El sueño de una madre
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
- Publicado en Tema del día /
- Visitado 13446 veces /
- Imprimir /
Mientras crecía en el área rural de Texas en la década de 1910, W. A. Criswell, escuchó estas palabras de su madre cientos de veces: “¡Serás un gran doctor!”.
Cuando Criswell tenía diez años, la Iglesia Bautista del Sur a la que la familia atendía celebró un servicio un miércoles por la mañana durante sus reuniones anuales evangelísticas. Sentado cerca de su mamá, advirtió que ese sería el día que aceptaría a Jesucristo como su Señor y Salvador. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras su madre se inclinó sobre él y le preguntó: “¿Hijo, le entregarás tu corazón a Cristo hoy?”.
“Si mamá” - fue su respuesta. “Lo haré”. Y cuando el evangelista invitó a esos que querían depositar su fe en Jesús, a que se acercaran al frente, el joven Criswell lo hizo.
Ella estaba dispuesta a sacrificar su propia vida a fin de garantizar la buena educación para su hijo. En tres ocasiones diferentes abandonó temporalmente a su esposo y se mudó con él, para favorecer su educación - primero para estar más cerca de su escuela elemental, y luego para supervisar su enseñanza en la Universidad Baylor.
Criswell sentía el llamado al ministerio. Aunque su madre era una cristiana comprometida, el largo sueño de toda su vida era que él saliera de la pobreza convirtiéndose en un doctor. Se mantenía esperando que perdiera interés por convertirse en predicador. En Baylor, Criswell empleaba cada minuto libre evangelizando, preocupando mucho a su madre al respecto. Cuando recibió cuatro As y una B “más” en su primer semestre, ella replicó severamente: “No es fácil permanecer en la escuela médica. Cada B ‘más’ es una marca en nuestra contra”.
Él y su madre regresaron a su hogar en Amarillo para el verano. Aunque ella reconocía que su sueño poco a poco iba se iba desvaneciendo, ocasionalmente aludía al tema de que debía convertirse en un doctor. Le decía: “Hay suficiente tiempo para que te prepares para tu ingreso en la escuela médica, mientras que puedes seguir predicando. Sabes que un doctor con el don de la predicación sería algo único”.
Finalmente Criswell replicó firmemente: “Yo te amo mucho Mamá, pero Dios me ha llamado a predicar, y tengo que responder a ese llamado”.
A la conclusión de ese primer verano en el hogar después de haber estado en Baylor, fue ordenado como ministro en el ministerio de la Iglesia Bautista del Sur. En agosto de 1928, después de ser examinado por seis líderes bautistas para determinar si su conversión era genuina, de que había sido llamado al ministerio, y que estaba bien versado en la doctrina bautista, fue ordenado. Ansiosamente buscó entre la multitud a sus padres y no pudo verlos. Luego los pastores y diáconos le impusieron las manos y oraron por él. Conforme la congregación hacía eco al último amén, se sintió aliviado al percibir la presencia de sus progenitores. Su madre sonreía en medio de las lágrimas, y su padre lucía complacido y orgulloso. Criswell sintió que rebosaba de júbilo.
La mañana siguiente W. A. Criswell abordó el tren solo para Baylor. Su madre había dedicado trece años de su vida en la educación de su hijo, todo por el sueño de verlo convertido en un doctor, finalmente reconoció que el llamado de Dios en su vida era más fuerte que su sueño, y que era el momento en que debía hacerse a un lado.
W. A. Criswell se graduó de la Universidad de Baylor y luego recibió una maestría en teología y un doctorado del Seminario Teológico Bautista del Sur. Pastoreó por varios años en Oklahoma, antes de aceptar un llamado de la Primera Iglesia Bautista de Dallas en 1944, donde sirvió por casi cincuenta años. Bajo su ministerio la iglesia se convirtió en la más numerosa de las congregaciones bautistas del sur en la nación, con cerca de veintiséis mil miembros. Escribió más de cincuenta libros y fue considerado uno de los grandes predicadores de Norte América.
W. A. Criswell murió el 10 de enero del 2002, a la edad de noventa y dos años.
Reflexión
Si usted tuviera hijos, ¿les impondría sus propias ambiciones? ¿Personalmente, ha tenido a alguien que haya tratado de dirigir su vida en una dirección en la que no deseaba ir? Todos debemos tener cuidado acerca de imponerle nuestra voluntad a esos a nuestro alrededor.
“No que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que colaboramos para vuestro gozo; porque por la fe estáis firmes” (2 Corintios 1:24).