos superintendentes metodistas bajo cuyo liderazgo se integró una nueva denominación, la Iglesia Metodista Episcopal. Subsecuentemente su título fue cambiado a obispo.
Asbury definió el papel de un ministro ambulante. Su lema era: “Vaya a cada cocina, a cada tienda; habléles a todos, ancianos y jóvenes sobre la salvación de sus almas”. Urgió a todos los ministros metodistas para que hicieran lo mismo. Se convirtió en un viajero de circuito, visitando reuniones en el campo, campañas evangelísticas y convenciones montado sobre un caballo.
Viajó constantemente por cuarenta y cinco años, cubriendo cerca de setecientos setenta y siete mil kilómetros cuadrados, la mayor parte sobre el lomo de un caballo, y cruzando los montes Apalaches más de sesenta veces. Literalmente no tenía hogar en Estados Unidos, sino que encontraba abrigo dondequiera que podía.
Cuando Asbury llegó a América en 1771, había cerca de trescientos metodistas y cuatro ministros, todos sobre el litoral del Atlántico. Para el tiempo de su muerte en 1816, el metodismo se había propagado a cada estado y más de doscientas catorce mil personas se llamaban metodistas. El propio Asbury había ordenado a más de cuatro mil ministros y predicado más de dieciséis mil sermones.
Reflexión
Francis Asbury entregó su vida entera a su ministerio, renunciando a un hogar y una familia a fin de predicar el Evangelio montado sobre su caballo. ¿A qué ministerio ha sido usted llamado? ¿Qué sacrificio le está pidiendo Dios que haga?
“Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (2 Corintios 12:15).