La vergüenza de Salem
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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Todo comenzó en 1692 cuando la joven hija de Samuel Parris, el pastor de la iglesia de Salem, Massachusetts, comenzó a exhibir extraños síntomas psicopáticos. Experimentaba convulsiones violentas, alucinaciones y estados como de trance. Un poco después de esto, tal parecía que su prima estaba afligida del mismo mal. Pronto la histeria se propagó entre otras jóvenes adolescentes dentro de su esfera social. La propia esclava de Parris, Tibuta, pasaba el tiempo contándole a estas niñas impresionables cuentos sobre hechizos, brujería y ocultismo que recordaba de su infancia en las Indias Occidentales.
Parris en principio estaba avergonzado y alarmado por estas manifestaciones en su hija y sus amigas. Cuando fueron presionadas, las jóvenes culparon a las brujas por su tormento. En un sermón, Parris le dijo a los feligreses que las brujas estaban en todas partes, incluyendo su iglesia. Y advirtió en forma amenazadora: “Sólo Dios sabe cuántos diablos habrá aquí”.
Como resultado de todo esto se organizó una cacería de brujas en una reunión que se celebró en su hogar. Finalmente, unas ciento cincuenta mujeres sospechosas de practicar la hechicería fueron puestas en prisión y diecinueve fueron ahorcadas. La mayor parte de las víctimas, eran o parias sociales o miembros de familias que se habían opuesto al ministerio de Samuel Parris. Casi todas eran mujeres de edad media sin familiares varones que las defendieran, haciéndolas particularmente vulnerables. Tibuta, la propia esclava de Parris fue una de las primeras acusadas. En medio de la histeria, vecinos acusaban a otros vecinos de brujería por el más leve pretexto, tal como la muerte de una vaca o porque el pan no aumentaba de volumen.
Las ejecuciones finales tuvieron lugar el 22 de septiembre de 1692, en la Colina de las Brujas en Salem. Ocho hombres de edad media de Nueva Inglaterra, siete mujeres y un hombre joven, fueron ahorcados.
Reunidos al pie del cadalso estaban personas representando a todas las edades. Simón Bradstreet, de ochenta y nueve años, gobernador reciente de Bay Colony, Massachusetts, y otros puritanos originales que todavía vivían, habían salido de Inglaterra cerca de medio siglo antes para crear una comunidad cristiana en el nuevo mundo. Ellos veían a sus propios hijos como infieles a su crianza puritana y sentían que su utopía estaba siendo juzgada debido a su progenie desobediente. En sus mentes, esperaban que si castigaban a las brujas le iban a poner fin a estas tribulaciones y que traerían las bendiciones de Dios sobre ellos una vez más.
También presente en el cadalso estaba William Stoughton de sesenta y un años, el juez en el juicio de las brujas. Su generación observaba la ejecución con resignación. Los condenados al igual que los magistrados eran todos de su misma edad. Los contemporáneos de Stoughton no compartían la pasión de sus padres, quienes les habían dicho repetidamente que la suya era una generación perdida e inconversa.
Representante de una generación más joven, era Cotton Mather, un brillante clérigo de veintinueve años. Él mismo había sido uno de los que había examinado a las brujas, y junto con sus compañeros consideraban a las acusadas, amenazas para su futuro y buscaban deshacerse de ellas. Mather un endurecido perseguidor de las brujas iba a convertirse en ministro y teólogo líder de su día. Fue uno de los fundadores del Colegio Yale, organizado para preparar ministros para el evangelio.
Las jovencitas que habían sido las acusadoras de las brujas también estaban presentes. Sus alaridos y movimientos convulsivos les recordaban a todos lo que habían hecho las hechiceras.
Desde el último de los puritanos originales que habían ayudado a crear Massachusetts como la “Ciudad de Dios sobre una colina”, hasta los niños más jóvenes que un día se convertirían en ciudadanos de Estados Unidos de América, esta multitud presente en el último de los ahorcamientos, fue testigo de un momento único de la historia norteamericana.
Después de la ejecución los ministros vecinos tomaron acción para ponerle fin a los juicios de las brujas. Un año después, Samuel Parris, reconociendo para entonces su propia responsabilidad por tan vergonzosos eventos, describió su remordimiento por las ejecuciones en un sermón. Admitió que las heridas de las víctimas “los acusaban como actores viles”.
Reflexión
¿Siente remordimiento por algún hecho oscuro en su vida, aunque haya ocurrido hace mucho tiempo? El Señor Jesucristo perdona los pecados más atroces si nos arrepentimos verdaderamente, y confesamos nuestras culpas confiando en Él como Ese que pagó el castigo que merecíamos sobre la cruz. El rey David cometió adulterio y asesinato, pero como se arrepintió verdaderamente, Dios lo perdonó, y en Hechos 13:22, se refirió a él como “varón conforme a mi corazón”
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).