Un abogado que cambió de clientes
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En 1818 un joven de veintiséis años llamado Charles Finney comenzó su aprendizaje en leyes en la oficina de un abogado en Adams, New York. Si bien tenía una educación formal limitada, en sólo tres años se convirtió en el participante más joven de la firma de abogados.
Conforme estudiaba leyes, los autores que leía a menudo citaban la Biblia. Reconociendo su propia ignorancia de las Escrituras, comenzó a estudiarlas por sí mismo.
Cuando llegó un nuevo ministro a la iglesia local presbiteriana, comenzó a atender los servicios regularmente. Era muy poco lo que captaba de los sermones y era más bien un escéptico del entero concepto de que Dios responde a la oración, pero le encantaba la música y se ofreció como voluntario para dirigir el coro.
Luego en el verano de 1821, el pastor emprendió un viaje para visitar a su hermana enferma y le dijo a su reemplazante que leyera sermones de un libro. Entonces de manera sorprendente el Espíritu Santo comenzó a moverse entre los miembros de la iglesia y Charles Finney sintió que iba a ocurrir algo.
Un día en que regresaba de una cita legal, pasó por una escuela y escuchó a un hombre predicando en su interior. Las palabras de su oración se quedaron grabadas en su mente y le afectaron más que todos los sermones que había escuchado previamente. Así comenzó a invertir un montón de tiempo pensando en su propia salvación.
Más tarde registró así lo que ocurrió en un día particularmente significativo:
“10 de octubre de 1821:
Salí para la oficina temprano por la mañana. Pero justo antes de llegar, alguien pareció confrontarme con preguntas como estas:... ‘¿No has prometido entregarle tu corazón a Cristo? ¿Y qué es lo que estás tratando de hacer? ¿Te estás esforzando por justificarte por ti mismo?’.
Justo en este punto la entera cuestión de la salvación se abrió ante mi mente en una manera de lo más maravillosa... Lo vi entonces tan claramente como nunca en toda mi vida, la realidad y el cumplimiento de la expiación de Cristo. Vi que su obra era un trabajo consumado, que en lugar de tener o necesitar ninguna justicia propia que me recomendara ante Dios, tenía que someterme a mí mismo a la justicia Divina por medio de Cristo. Era plena y completa y todo lo que necesitaba hacer de mi parte era entregarle mis pecados, aceptarle como Salvador y Señor e implorar su perdón. Me parecía que la salvación, en lugar de ser una cosa forjada por nuestras propias obras, era algo que se encontraba enteramente en Él quien se presentaba a sí mismo ante mí como Dios y Salvador”.
En lugar de ir a su oficina, fue a un bosque cercano y pasó la mañana luchando con Dios en oración hasta que dijo: “Descubrí que mi mente estaba maravillosamente tranquila y en paz”.
Al día siguiente un cliente que era un diácono de su iglesia llegó a su oficina y le dijo: “¿Señor Finney, recuerda que mi caso debe ser tratado a las diez de esta mañana?”.
Y él replicó: “Diácono, he sido empleado por el Señor Jesucristo para que abogue por su causa y no puedo hacerlo por la suya”.
Estupefacto por su respuesta, el diácono sólo más tarde logró entender lo que quiso decirle, cuando después de eso experimentó el mismo cambio en su vida que Finney había experimentado.
Charles Finney se convirtió en uno de los más grandes predicadores de los despertares espirituales del siglo diecinueve, y aproximadamente medio millón de personas llegaron a conocer a Cristo por medio de la influencia de su ministerio. Comenzando con la parte norte del estado de Nueva York, sus campañas evangelísticas se extendieron hasta la ciudad de New York, Filadelfia, Boston y Rochester. En 1835 se convirtió en profesor de teología en el nuevo Instituto Universitario Oberlin, que hoy se conoce como la Universidad Oberlin. Sirvió como presidente del colegio desde 1851 hasta 1866, y todo comenzó en ese increíble día en 1821 cuando cambió de practicar la ley para proclamar la causa de Cristo.
Reflexión
Como Charles Finney, todos enfrentamos la elección de confiar en nuestra propia justicia para hacernos aceptables a Dios, o aceptar el perdón y justicia que ofrece el Señor Jesucristo. ¿En cuál justicia está confiando usted?
“Yo publicaré tu justicia y tus obras, que no te aprovecharán” (Isaías 57:12).