Sesenta horas
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Charles Gordon nació en 1833 en una gran familia de militares en la Inglaterra de la época Victoriana. A la edad de dieciséis años ingresó en la escuela militar. Aunque prometía ser un buen soldado, también era independiente y rebelde, y a menudo se enfurecía contra sus superiores.
Consistente con su personalidad violenta e independiente, el joven Gordon no era un fanático de la religión organizada y rehusó recibir la confirmación. Sin embargo, desde que era un muchacho siempre creyó que la Biblia era la verdad y que cada evento humano era preordenado por Dios. Esas dos creencias serían el fundamento para él a lo largo de su vida.
En 1854, durante su segunda asignación militar después de convertirse en teniente segundo en los Ingenieros Reales, se hizo amigo de su capitán, quien era cristiano. El capitán Drew le dio el libro de Andrew Bonair, Memorias de Robert Murray M’Cheyne y otros libros cristianos. Por medio del capitán Drew y los libros que leyó, Charles Gordon pasó de muerte a vida.
Por treinta años dedicó su vida a servir a su país, trabajando hasta llegar a convertirse en general. A diferencia de otros, poseía valor, sabiduría y energía. Fue ampliamente decorado por su papel en operaciones militares en Armenia, Crimea, China, y a través de África central.
Su siguiente paso espiritual tuvo lugar a mediados de la década de 1860. Su buena amiga la señora Freese recuerda cómo él descubrió lo que llamaba “el secreto”: “En una ocasión, mientras se vestía con desgano antes de comer sus ojos se posaron en una Biblia abierta sobre la mesa y en estas palabras: ‘Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios’. De súbito vino a su mente que había descubierto una joya de valor incalculable - había encontrado eso que sólo podía satisfacerlo, la unidad con el Señor. De allí en adelante esa fue la clave de su entera vida posterior, y se preguntaba por qué no lo había percibido antes. Se preguntaba mucho más, no entendía cómo era posible que alguien pudiera leer estas palabras y permanecer indiferente, y ahora trataba de hacerlas conocer a tantos como fuera posible”.
Gordon siempre había tenido una carga por los pobres. Pero después de advertir “su secreto”, pasaba tanto tiempo como podía con los menesterosos y los enfermos. Compartía el Evangelio con todas las personas que deseaban escucharlo.
En abril de 1884, mientras se encontraba en Sudán defendiendo la ciudad de Khartoum en contra de los mahdíes musulmanes, Gordon se encontró a sí mismo rodeado por el enemigo. Sus repetidas peticiones por refuerzos cayeron en oídos sordos. Con pocos hombres y recursos, hábilmente sostuvo la moral de sus tropas mientras mantenía alejado al enemigo.
Allá en Bretaña, la opinión popular era que el gobierno debería enviarle a Gordon más refuerzos. Finalmente el 5 de agosto de 1884, el primer ministro Gladstone autorizó un poco de dinero para una operación de ayuda para el general Gordon. Cuando la fuerza de ayuda llegó finalmente a Khartoum en enero, eran sesenta horas demasiado tarde. Después de un asedio de trescientos diecisiete días, Khartoum sucumbió, y Gordon estaba muerto.
La última carta que le escribiera a su hermana decía: “Estoy completamente feliz, gracias a Dios... He tratado de cumplir con mi obligación”. Su diario concluyó el mismo día con estas palabras: “He hecho lo mejor por el honor de mi país. ¡Adiós!”.
Cuando las noticias de la muerte de Gordon llegaron a Inglaterra, hubo un estallido de duelo público. Se reconoció internacionalmente que el mundo había perdido un gran héroe. Se celebró un día nacional de duelo por él y se erigió un monumento.
Amado y respetado no sólo por sus logros militares sino también por su carácter único, Gordon fue dominado por su simple pero incomparable fe cristiana.
Lord Tennyson escribió en su epitafio:
Guerrero de Dios, amigo del hombre, ya no está aquí,
Sino muerto en algún lugar distante en el desolado Sudán
Tú vives en los corazones de todos los que conociste
Esta tierra no ha albergado a hombre más simple y noble.
Reflexión
El general Charles Gordon confiaba en Dios en todo momento - no importa cuán imposible parecieran las circunstancias. Fue capaz de descansar en el conocimiento que el Señor estaba en control y que podía confiar implícitamente. ¿Hasta qué grado las circunstancias afectan su fe en Cristo?
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).