Los tiempos y las edades de Dios
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En noviembre 3 de 1745, David Brainerd un misionero de los indios Crossweeksung, de New Jersey, de veintiséis años, bautizó catorce convertidos. Esto fue parte de lo que él llamó “una obra extraordinaria de gracia” con la cual Dios había bendecido su labor entre los nativos americanos de New Jersey y Pensilvania.
David Brainerd nació en 1718 en Haddam, Connecticut, quedando huérfano a la edad de catorce años. Había planeado cultivar la tierra que había heredado hasta que experimentó una profunda conversión en 1739. Ese mismo año ingresó en Yale, con el anhelo de llegar a ser ministro de una congregación.
En Yale se convirtió en líder del Gran Despertar Espiritual que arrasó a Nueva Inglaterra. En su tercer año fue expulsado de la universidad cuando lo escucharon cuestionar la salvación de un miembro de la facultad. Después de su expulsión continuó sus estudios para el ministerio, viviendo con un pastor local. Subsecuentemente recibió una licencia para predicar y fue ordenado como ministro presbiteriano. Se convirtió en misionero para los indígenas norteamericanos de New Jersey y Pensilvania.
El domingo 3 de noviembre de 1745, gozosamente bautizó a seis adultos y ocho niños. Uno de ellos era una mujer de ochenta años. Había dos hombres de cincuenta años, quienes eran borrachos muy conocidos antes de depositar su confianza en el Señor Jesús. Otro era un asesino. Debido a la vida tan terrible que habían vivido, retrasó el bautismo de ellos, hasta que vio que habían experimentando un cambio radical en sus vidas. Finalmente experimentó paz con respecto a bautizarlos.
Los bautismos de ese día ascendieron a cuarenta y siete, y Brainerd escribió en su diario: “Mediante la gracia abundante, ninguno de ellos ha desgraciado su profesión de fe como cristiano debido a un comportamiento escandaloso o indecoroso”.
Un año más tarde, este trabajo increíble de Dios entre los indígenas continuó, pero la labor de David Brainerd estaba próxima a su fin, ya que a la edad de sólo veintiocho años estaba muriendo de tuberculosis. Tristemente, reconoció que debía regresar a Nueva Inglaterra, en donde familiares y amigos podían cuidarlo durante sus últimos días.
Desesperadamente débil en el cuerpo, el 3 de noviembre de 1746 pasó el día despidiéndose de su amado rebaño de indígenas. Visitó a cada familia en su hogar y los exhortó uno por uno con la Palabra de Dios. Las lágrimas rodaban libremente por sus mejillas cuando abandonaba cada hogar. Su despedida tomó más de un día, y por la tarde partió habiendo terminado su misión.
Un año más tarde David Brainerd moría a la edad de veintinueve años.
Reflexión
Nuestras vidas están divididas en ciclos. Hay tiempos cuando estamos activos en lo que Dios está haciendo e incluso vemos a las personas depositar su fe en Cristo. Pero hay otros cuando somos puestos a un lado mientras otros laboran. Finalmente para todos, llegará un tiempo final cuando tendremos que morir. No sabemos el orden o la duración de cada época, ¡pero que gran consuelo es saber que Jesús es Señor de todas!
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar” (Eclesiastés 3:1-4).